jueves, 12 de enero de 2017

Actualización en comunicación (y 2)

(Tras defender hasta el último minuto –literalmente-  su derecho a comunicarse mediante un celular prepago, Mario se ve obligado a pasarse al teléfono inteligente.  Su primer intento lo lleva a un sitio de interés para el, y para las autoridades competentes. De hecho, mientras cotiza, le cae tremendo operativo).

Ante el dramático desenlace de su incursión por el comercio altamente especializado, Mario decide acudir al que está libre de toda sospecha. Los almacenes de cadena. Maravillosa invención de la sociedad de consumo en donde se puede adquirir desde un limón hasta un carro, todo debidamente etiquetado, legalizado, organizado...

Las condiciones terminadas en ado a veces incluyen un sobrevaluado, por lo que se recomienda cotizar antes de comprar.  Nuestro futuro consumidor de alta tecnología inicia su recorrido. La cosa pinta bien. Encuentra una amplia oferta, debidamente exhibida con personal dispuesto a atender sus inquietudes. Al menos eso parecía, hasta que Mario hizo la pregunta mágica. ¿Cuál es el equipo más barato que tiene?

Decimos mágica porque, como por arte de magia, frente a él se produjo la metamorfosis. El vendedor diligente que segundos antes se deshizo en cortesía y zalamería, se transfiguró a una figura gélida e indiferente. “Ese…” expresó con esa voz que ponen las mujeres cuando acaban de descubrir una infidelidad. Al mismo tiempo señaló a un equipo medio escondido entre los exhibidores y se retiró en busca de clientes más prometedores.

Claro que, en comparación con la reacción del vendedor del siguiente almacén, el anteriormente mencionado fue un modelo de atención al cliente. El segundo comerciante, ante la pregunta de marras,  contestó “¡Aquí no hay de eso!”.

Mientras intentaba entender como entre los modelos más caros no podía haber algo menos caro, Mario cambió de negocio. Para evitarse más desprecios gratuitos optó por no consultar sino mirar directamente las etiquetas de precios. Y sí, ahí estaba. Tamaño ideal, bajo costo, e indicadores tecnológicos adecuados a sus necesidades. Y plan.

¿Plan? ¿Qué era eso? La vendedora no fue muy explícita en principio. Sí, ese teléfono servía para cualquier operador, así lo vendiera uno de ellos, Sí, si usted lo lleva tiene derecho a un montón de megas, un montón de servicios, un montón de aplicaciones, un montón de minutos, y un montón de llamadas. Y todo gracias al plan.

Eso del plan sonaba buenísimo y tan solo costaba… Un momento, costaba. Demandaba una inversión mensual equivalente a la mitad del valor del teléfono. Y  había que firmar algo y permanecer un tiempo mínimo que nunca se especificó, entre tres y seis meses.

¿Y lo puedo comprar sin plan? Claro señor, y solo vale… ¡el doble del precio exhibido!

Si bien Mario no había logrado resultados en aquello de comprar teléfonos inteligentes, la experiencia reciente lo había convertido en todo un experto en aquello de las salidas dignas. Despachó a la vendedora con una mentira descarada sobre cotizar en otros lugares y puso la mayor distancia que sus pies le permitieron entre la moderna tecnología de comunicación y él.

Mario sabe que tarde o temprano tendrá que actualizarse pero mientras tanto, si alguien lo necesita…

Que lo llame al celular.