La escena se
desarrolló –porque es cierta- en un barrio de clase media del norte de Bogotá.
Una mujer pasea seis perros y al mismo tiempo habla por celular. No es tan
complicado como suena. El truco consiste en que las correas más largas ocupan
la mano que sostiene el equipo de comunicaciones pegado a la oreja.
Los perros hacen
muchas cosas, incluyendo una que suele presentarse tiempo después de su
alimentación. De hecho, esta actividad
es una de las razones principales por las que hay que sacarlos a pasear. Y uno
de los perros hace, precisamente, eso. Entonces nuestra protagonista también
hace… lo que hacen los acompañantes en esos casos. Saca una bolsa plástica, se
agacha, recoge el recuerdo canino de la acera y…
Un momento.
Recordemos que esta mujer no lleva uno sino seis animales. Y habla por celular
y continúa haciéndolo mientras se agacha sin soltar ninguna de las seis correas,
realizando una complicadísima maniobra para sacar la bolsa plástica de la
cartera.
El narrador, o sea
yo, se aleja del escenario con la clara idea de que ahí existe una historia. Y
sin saber en que terminó la anécdota callejera, durante los días subsiguientes trata de añadir la
dosis adecuada de creatividad para alimentar el blog.
Pero no sale, o
mejor, salen muchas opciones. Una versión combina moda y escatología: la dama
termina sentada encima del trabajo previo del perro, con el consiguiente
desastre en su pantalón. Una versión gira alrededor de la palabra, e involucra
a quien está al otro lado del teléfono en una conversación de la dama con sus
perros, generando malentendidos predestinados a algún tipo de desastre.
También está el
enfoque ideológico, donde la situación descrita se utilizaría para reanudar la
diatriba contra los demonios personales del autor. Por ejemplo, criticar la
excesiva dependencia de las generaciones más jóvenes con sus celulares;
demostrar que ese embeleco llamado multitarea es eso, un embeleco; o regañar a
los amos de los perros por dejar sus mascotas en manos de irresponsables.
Hasta pasan por la
mente desarrollos dramáticos con ahorcada a bordo, que lentamente se suavizan.
Entonces la ex ahorcada pasa a ser arrastrada, o mordida, o cualquier otro
verbo donde no sale muy bien parada, pero, lo más importante, todavía respira.
Un giro adicional
se enfoca en el celular. El respectivo aparato vuela, es pisoteado, funge como
pista de aterrizaje para otros desahogos fisiológicos de los canes, o al interlocutor
del otro lado de la línea ya no le hablan, sino que le ladran. Y esto último
ocurre en un momento clave del diálogo (reconciliación amorosa, propuesta
trascendental, revelación de información clave, propuesta laboral, cierre de
negocio).
Mientras la mente
trabaja en búsqueda de la opción más adecuada, la dictadura del espacio le
muestra al redactor que este texto ha llegado a su extensión máxima.
Y tanto él como los
pacientes lectores que hayan resistido esto hasta el final coinciden en dos
palabras:
Menos mal.