miércoles, 26 de febrero de 2025

Invasor de selfis a paso de ganso

Ese tipo es un invasor. Un intruso. Un advenedizo. Pero RC (Roberto Carlos por cédula, Roba Cámara por actividad) le subió la categoría al asunto. A su curiosa y singular afición: colarse en selfis ajenas.

Empezó con un grupo anónimo. Tomaron la selfi y formaron corrillo para verla. Estaban ellos, el paisaje y el señor del fondo que saludaba. Nada planeado. RC callejeaba concentrado en sus propios asuntos cuando vio una selfi pidiendo pista. Le dio por saludar en el momento preciso para quedar en la foto. Se cruzó con el grupo justo mientras revisaban la imagen y alcanzó a captar ciertas risillas cómplices. Hubo una segunda vez. Circunstancias parecidas. Coincidieron tiempo, lugar y saludo oportuno. Este combo resultó más sociable y lo llamó para mostrarle el registro visual. En cambio, la tercera vez sintió que lo miraron feo. 

De la coincidencia se pasó a la intencionalidad. RC desarrolló una especie de radar que captaba selfiseros. También perfeccionó el movimiento para llegar al punto estratégico que garantizaría su presencia en la foto. Adicionalmente pasó a ser el mejor —si no el único— lector de músculos del dedo pulgar. Una mezcla de instinto y observación le permitió detectar el momento exacto cuando el fotógrafo iba a oprimir el botón obturador. Instante en el que, como no, RC saludaba, hacía alguna mueca, levantaba los brazos, saltaba. Opciones existían muchas. Lo importante era que su presencia no pasara inadvertida.

Ya entrado en gastos, vino la diversificación. De la calle pasó a parques, piscinas, gimnasios, restaurantes, teatros, bodas, bautizos, grados, despedidas y reuniones varias (donde no siempre estaba invitado). En estos y otros escenarios RC se integraba a las fotos ajenas. Pocas veces veía el resultado de su trabajo. Conflictos no faltaron. También sabía que probablemente sería eliminado —iconográficamente hablando— con algún software de edición o con inteligencia artificial. Pero no buscaba trascender. Solo estar ahí.

Como pasa con cualquier vicio, el cuerpo comenzó a pedir más. Más cerca. Poses más teatrales. Aún así no era suficiente. Necesitaba el reto supremo. Solo que no sabía cuál era. Hasta que se lo encontró.

Desfile de una fecha patriótica. Cintas amarillas y separadores aíslan al público a lado y lado de la calle mientras los soldados avanzan a paso marcial. Algunos asistentes se toman fotos con la parada militar de fondo. RC escoge cuidadosamente. Es una dama, ya mayor, que ha sacado varias instantáneas de ella y sus acompañantes mientras pasan los y las representantes de las fuerzas armadas.

La mujer pone su teléfono en posición de selfi. Sin fijarse quien viene en el desfile nuestro colado profesional se pasa al otro lado del separador. Con los ojos fijos en la espalda de la fotógrafa y los modelos aplica toda su experiencia acumulada para colocarse en el lugar y momento exacto. Ve en cámara lenta que el dedo se apresta a apretar el obturador. RC se ubica rápidamente y cuando va a saludar… la patada.

Tremenda patada justo en la zona usada para sentarse. Voltea. Grave error. Otra patada en el sitio anatómicamente ubicado a la misma altura del sentadero, pero al otro lado. Eso, como es de conocimiento general, duele. Duele mucho. RC se encorva mientras dos tipos de verde (las circunstancias le impiden establecer si son soldados o policías) lo toman de los brazos y lo llevan al anden, al otro lado de la barrera. 

Está en el piso, adolorido y humillado. Posiblemente deba afrontar alguna consecuencia legal. Ahí es cuando ve a las unidades femeninas del ejército marchando a paso de ganso (piernas levantadas hacia arriba en ángulo de 90 grados). Un batallón que, gracias a semanas de entrenamiento estricto y concienzudo, no se detuvo ni rompió la formación pese al obstáculo inesperado, con los resultados ya descritos. 

Y, para que sepan, RC tampoco salió en la selfi.