Boni, como le dicen sus parientes, utiliza preferencialmente el transporte público en modalidades tradicionales. Lo más tradicionales posibles. Es decir que cada avance de esos que simplifica la movilidad le complica la vida. El paso del pago en efectivo a la tarjeta estuvo a punto de mandarlo a psiquiatría. No entiende para qué, si todavía puede estirar el brazo, sirven las aplicaciones esas de taxis y similares. Y en último caso, siempre se puede llamar por teléfono.
Además, se enorgullece de conocer, como pocos, rutas, calles, recovecos y trayectos. Pero el mundo le cogió ventaja y solo se vino a dar cuenta cuando, por una circunstancia personal, pasó varios días en calidad de pasajero de los carros de la familia. Aunque ya sabía de las aplicaciones GPS, cuando las vio en acción le generaron antipatía inmediata. No entendió por qué, para ir a cualquier lugar, lo primero que hacía el conductor de turno era marcar ubicación en la máquina respectiva. Le pareció intrusiva y detestable la vocecita de “gire a la izquierda en 200 metros, cambie de carril, ha llegado a su destino...”
Más cuando ese recorrido era un rutina permanente del conductor en camino a su trabajo, en la ruta de los niños al colegio o para hacer las compras del día, de la semana o del mes. No importaba, si el aparato no estaba encendido, el respectivo automóvil no arrancaba.
Boni, primero, se atrevió a sugerir alguna ruta alterna. La propuesta fue escuchada con cortesía y cortésmente ignorada. Como lo racional era quedarse callado, Boni siguió hablando. Y como quien no quiere la cosa, soltó algún comentario sobre los efectos nocivos de la excesiva dependencia del ser humano moderno frente a las tecnologías emergentes…
((En realidad lo que dijo fue “¡Cuál es la pendejada con ese aparato!)
Entonces le explicaron las ventajas. Conocer con anticipación las vías congestionadas y evitarlas. Información sobre rutas alternas que ahorran tiempo y gasolina. Boni entendió los argumentos y de inmediato respondió con una reflexión sobre el impacto del desarrollo urbano en la cultura ciudadana a la hora de planear, realizar y culminar con éxito desplazamientos en las ciudades.
((En realidad lo que dijo fue “¡Pendejadas, la gente llegaba sin necesidad de aparatos!)
Y acto seguido ordenó, “voltee por acá a la derecha y verá”. En efecto vieron. Y oyeron. Vieron tremendo trancón cuatro cuadras más adelante y oyeron a la vocecita decir “gire a la izquierda en la próxima esquina” cuatro veces. Era evidente que Boni debía reconocer su equivocación. Y él, por supuesto, no lo hizo.
La guerra apenas había comenzado. De ahí en adelante cada trayecto donde coincidían Boni y alguna modalidad de GPS se convirtió en un concierto de órdenes y contraórdenes. Si la máquina decía gire, el hombre insistía en seguir derecho. Cuando la voz artificial pedía avenida principal, el pasajero sugería algún recoveco extraño. Y así hasta que el encargado del volante, exasperado, optaba por hacerle caso al GPS e ignorar a Boni, hacerle caso a Boni e ignorar al GPS o parar el carro y decirle al comunicativo pasajero !Entonces maneje usted!.
Por cierto, Boni no sabe manejar. Y últimamente ha notado que lo invitan, pero no le ofrecen transporte.