¿Llueve? Tápese.
¿Es lejos? Madrugue. ¿Tiene afán? Acelere ¿Es inseguro? Compre cadena. ¿Es de
noche? Ponga luces y use reflectivos. ¿Se cayó? Levántese ¿Está lesionado?
Aguántese el dolor. ¿Encuentra una subida? Haga fuerza. ¿Se la robaron? Compre
otra. ¿Pinchó? Despinche ¿Su novia prefiere el carro, el bus, la moto?
Cambie… de novia.
Lo más
importante, lo trascendental, lo incontrovertible es que pase lo que pase
usted no se puede bajar de la
bicicleta.
Hace algunos años,
este aparato se relacionaba con entretenerse en los ratos libres y trasladarse de un lugar
a otro. Hoy hablamos del futuro de la humanidad, la habitabilidad de los
centros urbanos, la salud, el medio ambiente, el transporte amigable, la
sostenibilidad, y el posconflicto (claro que ahora todo habla de eso, pero ese
es otro cuento). De gente proactiva, apasionada, entusiasta y
comprometida (leer paréntesis anterior).
Como pedalear se volvió tan importante, el paso siguiente es
formalizar la relación hombre-velocípedo (¿velocípeda?). Escuché hace
no mucho que un tipo se casó con su i-phone. Solo es cuestión de tiempo para
que alguien proponga un maridaje similar con sus dos ruedas. Las de la
bicicleta, Que son suyas –del novio o novia- por aquello de lo mío es tuyo.
Piénsenlo. Un
coqueto anillo en el manubrio. Existen los votos (prometo acompañarte en la
lluvia, los trancones, las caídas, los pinchazos, la distancia y la inseguridad
hasta que el óxido o la delincuencia nos separe). Existe la fiesta (un ciclo
paseo). Destaca la posibilidad de admitir la poligamia (o la poliandria, porque
también es asunto de mujeres). Y en la luna de miel se ahorran lo del
transporte.
Podría extenderme en las ventajas pero hablemos de los
problemas. Los tipos escépticos, desapasionados y poco comprometidos. Los tipos
como yo. Y para rematar, con antecedentes. En 1980 no había ciclorrutas ni ciclovías. Pedalear era un asunto de
jardineros, escarabajos, niños en parque, bicicrosistas en borrador y
mensajeros. Los carros reinaban en la vía, donde los ciclistas estaban en algún
punto entre estorbo y molestia. En esos tiempos el autor de las Amilcaradas
utilizó una bicicleta como medio de transporte durante los 2 primeros semestres
de su carrera profesional (si algún contemporáneo lee la presente, favor
confirmar). En el tercero también la usó, pero de otra manera.
La vendió para ajustar lo de la matrícula.
A partir del año
2000, en tiempos de Peñalosa 1.0., con su recién construida red de ciclorrutas,
las dos ruedas de tracción humana retomaron su papel como medio particular de
transporte. Entre las historias
paralelas destaca la batalla campal contra la burocracia de un centro docente
que consideró un verdadero galimatías administrativo abrir espacio para que
uno de sus profesores (yo) parqueara su cicla (la mía). Abrieron espacio por un
tiempo, pero finalmente se cerraron (literalmente). Es decir que ganaron.
Y el mundo no se
acabó. A ese destino en particular llegamos por otros medios. Lo mismo que a
diferentes lugares donde por efecto de distancia, exigencia laboral, clima,
horario o condiciones de seguridad la cicla no parecía la mejor opción. Porque
eso es lo que es: una opción de
transporte. No es una religión, no es el pueblo elegido de la cadena y las
bielas y no es un compromiso que determina el futuro de la humanidad.
Así que lo
lamento, pero yo no voy a casarme con mi bicicleta.