jueves, 10 de septiembre de 2015

Subir una foto; ayer y hoy


“Eso está muy pesado. Colguémoslo en la nube”.

Suena lógico. Si un archivo ocupa mucho espacio, en vez de despacharlo por correo es mejor subirlo a un sitio donde otro lo pueda bajar, de acuerdo con la memoria disponible en su dispositivo

Pero en épocas pasadas –y no mucho–  quienes proponían colgar cosas en las nubes eran de dos tipos: los poetas –laureados y reconocidos- y los locos –sedados y encerrados-.

Las memorias se leían en libros escritos por personajes ilustres; subir y bajar eran verbos que se conjugaban en escaleras, rampas y rodaderos; el correo estaba a cargo de señores con bicicleta, uniforme y envidiable estado físico; y ocupar demasiado espacio era privilegio de gordos, tractomulas y bodegas.

Palabras que nos acompañaron toda la vida han ido expandiendo su significado. Y ese cambio se refleja en expresiones comunes. Esas mismas expresiones, hace pocos años, hubieran sonado a delirio, a sueños imposibles, a incoherencia o a estupidez.

Cuántos estudiantes de resultados mediocres soñaron con que la aplicación (afición y asiduidad con que se hace algo, especialmente el estudio, según la Real Academia) en vez de depender del esfuerzo y la constancia, se pudiera instalar. ¿En que momento colgar una foto dejó de involucrar martillo, puntilla, pared, golpe en el dedo y madrazo?

Eran otros tiempos. Y hablando de tiempo, la escasez de minutos no se solucionaba comprándolos en la tienda de la esquina. De hecho, comprar tiempo era una compleja metáfora aplicable a acciones estratégicas encaminadas a despistar al enemigo con el fin de aplazar sus movimientos… Bueno, la idea es mostrar que quien dijera “voy a comprar unos minutos y ya vuelvo”, era firme candidato a cliente de psiquiatra.

Los muros solo se levantaban con ladrillo y concreto. Los virus, antivirus y vacunas concernían al honorable cuerpo médico y a niños llorando: Un programa se veía por televisión o se realizaba entre amigos y un programita en pareja, cuando no era muy católico. La @ servía para comercializar papa al por mayor. Se conectaban los aparatos, no las personas. Las tabletas se tomaban con agua por prescripción o automedicación. Lo único que se podía leer en el teléfono eran los números y letras del discado –o teclado-, y, a veces, una marca y algunos datos técnicos por debajo.

Subir o bajar un video implicaba cambiar de piso el betamax o el VHS. No se requerían fotos para destacar la resolución de alguien. Las tendencias (sin #) eran un asunto de moda guardado en el clóset –del cual se salía en circunstancias diferentes a las actuales, pero eso es otra historia–. Un paquete venía empacado, envuelto y debajo del brazo; y los combos eran de amigos o involucraban gaseosa y plato fuerte.

Y como llegó el momento de cerrar este texto –sin llaves ni puertas – aprovecho para reiterar mi invitación a que suban sus comentarios.

No se necesitan escaleras.