jueves, 4 de febrero de 2016

El misterio del hueso en el patio


Como no fumaba pipa, no tenía. Eso le impidió encenderla. Y como lo más parecido un doctor Watson que conocía era al doctor Gualdrón, no le pudo decir a su compañero, “interesante, Watson, muy interesante”.

Pero para Camilo, administrador escogido por la asamblea de propietarios, el hueso era un misterio fascinante. El edificio contaba con un patio interno al cual daban las ventanas de varios apartamentos. Los habitaban personas discretas, puntuales en sus pagos y respetuosos de las normas de la propiedad horizontal. Entre ellos Camilo, quien en vísperas de los 40 llevaba en compañía de su anciana madre una aburridora vida en el 402.

Pero la noche anterior, entre sueños, al vigilante le pareció escuchar algo que caía al piso. Y a la mañana siguiente, un largo muslo de gallina, totalmente desprovisto de carne, apareció en el suelo del patio interior rompiendo el aseo en el área comunal, y, lo más importante, la rutina en la vida del cuasicuarentón administrador.

El ave de corto vuelo pudo hacer su descuartizado viaje desde cualquiera de las 10 ventanas correspondientes a sendos apartamentos. Camilo se ubicó en el centro del patio y empezó a tratar de descartar, por efecto de ángulos, algunas de ellas.

No tardó mucho en hacer un primer descubrimiento trascendental. No sabía geometría, no sabía física y no tenía ni idea sobre como calcular el ángulo de lanzamiento de un muslo de gallina.

Así que optó por eliminar con base en hábitos alimenticios. Natalia, la profesional del 502, solo pedía pizza. Los exóticos del 302 eran vegetarianos. Los estudiantes del 101 apenas comían arroz chino... cuando comían. El doctor Gualdrón llegaba diariamente con enormes pedazos de carne, lo que descartaba al 401. Quedaban tres sospechosos, porque las ventanas del 201 se encontraban atoradas desde hace meses, y el 202 estaba desocupado.

Así que el autor del atentado óseo contra el aseo eran o la familia del 102, o los recién casados del 301 o la joven del 501, esa que al parecer no hacía nada pero recibía, todos los fines de semana, la visita del caballero del auto lujoso, el mismo que pagaba la administración y se llevaba las cuentas de servicios. Emocionado, Camilo anticipó un careo con cada uno de los sindicados.

Pero una voz desde el 402 interrumpió los sueños detectivescos del administrador y lo volvió a la realidad de la diaria rutina.

“Mijo, recójame esa pata de gallina que se cayó anoche”.