La especialidad de Manrique no nos interesa, solo digamos
que es multidisciplinaría. Con unos leves ajustes aplica (entre otros) para
monjas de clausura, militares alejados del campo de batalla, oficinistas
proactivos y de los otros, educadores interesados en sumar puntos para su
escala salarial, reinas de belleza en plan de superación, profesionales varios, operadores bilingües
de call center y operadores de maquinaria pesada. El problema del conferencista
no es adaptar su discurso. El hombre es pragmático y se adapta a lo que venga.
Pero no ha podido con los recesos.
Durante jornadas que superan las dos horas de duración llega
un momento en el cual hay que dejar de
verse la cara. Es una cuestión de higiene mental, de cansancio físico. A a
veces de hambre. Viene a ser lo mismo que el recreo de los tiempos escolares.
Parece el más sencillo de los conceptos. Interrumpir la
actividad y tomarse un descanso de 15 minutos. O de 20. Generalmente no supera
los 30, nominalmente hablando. Es más, Manrique mira su reloj, indica
expresamente la hora de salida y la de entrada. A menos que haya implicaciones
alimenticias –léase refrigerio– o
necesidades inaplazables al fondo a la derecha, el hombre permanece en el
salón. Y pasados los 15, 20 o 30, no llega nadie.
Los primeros aparecerán 3 o 4
minutos tarde, con un desgano evidente. Otros se quedarán en la puerta o en las
afueras para ingresar cuando llegue el grueso, entre 10 y 15 minutos después de
la hora fijada. El grueso no es algún participante con sobrepeso, sino los
asistentes suficientes para hacer quórum.
Manrique ha ensayado diversas opciones. Una cuidadosa
explicación sobre la importancia de aprovechar al máximo el tiempo disponible.
Normalmente aprobada con movimientos de cabeza y sonidos aprobatorios (humhuneada). Sobre todo por esa mayoría que regresará
tarde en cada uno de los descansos.
Como estos no son alumnos sino clientes, cerrar la puerta no
es una opción. Y empezar puntual con los que haya –si es que hay- tampoco. Los que llegan tarde se rezagan y
toca repetir todo. En cierto momento Manrique pensó que era un problema de
entorno. Un representativo grupo de asistentes no voluntarios (leáse obligados)
aprovechaba los espacios libres para no colgarse tanto en sus obligaciones
diarias.
Por eso, durante un tiempo el hombre pidió espacios lejos de
oficinas, talleres y demás instalaciones
laborales. Como la pelea que sí ganó fue lograr celulares y demás
dispositivos apagados durante las sesiones, cada descanso era aprovechado por
los asistentes para abalanzarse sobre la tecnología para actualizarse. O para
discutir con otros compañeros temas laborales y de los otros cuya disertación
sobrepasaba el tiempo disponible. O para mirar las estrellas. Esa puede ser una
explicación plausible a las demoras, porque normalmente las capacitaciones son
de día.
Ni la lógica, ni la pedagogía, ni la locación. Nada
funcionó. Solo quedaba el truco sucio. Teóricamente. los descansos durante los
seminarios de Manrique son de 15 minutos. Así figuran en la cotización y en el
programa. Pero solo él sabe que
realmente ha presupuestado 20, con posibilidad de extenderse los 30. Por algo
le dieron ese doctorado