Preocupado ante la caída en el rendimiento de sus
estudiantes, el profe González optó por revisar su estrategia pedagógica.
Educador de la vieja guardia, basaba el proceso de enseñanza aprendizaje en una
antigua máxima: “En sentido figurado, cada uno de los signos gráficos que
componen el alfabeto de un idioma pueden entran a formar parte del conocimiento
de un individuo mediante el uso alternado de
reprensión, aviso, consejo, amonestación o corrección, incluso con la
presencia del líquido, generalmente de color rojo, que circula por las arterias
y venas del cuerpo de los animales”.
González sabe que este principio –cuya versión tradicional
es “la letra con sangre entra” – no es aplicable, de forma literal, en estos tiempos, Ni siquiera para sus alumnos, que
teóricamente ya no están protegidos por el derecho del niño, porque su ámbito
de trabajo es la universidad. Pero ya que el color rojo está desterrado del
aula como fluido corporal, hace
presencia mediante aplicación sistemática de ceros y otras notas que aparecen
en tono carmesí en los reportes parciales.
Pero el esquema ya no parece tan exitoso como en otros
tiempos, donde una mala nota administrada a tiempo estimulaba al estudiante
para la superación personal. Alguien le propuso a González trabajar más de
cerca con sus aprendices, mediante asesorías personalizadas. Y funcionó. Bueno,
en parte de los casos. En otros, González detectó una curiosa constante. Él se
sentaba frente al estudiante, quien lo miraba con interés. El educador
comenzaba a explicar porque algún trabajo no obtuvo el resultado esperado,
mientras su interlocutor rotaban la mirada entre el profesor y el trabajo,
hasta que –tarde o temprano– sonaba el primer Hummm.
Más adelante, frente a algún punto especialmente complejo
donde González ponía toda su habilidad pedagógica para garantizar la cabal
comprensión del tema volvía a aparecer el susodicho comentario; Hmmmm, hummmm
Y proseguía. El sonido nunca cambiaba, la entonación sí.
Había un hummm que sonaba a curiosidad, otro que expresaba a satisfacción, un
tercero interpretable como cabal comprensión del tema (normalmente reforzado
por el lenguaje corporal del asentimiento con la cabeza) y así sucesivamente.
La cosa hubiera tenido un final feliz, si no fuera porque en
el siguiente trabajo los mismos estudiantes cometieron los mismos errores. Y
una nueva sesión de asesorías personalizadas generó idéntica reacción que en la
anterior. Y cuando el fenómeno pasó de esporádico a constante, González empezó
a caer en cuenta de que la situación le parecía conocida.
No demandó mayor esfuerzo encontrarla en otros escenarios.
El padre que regaña al hijo. La autoridad que amonesta al civil sorprendido en
alguna falta menor. El jefe que entrega a su subalterno información detallada
sobre algún procedimiento. La novia que narra detalladamente a su pareja algún problema personal, mientras
este responde con el sonido de marras mientras su cerebro espera el siguiente
partido de la Selección.
Diferentes personajes y circunstancias que han convertido a Gonzalo en el principal
promotor para la inclusión de una nueva palabra en el idioma español.
El verbo humhunear
El verbo humhunear