martes, 5 de julio de 2016

Me niego a casarme con mi bicicleta


¿Llueve? Tápese. ¿Es lejos? Madrugue. ¿Tiene afán? Acelere ¿Es inseguro? Compre cadena. ¿Es de noche? Ponga luces y use reflectivos. ¿Se cayó? Levántese ¿Está lesionado? Aguántese el dolor. ¿Encuentra una subida? Haga fuerza. ¿Se la robaron? Compre otra. ¿Pinchó? Despinche ¿Su novia prefiere el carro, el bus, la moto? Cambie…  de novia.

Lo más importante, lo trascendental, lo incontrovertible es que pase lo que pase usted  no se puede bajar de  la  bicicleta.

Hace algunos años, este aparato se relacionaba con entretenerse en los ratos libres y trasladarse de un lugar a otro. Hoy hablamos del futuro de la humanidad, la habitabilidad de los centros urbanos, la salud, el medio ambiente, el transporte amigable, la sostenibilidad, y el posconflicto (claro que ahora todo habla de eso, pero ese es otro cuento). De gente proactiva, apasionada, entusiasta y comprometida (leer paréntesis anterior).

Como pedalear se volvió tan importante, el paso siguiente es formalizar la relación hombre-velocípedo (¿velocípeda?). Escuché hace no mucho que un tipo se casó con su i-phone. Solo es cuestión de tiempo para que alguien proponga un maridaje similar con sus dos ruedas. Las de la bicicleta, Que son suyas –del novio o novia- por aquello de lo mío es tuyo.

Piénsenlo. Un coqueto anillo en el manubrio. Existen los votos (prometo acompañarte en la lluvia, los trancones, las caídas, los pinchazos, la distancia y la inseguridad hasta que el óxido o la delincuencia nos separe). Existe la fiesta (un ciclo paseo). Destaca la posibilidad de admitir la poligamia (o la poliandria, porque también es asunto de mujeres). Y en la luna de miel se ahorran lo del transporte.

Podría extenderme en las ventajas pero hablemos de los problemas. Los tipos escépticos, desapasionados y poco comprometidos. Los tipos como yo. Y para rematar, con antecedentes. En 1980 no había ciclorrutas ni ciclovías. Pedalear era un asunto de jardineros, escarabajos, niños en parque, bicicrosistas en borrador y mensajeros. Los carros reinaban en la vía, donde los ciclistas estaban en algún punto entre estorbo y molestia. En esos tiempos el autor de las Amilcaradas utilizó una bicicleta como medio de transporte durante los 2 primeros semestres de su carrera profesional (si algún contemporáneo lee la presente, favor confirmar). En el tercero también la usó, pero de otra  manera.  La vendió para ajustar lo de la matrícula.

A partir del año 2000, en tiempos de Peñalosa 1.0., con su recién construida red de ciclorrutas, las dos ruedas de tracción humana retomaron su papel como medio particular de transporte.  Entre las historias paralelas destaca la batalla campal contra la burocracia de un centro docente que consideró un verdadero galimatías administrativo abrir espacio para que uno de sus profesores (yo) parqueara su cicla (la mía). Abrieron espacio por un tiempo, pero finalmente se cerraron (literalmente). Es decir que ganaron.

Y el mundo no se acabó. A ese destino en particular llegamos por otros medios. Lo mismo que a diferentes lugares donde por efecto de distancia, exigencia laboral, clima, horario o condiciones de seguridad la cicla no parecía la mejor opción. Porque eso es  lo que es: una opción de transporte. No es una religión, no es el pueblo elegido de la cadena y las bielas y no es un compromiso que determina el futuro de la humanidad.

Así que lo lamento, pero yo no voy a casarme con mi bicicleta.