Pardo ya tiene sus años. Alguna vez, siendo niño, acompañó a su padre al banco. Los atendió un tipo de saco y corbata que nunca sonrió. El entonces “Pardito”, intrigado por una oficina cerrada, al fondo, sin ventanas, con una guardia pretoriana de dos secretarias y sendos escritorios gigantescos, preguntó qué era eso.
—La oficina del doctor Urrutia Sierra, nuestro gerente. Allí solo entran los más importantes.
Ya en tiempos modernos, Pardo debe hacer una vuelta de banco en modalidad presencial. Se anota en la maquinita, recibe el papelito numerado y espera hasta que lo llama la simpática y sonriente ejecutiva comercial. Durante la diligencia, la funcionaria menciona unas cuantas veces a un tal Pacho, encargado de ciertas tareas necesarias para llevar a feliz término el trámite. Es evidente que se trata de alguien de absoluta confianza y disponibilidad cuasi permanente, aunque en ese momento no está en la oficina. Al ser horario de almuerzo, Pardo piensa que el funcionario se encuentra en su turno de alimentación.
Parte de la diligencia requiere confirmación en línea desde la principal. Hecha la solicitud —vía intranet, por supuesto— el procedimiento entra en una especie de punto muerto mientras llega la respuesta. Justo en ese momento suena el teléfono y la ejecutiva, después de responder, pide permiso para atender la consulta respectiva. Por razones obvias el cliente solo escucha una parte de la conversación. Es algo como esto.
—(Habla quien llama).
—Si señor. Ya recibimos todos los documentos y se los pasé a Pacho para que haga la revisión.
—(Habla quien llama).
—Yo no le podría dar un término exacto pero apenas lo vea le pregunto y le cuento.
—(Habla quien llama).
—Usted ya sabe que con Pacho, desde que los requisitos estén completos eso es rápido. Y por lo que yo vi no tendría por qué haber problemas.
—(Habla quien llama).
—(Risas) Sí, Pacho es así. (Risas de nuevo).
—(Habla quien llama).
—Espere pregunto, si quiere llámeme en 30 minutos. Es que estoy atendiendo otro cliente por acá.
—(Habla quien llama).
La ejecutiva revisa de nuevo su computador pero la respuesta de la central aún no ha llegado. Entonces le consulta a la vigilante si Pacho salió hace mucho.
—No doctora, pero Pacho no se demora almorzando. De repente la doctora Patricia sabe algo.
La ejecutiva pide permiso y se dirige hacia el cubículo marcado como Jefe de Servicios, donde una elegante mujer, presumiblemente la doctora Patricia, conversa con ella durante varios minutos. Regresa. Las noticias son excelentes. Ya hay respuesta de la principal. La jefe (así la llama) también dio su visto bueno y solo falta que los documentos pasen por Pacho para que el procedimiento culmine exitosamente.
Por pura curiosidad, Pardo pregunta. La respuesta, además de informar, le recuerda que los años no pasan gratis, y que ciertas cosas han cambiado bastante.
—Muchas gracias señorita. Una inquietud, ¿quién es ese Pacho?
—¿Ese Pacho?... el gerente de la sucursal.