martes, 6 de octubre de 2015

Actos obscenos


Si no hubiera sido por el jugo, el mal estado de la vía, los amortiguadores deficientes del bus y, sobre todo, por haber llegado al sitio correcto a la hora equivocada, Gabriel estaría por fuera de las estadísticas anuales de la Policía Nacional.

Nuestro hombre trabaja como técnico. Esa tarde, particularmente soleada, fue llamado para un servicio en ese barrio estrato alto construido sobre los cerros, adonde se llega en carro, en moto, o a pie, pero cansado y sudoroso. Ese fue el caso de Gabriel.

De entrada le ofrecieron un jugo de frutas recién preparado. Es más, dejaron la jarra por si quería más. La sed arreciaba y el contenido de la jarra desapareció. Culminado el trabajo pensó en pedir prestado el baño, pero le dio pena. Ese fue el primer error.

Ya había caído la noche cuando salió de la casa. Algo por allá adentro estaba pidiendo pista de salida, pero con niveles manejables. De manera que caminó como cuatro cuadras en bajada, llegó a la avenida, tomó su bus y se acomodó en la última fila.

Si bien había recorrido el mismo trayecto miles de veces, solo ese día se concientizó de la enorme cantidad de huecos, los cuales generaban múltiples y constantes saltos del bus, saltos que afectaban sobre todo al usuario del último puesto. O sea, a él.

Cada salto alborotaba la jarra de jugo que circulaba por su sistema de evacuación de líquidos. La solicitud de salida pasó a exigencia inaplazable. El hombre acudió a todos los trucos del manual. Respirar profundo, cruzar la pierna, pensar en otra cosa. Pero llegó el momento de tomar decisiones radicales.

No había centros comerciales o conocidos en la ruta. Las calles iluminadas atentaban contra la discreción necesaria para la evacuación. Sí existían parques, pero su espíritu cívico, más los deportistas y paseadores nocturnos de perros, actuaban como frenos. En medio de un sudor cada vez más frío su mente visualizó la locación salvadora. La zona verde ubicada al lado de la calle, detrás de una cancha de fútbol, que, según recordaba, carecía de iluminación y estaba cercada. De noche nadie iba por allá.

Era sencillo, bajarse del bus, caminar hasta la malla y hacer su diligencia. Y precisamente cuando estaba en esa parte, se hizo la luz.

Claro, él no tenía porque saber que justo esa noche inauguraban la iluminación de la cancha y que, como parte del espectáculo, todos los asistentes esperarían en silencio el encendido, ni que la portería sur –frente a la cerca– era el punto central del acto.

Sorprendido por la situación –como se pudo ver en los videos que circularon por redes sociales,¿mencioné que había televisión?–  su saco se enredó en el malla. Fueron pocos segundos, pero a él le parecieron horas mientras se zafó, guardó lo que había que guardar y tras unos cuantos fracasos logró poner la bragueta en su sitio.

A estas alturas la Policía intervino, y, para resumir el cuento, su implacable hoja de vida terminó manchada con una reseña que pasó a ser parte de las estadísticas anuales de la autoridad en el aparte  “Capturas in fraganti en actos obscenos”.