martes, 30 de agosto de 2016

Deportista de portada

Ese país tuvo una figuración inesperadamente buena en los campeonatos mundiales de atletismo. Los cantantes, actrices, héroes de reality, presentadoras y modelos quedaron momentáneamente out. Lo in pasó a ser el deportista de élite con su historia de sacrificio y superación y, lo más importante, su fotogénico cuerpo, ideal para la portada.

En tiempos de Internet, las revistas libran su batalla contra el futuro a punta de portadas.  Falta un estudio serio sobre si esto funciona o no, pero nadie niega que genera empleo. Empleo para fotógrafos, peinadoras, diseñadores, luminotécnicos, decoradores y productores. Representantes de estos gremios pasan horas trasteando, maquillando, peinando, vistiendo alumbrando y emperifollando a la celebridad de turno. Todo para obtener esa foto que, dicen, incrementará las ventas de la publicación de turno. El resto de las fotos, –pues se hacen tomas en cantidades industriales– acompañarán algún texto repleto de lugares comunes en páginas interiores. Y todos felices.

Casi todos. Carlos, el editor de esa revista, llegó tarde al baile. La competencia ya se había apoderado de las deportistas exitosas. Las ganadoras. Tanto las que se veían sexys en una selfie tomada con mala luz, como a las que había que maquillar, vestir, e iluminar para lograr una foto medianamente sexy,  ideal para… tres horas de photoshop.

Pero nuestro editor ya había perdido el primer round con esas… y con esos. Los caballeros triunfantes también fueron acaparados por publicaciones con más contactos, más recursos, más influencias o todas las anteriores. Urgía un plan B. No todos los deportistas bonitos eran ganadores. Algunos, de hecho, apestaban en materia de resultados. Pero eran fotogénicos. Y existían palabras como “esperanza”,  “futuro”, “aprendizaje” y demás para decir perdedores de manera que sonara bonito.

La idea era buena, pero no original.  Ese fue el amargo descubrimiento de Carlos. Las actividades físicas con desempeños inversamente proporcionales al aspecto físico de sus protagonistas habían sido objeto de una rapiña periodística. Revistas nacionales y regionales se habían apoderado de cualquier atleta con un mínimo de empatía con la cámara. Y la hora de cierre se acercaba de manera inexorable.

En el atletismo hay carreras, saltos y lanzamientos. Corredores y corredoras, saltadores y saltadoras estaban ya en proceso de impresión. Por razones no del todo claras, el país contaba con muy pocos competidores en lanzamientos. De hecho, solo hubo uno. De martillo. Y quedó de último.

El editor no estaba seguro, hasta que vio en internet la escultura del Discóbolo. Vio el cuerpo perfecto representado en la escultura y en su mente creativa visualizó una representación contemporánea, protagonizada por el anónimo lanzador.

Los contactos se hicieron por teléfono y contrarreloj. El atleta aceptó encantado. Quedaron de verse con todo el equipo (fotógrafo, maquillador, diseñador, productor y editor) a primera hora. Pero en vez del adonis que todos esperaban lo que llegó fue un tipo chiquito, macizo y paticortico. Y con cara de yo no sirvo para portadas. Algo así como quien espera un Ferrari y le aparecen con un tanque de guerra.  La masa de músculos ideal para arrojar un objeto pesado lo más lejos posible. Algo así como el discóbolo, pero en versión nevera. O nevecón.  Pura fibra. Cero fotogenia. Pero ya no había tiempo para más, así que la portada tuvo su atleta. 

Curiosamente, no le fue tan mal en ventas.