jueves, 2 de junio de 2016

Teoría y práctica del arte de humhunear


Preocupado ante la caída en el rendimiento de sus estudiantes, el profe González optó por revisar su estrategia pedagógica. Educador de la vieja guardia, basaba el proceso de enseñanza aprendizaje en una antigua máxima: “En sentido figurado, cada uno de los signos gráficos que componen el alfabeto de un idioma pueden entran a formar parte del conocimiento de un individuo mediante el uso alternado de  reprensión, aviso, consejo, amonestación o corrección, incluso con la presencia del líquido, generalmente de color rojo, que circula por las arterias y venas del cuerpo de los animales”.

González sabe que este principio –cuya versión tradicional es “la letra con sangre entra” – no es aplicable, de forma literal,  en estos tiempos,  Ni siquiera para sus alumnos, que teóricamente ya no están protegidos por el derecho del niño, porque su ámbito de trabajo es la universidad. Pero ya que el color rojo está desterrado del aula como fluido corporal, hace presencia mediante aplicación sistemática de ceros y otras notas que aparecen en tono carmesí en los reportes parciales.

Pero el esquema ya no parece tan exitoso como en otros tiempos, donde una mala nota administrada a tiempo estimulaba al estudiante para la superación personal. Alguien le propuso a González trabajar más de cerca con sus aprendices, mediante asesorías personalizadas. Y funcionó. Bueno, en parte de los casos. En otros, González detectó una curiosa constante. Él se sentaba frente al estudiante, quien lo miraba con interés. El educador comenzaba a explicar porque algún trabajo no obtuvo el resultado esperado, mientras su interlocutor rotaban la mirada entre el profesor y el trabajo, hasta que –tarde o temprano– sonaba el primer Hummm.

Más adelante, frente a algún punto especialmente complejo donde González ponía toda su habilidad pedagógica para garantizar la cabal comprensión del tema volvía a aparecer el susodicho comentario; Hmmmm, hummmm

Y proseguía. El sonido nunca cambiaba, la entonación sí. Había un hummm que sonaba a curiosidad, otro que expresaba a satisfacción, un tercero interpretable como cabal comprensión del tema (normalmente reforzado por el lenguaje corporal del asentimiento con la cabeza) y así sucesivamente.

La cosa hubiera tenido un final feliz, si no fuera porque en el siguiente trabajo los mismos estudiantes cometieron los mismos errores. Y una nueva sesión de asesorías personalizadas generó idéntica reacción que en la anterior. Y cuando el fenómeno pasó de esporádico a constante, González empezó a caer en cuenta de que la situación le parecía conocida.

No demandó mayor esfuerzo encontrarla en otros escenarios. El padre que regaña al hijo. La autoridad que amonesta al civil sorprendido en alguna falta menor. El jefe que entrega a su subalterno información detallada sobre algún procedimiento. La novia que narra detalladamente  a su pareja algún problema personal, mientras este responde con el sonido de marras mientras su cerebro espera el siguiente partido de la Selección. 

Diferentes personajes y circunstancias que han convertido a Gonzalo en el principal promotor para la inclusión de una nueva palabra en el idioma español.

El verbo humhunear