miércoles, 1 de mayo de 2024

Vaya donde su tía

Nota de la redacción: Como hoy es Día del Trabajo, me dio pereza trabajar. Así que actualizamos esta historia escrita en el siglo pasado, en reconocimiento a la importancia del  relevo generacional en las obligaciones familiares .

Pablo (hijo) ha llegado a la edad del SFO. La sigla corresponde a Servicio Familiar Obligatorio. Ya no puede alegar que es un niño. Así que tiene frente a sí el ineludible deber del clan familiar. Visitar a la tía Sofi.

La tía Sofi vive en un pueblo, en una casa vieja llena de objetos ídem. Se casó joven con un empresario de calzado, quien murió aplastado por un contenedor lleno de zapatos importados. La pariente recibió una rica herencia que supo enriquecer a punta de inversiones. No tuvo hijos, de manera que su única familia es la de Pablo y su parentela. Estos, desinteresadamente (!), viven pendientes de la salud de la viejita (85 años y sale a caminar todas las mañanas), y de que no pase sola largas temporadas. Entonces se rotan para hacerle compañía. Y esta vez le figura a Pablo hijo, como alguna vez le figuró a Pablo papá.

Así que obedeciendo la perentoria orden de vaya donde su tía, el joven inicia la visita. Llega tarde en la noche, por lo que apenas alcanza a saludarla y luego se instala en su cuarto. La habitación está decorada por retratos de abuelos, primos, hermanos y demás parientes de Sofi con un elemento común. Todos están muertos. Observado desde múltiples ángulos por los que ya se fueron, Pablo intenta dormir. Su cama, por cierto, sirvió de puerta de salida del mundo a un porcentaje representativo de los protagonistas de los retratos. Después de convencerse a sí mismo de que los parientes no se espantan entre ellos, darle explicaciones lógicas y estructurales a la multitud de sonidos nocturnos de la casa vieja, y hacerse un lavado de cerebro para olvidar la cosa peluda que le pareció ver bajo la cama, al fin medio cierra los ojos.

Son más o menos las 4 y 30 de la mañana cuando la tía lo levanta y se lo lleva a caminar por el parque, en compañía de un grupo de viejos vitaminizados que nunca se cansan, y cada rato se burlan de "ese joven tan flojo", mientras le dan la vuelta número 25 a la zona verde.

Como la matrona entró a la onda de la comida natural y orgánica, durante la visita Pablo se alimenta a punta de paisaje (cosas verdes arrancadas de la tierra). Además, ella le cuenta, detalladamente, la historia del tatarabuelo que rompió monte a punta de machete hasta llegar al terreno donde él y su esposa crearon el hogar del que desciende toda la estirpe. El primer día es hasta interesante. El problema es que cada vez que se le pone al alcance le narra los mismos acontecimientos.

Ese es el programa hasta mediodía. Otro almuerzo verde y después la siesta. Ese momento será aprovechado por Pablo para sacar el celular  —escondido y silenciado porque Sofi detesta esos “malditos aparatos que tienen como bobos a todos"— y comunicarse con el mundo exterior. Claro que en la casa de la señora existe un teléfono fijo… bloqueado mediante un candado en el disco. Sí, es de disco.

Por la tarde viene la visita de las amigas. Entonces Pablo pasará dos horas hablando con “sardinas” de 70, 80 y 90 años mientras toman té y repiten constantemente... “pensar que yo cargué a este muchacho".

Finalmente, llega otra noche, y Pablo —después de una tercera tanda verde— piensa en como escabullirse al cuarto para otra ronda de celular. Pero antes viene el trisario. Y como lo que le sobra en físico le falta en memoria, a la tía se le confunden santos y letanías. Conclusión, serán entre 10 y 11 de la noche cuando finalmente se desocupe.

A esa hora, solo queda irse a dormir.

Y a Pablo todavía le queda una semana, con algo en que pensar.

¿Qué era esa cosa peluda debajo de la cama?