Primero lograron un impuesto al consumo de bolsas plásticas. Luego obtuvieron una prohibición parcial de su uso. Los ecologistas cobran como victorias esos ajustes en el marco legal vigente. No solo (dicen) cambiaron la Ley, sino que ellos generaron nuevos comportamientos de la gente para beneficio del medio ambiente.
Mienten.
Esto comenzó mucho antes del discurso verde, de los objetivos de Desarrollo Sostenible y de que salvar al planeta no involucrara pelear con invasores alienígenas sino cambiar comportamientos.
Y yo soy la prueba. Pertenezco a una institución, una tradición, una costumbre, un comportamiento cultural atávico arraigado que lleva a resultados similares, así los objetivos sean diferentes.
La verdad no sé cuando aparecimos. En cambio, tengo absolutamente claro quien es nuestro origen, nuestro génesis, nuestra madre. Lo de madre es literal. Venimos de esas mujeres. Mujeres de otras épocas. Amas de casa de tiempo completo. Expertas en hacer rendir los recursos escasos del presupuesto familiar para satisfacer las necesidades ilimitadas de hogares donde lo único que abundaba eran los hijos e hijas.
Ellas se inventaron el reciclaje. Y gracias a ese aporte un día nacimos, en el seno de una o varias familias.
Porque de ahí venimos. De un lugar de residencia donde conviven padre, madre, prole y demás parientes. Hablando de parentela, en tiempos recientes algunos de nuestros descendientes se han extendido a empresas, comercios y lugares públicos. Pero nosotros comenzamos como un asunto familiar.
Inicialmente teníamos otra vocación. No todos somos iguales. Algunos nos caracterizamos por belleza y elegancia dignas del más rebuscado diseño. Otros, en cambio, destacan por valores físicos como fuerza y resistencia. El elemento común es el tamaño. Ese que sí importa. Entre más grandes, mejor.
Llegamos a las familias cumpliendo una función similar a aquella que ocupará el resto de nuestra existencia. Una vez cumplida esa misión ella, la madre, decidió. Decidió darnos una segunda oportunidad que incluye ubicación y nuevo oficio.
Podemos estar en la cocina, en un clóset, en el garaje, en el cuarto de San Alejo, en un patio o en cualquier otra parte de la casa o apartamento de turno. Como se darán cuenta, la discreción es parte del trabajo. Existimos pero no a la vista del público en general. Todos en casa nos conocen y saben dónde estamos, pero rara vez nos presentan a las visitas.
En principio nuestra usuaria es, de nuevo, la madre, pero poco a poco el resto de la familia se integra. Lo bueno es que así vamos creciendo. Lo malo es que cada vez los proveedores son más descuidados Empezamos el nuevo trabajo de una forma ordenada y sistemática pero poco a poco pasamos al descuido y la improvisación. Aún así, ahí estamos, disponibles en horario de 24 x 7.
De nuestra constitución y resistencia depende el tiempo que prestaremos servicio. Solucionamos todo tipo de problemas que pueden involucrar alimentos, encargos, almacenamiento, estudio, objetos prestados, trasteos y aseo —entre otros muchos— y, de pasadita, le damos una mano al medio ambiente.
Soy la bolsa (usada) de las bolsas usadas.