Hace unas semanas alguien anunció con fecha y detalle la llegada de los extraterrestres. Como suele pasar en esos casos, no llegaron el día anunciado, no llegaron al otro día y no han llegado todavía. Bueno, eso es lo que el mundo cree. Pero el Ciclonauta sabe que no es cierto. Ellos están aquí. Por sí las dudas, ellos son los extraterrestres. No es claro a qué vinieron, pero sí la evidencia de su presencia en la tercera roca del Sol.
Y también por si las dudas, el Ciclonauta no se llama así, pero anda en cicla (bici, para los más jóvenes). De ahí el seudónimo. Vive en Bogotá, ejemplo mundial por su red de ciclorrutas. Ciclorrutas abundantes y planilladas dentro de los proyectos de movilidad. Ciclorrutas para andar en cicla. Por lo menos en teoría.
Usuario veterano del sistema, tuvo que compartir con peatones despistados y otros el espacio “exclusivo” de los ciclistas. Aunque incómodo, el asunto tenía su explicación. Era algo nuevo, la gente no tenía muy claro eso de zonas solo para pedalistas y, es de reconocer, con el paso del tiempo cada uno cogió su carril.
Y entonces llegó la pandemia.
En Bogotá, una de las consecuencias fue que la administración, “cicloexpropió” amplios segmentos de la calzada que eran de uso automotor. Dicho de otra forma, le quitó carriles a los carros y se los dejó a las bicicletas. El Ciclonauta insiste en este punto. ¡Se los dejó A LAS BICICLETAS! En las vías instalaron separadores (temporales o permanentes) para garantizar su uso exclusivo -en espacios con anchos de entre uno y tres metros- por parte de los velocípedos y algunos híbridos como ciclomotores y patinetas.
El Ciclonauta agrega que los andenes no perdieron un centímetro. Es más, en algunos lugares se recuperaron en la medida en que ciclorrutas que compartían espacio con peatones pasaron a la calzada. Incluso hay sitios donde las opciones para caminar, trotar, correr o saltar en un pie incluyen algún tipo de parque lineal.
Pero un día, sobre esa área reservada a los pedalazos y las ruedas empezaron a aparecer unos extraños seres. Jóvenes, ellos y ellas. Vestidos con ropa deportiva, al parecer de marca. Casi todos encascados en audífonos, preferiblemente inalámbricos. De mirada perdida. No pedaleaban. Trotaban. A veces con perro. Trotaban sin importarles la abundante señalización que marcaba el área como de uso exclusivo para ciclistas. Trotaban pese a disponer de andenes -muchas veces enormes- a ambos lados de la calle, carrera, autopista o avenida. Andenes vacíos, diseñados, construidos y concebidos para peatones. Pero ellos trotaban incluso por la ciclorruta al lado del parque lineal y por la ciclorruta de andén compartido con amplio espacio para peatones, ignorando olímpicamente los avisos, letreros y dibujos (hasta en el piso) que delimitan esos espacios.
El Ciclonauta intentó comunicarse. Acepta que a veces el tono no fue el mejor. Pero sus mensajes de “le regalo dos andenes”, “al lado tiene un parque pa’ que trote”, “esto es pa’ bicicletas”, o “quite de ahí despistado” no fueron acogidos y posiblemente ni siquiera escuchados por aquello de los audífonos.
Él no entendía porque algo obvio como que una ciclorruta no es una pista de trote escapaba a la comprensión de estos personajes. El mensaje era tan claro que hasta los niños lo captaban. Y una noche de desvelo llegó la epifanía. Por supuesto. Los que no entendían eran ellos. No entendían el concepto de bicicleta, el concepto de espacio exclusivo, el concepto de andén, el concepto de calzada, el concepto de ruedas.
Como los terrícolas llevan décadas – siglos, en el caso de la rueda – manejando esos conceptos la explicación se hizo evidente. No son terrícolas. Vienen de otro planeta. Alerta mundo, los extraterrestres están aquí. Trotan por las ciclorrutas de Bogotá. La invasión ha comenzado.