Ahora resulta que las hojas de vida ya no son hojas de vida sino CV (curriculum vitae, así el latín sea una lengua muerta). Que no son para mostrar la trayectoria de vida, educación y experiencia laboral sino para conseguir entrevistas. Que si fracaso en la entrevista no es porque están buscando a otro, sino porque di respuestas incorrectas a preguntas etéreas como esa de cómo se ve en 10 años (pues más viejo, pero no dije eso) o cuál es su mayor debilidad (pues los tamales, pero eso tampoco lo dije). O porque no pregunté lo suficiente ni lo adecuado, aunque, se supone, que el rol del entrevistado (yo) es contestar, no preguntar.
Antes, eso que los economistas llaman formar parte de la población económicamente activa y el resto de los mortales trabajar era cuestión de terminar la etapa educativa en oficio o profesión, necesitar plata o aburrirse de depender económicamente de otro (o que otro se aburriera de mantenerlo a uno). Había privilegiados, quienes tenían oportunidades en su círculo cercano, con algún pariente o amigo que conocía (o era) potencial empleador. La mayoría debían buscar convocatorias públicas en medios de comunicación, carteleras, postes, correo de las brujas o internet. El ciclo se repetía si el personal se quedaba sin empleo por decisión, normalmente del empleador o, muy (pero muy) ocasionalmente, del empleado.
El siguiente paso era repartir hojas de vida (digo, CV) cual natilla en Navidad hasta lograr (uniendo suerte, capacidades, influencias y hasta milagros) engancharse en un “proceso”. Normalmente incluía entrevista (s) y mecanismo (s) destinados a demostrar que uno sabía hacer eso para lo que aspiraba a ser contratado.
Pero cuando apareció internet, primero, y luego las redes sociales, proliferaron (y proliferan) los expertos. Esos que de forma elegante (aunque nada original, porque ese siempre ha sido el libreto de los gurús de la autoayuda) “te” informan que todo es “tu” culpa. Pero “tú” tranquilo; ellos tienen la solución infalible. Si usted todavía no ocupa la vacante laboral de sus sueños no es porque la economía esté mal, porque en su país no existe una oferta adecuada para su perfil, o porque hay candidatos que lo superan en todos los aspectos objetivos y subjetivos. Es porque “tú” no te has esforzado lo suficiente.
Así que en formato de video, pdf, podcast, meme, qué sé yo, el desempleado encuentra recomendaciones de todo tipo a las que parece que les falta algo. Lo cual es cierto porque la idea es que el interesado pique el anzuelo y compre el libro; se suscriba al podcast, boletín o blog; le dé likes al video; o pague la módica cuota para el seminario, donde, ahí sí, recibirá la fórmula mágica para conseguir ese trabajo.
Se supone que los reclutadores o contratantes son una especie de secta repleta de secretos que ellos, los asesores, nos van revelar. Vestuario pertinente, formato ideal para la hoja de vida (perdón, el CV), pautas de entrevista personal, de entrevista virtual y de seducción (profesionalmente hablando) al entrevistador.
Como cualquier grupo de expertos que se respete, sus consejos son tan sabios como contradictorios. “Vístase para generar la mejor primera impresión”, dicen unos; “sea usted mismo en la presentación personal”, aseguran otros. “Hay que ser estratégico en las respuestas”, explican unos; “lo importante es la espontáneidad al hablar”, resaltan otros. “Son básicas las competencias aplicables en cualquier entorno laboral”, recomiendan algunos; “nuestra marca personal, especialización y habilidades diferenciadoras son las claves”, señalan otros. “El CV debe ser diseñado pensando en el impacto visual, como si fuera una página web o una obra de arte”, proponen unos; “en la hoja de vida solo importa que el contenido demuestre que somos los precisos para esa vacante”, sostienen otros. Y así en una escalada interminable de paradojas.
Eso es solo parte de lo que vende la industria del desempleo. Esa que, necesario reconocerlo, suponemos que genera mucho empleo… por lo menos a quienes asesoran a los que no tienen empleo.