Ochoa va por la calle. Se encuentra un mendigo que le pide limosna. Ochoa cumple su papel, es decir, le niega la limosna. Tres cuadras después recuerda que cuando era niño se burló una vez (enfatizamos, UNA vez) de la anciana coja que buscaba ayuda en la puerta de la iglesia. Entonces Ochoa se siente en la obligación moral de resarcir ese daño y reparte todas sus monedas entre los pobres que se le cruzan en las siguientes 24 horas. A excepción, claro, de la anciana coja de su infancia (que hace rato cogió otros caminos) y el primer mendigo, que le disparó los remordimientos.
Y es que Ochoa es hombre de remordimientos. Pero con retroactividad. Es decir su conciencia le reprocha constantemente algo que hizo o dejó de hacer cuando era niño, cuando estudiaba, en algún año nuevo lejano o en el año en que el hombre llegó a la Luna.
La psicología del remordimiento dice que la mejor forma de librarse de él es tratando de reparar el daño derivado de la acción que lo origina. Pero cuando la acción fue esconderle las medias nueves al amor infantil de segundo grado, (recordada por Ochoa al ver unas niñas de uniforme) la situación se complica, máxime cuando lo último que supo de la víctima es que se había graduado de bachiller dos años antes que él, a mediados de los 70.
Hombre de temperamento sereno, Ochoa sólo ha tenido un momento de verdadera furia en su vida. Fue cuando Rojas, su compañero de grupo en metodología, no llegó con el trabajo, lo que les significó un 0 (cero) con el profesor Llanos en tercer semestre.
Así, cada vez que oye mencionar a los Llanos Orientales, ve algo de color rojo, o escucha el número tres siente la imperiosa necesidad de llamar a Rojas a presentarle disculpas, lo que ha motivado a este último a cambiar de numero telefónico, ciudad, y hasta nombre para librarse del acoso arrepentido de su ex compañero.
Ochoa oye un chiste y siente la carne de gallina evocando esa noche de Año Nuevo en la que quiso integrarse con sus hijos adolescentes narrando un cuento que todos conocían, por el que nadie se rió. Aunque ha sido militarmente fiel desde que lo declararon marido de su mujer, no puede evitar sonrojarse al recordar (siempre que va a ver una película) aquella tarde de 1981 en la que, siendo soltero, se fue para cine con una prima sin avisarle a su entonces novia, y hoy esposa.
La pregunta es como puede vivir un hombre cuya conciencia y recuerdos no tienen fecha de vencimiento.
Muy sencillo. Es que eso de morirse da mucho remordimiento.