Para ellas, el reconocimiento es más que justo. Eso es lo primero que se debe decir sobre el tema. Y
no es cierto que no exista su equivalente para el gremio masculino. Lo que pasa
es que el Día de la Mujer recibe amplio despliegue, mientras que el Día del
Hombre es medio clandestino. Y los
hombres deberían estar agradecidos. Porque esa clandestinidad los
mantiene a salvo de una serie de efectos secundarios medio complicados que se
derivan de la celebración de marras.
Por ejemplo, al
terminar el día no tienen que andar enhuesados con un montón de rosas envueltas
en papel transparente, todas iguales. Y
digo enhuesados porque trate de cargar una rosa en un bus durante las horas
pico sin que se desbarate. O consiga un taxi en similares circunstancias. O ande en bicicleta, moto o cualquier transporte individual. Y eso
que no falta el creativo que introduce variantes peligrosas como dejar las
espinas, o cambiar el solitario por un ramo. Y la homenajeada es la que debe
lidiar con su cargamento vegetal en medio del transporte público.
Y hablando de creativos en materia de floricultura, una
tendencia más peligrosa ha ido haciendo
carrera. Las rosas son frágiles, pero por lo menos son pequeñas. Algún genio tuvo la idea de pasar a las ligas
mayores como los crisantemos, los lirios o los girasoles. Y sí, con tallo y
todo. Para aquellos cuyo fuerte no está
en la botánica, les recuerdo que cada flor de las mencionadas tiene tremendo
tallo, cuya extensión es comparable a la de un brazo humano. Ese es el regalito
que se debe cargar en un bus atestado camino a casa, junto con la cartera, el paraguas
y el celular.
Otra ventaja de los hombres en materia de regalos
encartadores tiene que ver con los donantes. Ellos no deben lidiar con los
(bueno, para su caso sería las) oportunistas del Día de la Mujer. Aquellos
compañeros de planta, oficina, taller, aula, cocina o similares cuyas intenciones trascienden lo laboral pero no clasifican para la dama
de turno. Ellos aprovechan la fecha para
invadir las zonas de seguridad. Ese día dan regalos, mandan mensajes, hacen
invitaciones, ponen a consideración propuestas decentes e incluso de las otras.
Cualquier otro día, para la homenajeada en mención es fácil ignorar, poner en
su sitio o deshacerse del sujeto. Pero cada 8 de marzo toca aguantárselos.
A los hombres tampoco les organizan eventos diseñados con la
mejor intención, pero no siempre con los mejores resultados. No tienen que
asistir a almuerzos demasiado elegantes
para su gusto tradicional, o demasiado típicos para su gusto elegante. No deben aguantarse ni el discurso
de ese jefe excesivamente creativo mientras se enfría la sopa, ni el acoso
camuflado en homenaje de algún mando medio pasado de tragos, ni ciertos
espectáculos artísticos de bajo presupuesto y discutible gusto.
Tampoco es común que al final del día, -independientemente
de la floricultura comentada en los
primeros párrafos- dispongan de una dotación de dulces, chocolates, colombinas,
chicles, maní, caramelos que atentan tanto contra sus niveles de glucosa, como
contra aquella dieta que bastante esfuerzo les ha costado.
Así que, como hombre, con algo de retraso, le deseo a todas
las lectoras de este blog un Feliz Día de
la Mujer, que de manera justa e inobjetable reconoce el maravilloso
aporte que como amigas, compañeras, parejas, madres le hacen a la vida, y al personal
ubicado al otro lado de la cuestión de
género.
Y, por favor, no me lo vayan a retribuir.