martes, 1 de diciembre de 2015

Lenguaje corporal con interferencias


Sí hubiera sido en otro tiempo el cuento solo clasificaría para revista médica. Pero fue a los pocos días de la separación, cuando la familia de ella estaba claramente parcializada. A favor de ella. Necesitaban un malo y claro, el ex cumplía todos los requisitos
En justicia, el ex sí había hecho méritos para ser el antagonista del bueno, (o mejor, de la buena). En la parte económica siempre cumplió, en la relación respetó a su mujer y con los hijos nunca hubo queja. Sus problemas se relacionaban con los dos mandamientos que son múltiplos de tres y suman 15. Así que cuando lo ubicaron mal parqueado, aunque bien acompañado, la pareja hizo crisis.
Y por las buenas, cada uno cogió por su lado. Los pequeños quedaron con la madre y a manos de los abogados pasó lo de cuadrar visitas, bienes y demás. Por eso cuando el ex recibió la llamada del excuñado preguntándole en tono agresivo qué le había hecho a su antigua pareja, fue sincero al responder que no tenía idea del asunto en mención.
Vamos hacia atrás. La llamada del cuñado se originó en una de su madre (la de él). Ella le describió una situación que había notado durante una corta visita de su hija. Aunque no le habían dado detalles, era “obvio” que todo era atribuible al tipo ese.
En efecto, la hija –a quien supongo ya identificaron como la recién separada– pasó un momento a saludar a su mamá. Ya venía un poco ofuscada por los comentarios en la oficina. Tal vez por eso olvidó dar ciertas explicaciones que el paso del tiempo revelaría como necesarias.
Y es que en la oficina, apenas la vieron llegar comenzaron las murmuraciones. Qué era normal, qué antes había aguantado mucho. Se formaron dos bandos, los que (sobre todo  las) respetaban su derecho al desahogo y culpaban al individuo y los que (en su mayoría los) pensaban que exageraba. Nadie lo dijo de frente, pero de alguna manera comentarios sueltos e inoportunos le hicieron entender que ella era el tema del día.
Pero solo hasta la noche dimensionó la situación. Y fue cuando se encontró con la amiga simpática pero apocalíptica. Ella –la amiga– no pensó en peleas o sufrimiento, sino en escapismo. Y en un tono mitad consejera y mitad juez le advirtió que no importaba el tamaño de su pena, no debía refugiarse en vicios, y mucho menos en aquellos que dejaban efectos tan visibles.
Allí la ex cayó en cuenta que tanto en la oficina, como en casa de su mamá, debió haber explicado claramente el origen de su aspecto. Pero a esas alturas solo pudo hacerlo con su amiga. La cosa era ridículamente sencilla. 

El médico especialista que, por coincidencia, era vecino, la había diagnosticado temprano. El síntoma podía ser indicio de algo grave pero no,  el suyo era un caso simple. Por eso fue fácil responderle al primero que lo había detectado en la mañana, su pequeño hijo. Era algo relacionado con contaminación del aire o simple cansancio. Nada relativo a llanto o consumo de sustancias prohibidas. Así se lo dijo antes de mandarlo para el colegio. Y el nené quedó tranquilo.
Finalmente, él fue el único que antes de apresurarse a sacar conclusiones o armar videos le hizo la preguntó obvia que todos los demás ignoraron.

¿Mamá, por qué tienes los ojos rojos?