martes, 8 de noviembre de 2016

Cuestión de precio

La conversación la escuché en la fila. Una fila larga, común en ese negocio. El tono de los dialogantes era de indignación. En parte porque la vehemencia de los conversadores hacía difícil ignorarlos, y en parte porque no tenía nada mejor que hacer, opté por  escucharlos. No fui el único. De hecho, un par de personas en la fila hicieron comentarios aprobatorios.

El tema no era nuevo. Hace días venía oyendo o leyendo alusiones al mismo. Al parecer existe un celular –teléfono inteligente, para ser precisos–, que podría llegar a costar cinco millones de pesos. Finalmente la cuenta quedó en cuatro. Millones. En serio.

Parece haber muchas personas interesadas en el tema. No solo interesadas. Escandalizadas. Como los contertulios de la fila. No dudaron en calificarlo de robo y abuso. Aseguraron que no era justo, culparon al sistema tributario nacional, hicieron desventajosas comparaciones con otros países, y dedicaron poco agradables adjetivos a la empresa que fabrica el equipo en mención.

Yo no sé cuanto vale un Rolls Royce. Tampoco sé cuanto vale un Rólex, o un vestido de alta costura de la pasarela de Paris. Sigo con mi ignorancia en materia de precios. Champaña Dom Perignon. Una noche en el hotel ese que queda en Arabia que parece una vela. Un plato en el restaurante del español famoso. La boleta para la ópera en el Scala de Milán. Una cartera en algún negocio de la Quinta Avenida de Nueva York. Lo que sí sé es que todos y cada uno de esos productos o servicios son carísimos, finísimos y sencillamente están lejos de mi alcance.

Por eso no me transporto en Rolls Royce sino en bus, mi reloj lo compré en un todo a 10 mil, mi familia adquiere su ropa en almacenes de cadena, tomamos vino de caja, pasamos vacaciones en cajas de compensación, las salidas a comer son de pollo asado, no vemos ópera en Milán (ni en Colombia) y las carteras de mi señora son de feria artesanal.

No veo ninguna razón de peso para cuestionar a quienes distribuyen su presupuesto de otra manera. Solo hay algo que no entiendo. Si algo les parece tan caro, ¿por qué simplemente no compran otro modelo o marca en vez de indignarse?

Reconozco que estuve tentado a fijar mi posición de manera explícita frente a los conversadores de la fila. Por supuesto que no lo hice. Además, ellos tampoco se estaban quejando por el alto costo de los Rolls Royce, los Rolex, la champaña Dom Perignon y el plato en el restaurante famoso del español (El Buli, creo que se llama).

La hilera avanzaba rápidamente. Es una de las ventajas de estos formatos ubicados en un punto medio entre tiendas y supermercados. Esos donde no dan bolsas, la decoración es mínima, la publicidad no existe y tienen otra serie de particularidades que permiten ofrecer precios mucho más bajos que los que ofrecen los proveedores tradicionales.

Un buen sitio para ahorrarse unos pesos comprando productos baratos de marcas no tan conocidos, y para indignarse públicamente por el precio de un producto costoso de una marca conocida.

Aquí hay algo que no cuadra.