La idea del publicista parecía excelente. En el momento del partido definitivo, de la final del campeonato, con el estadio a reventar, un parapentista pasaría por encima del escenario deportivo, arrastrando una pancarta de “Tome Glusabroso”. El mejor lanzamiento posible para la bebida del siglo XXI.
Todos los problemas logísticos fueron solucionados. Los permisos de las autoridades. La ubicación y contratación del parapentista. El alquiler del avión. Las cuñas en la radio para que, en el momento indicado, avisarán al público que mirara hacia el cielo.
Pero el día del gran lanzamiento, oscuros nubarrones complicaron el panorama. Comenzó con una llovizna suave en la madrugada, que hacia las 10 de la mañana ya era tremendo aguacero. El publicista comenzó a ponerse nervioso. Al mediodía cuando las aguas arreciaron con furia sobre la ciudad y el estadio, ya se había fumado tres paquetes de cigarrillos de chocolate, porque precisamente la semana anterior había decidido dejar de fumar.
Eran las dos de la tarde cuando los elementos se calmaron, aunque gruesas nubes continuaron interponiéndose entre la gramilla y el sol. En el aeropuerto, piloto y parapentista respondieron con un “esperemos” a la pregunta del - a esas alturas - publicista embutido de chocolate. Y el reloj siguió corriendo hasta que la radio anunció el comienzo del partido...
...Faltaban 30 minutos para que el encuentro terminara. El equipo local ganaba uno por cero. El empate le bastaba al visitante para llevarse el campeonato. La torre de control finalmente autorizó el vuelo. Pasaron 15 minutos entre encendido, carreteo y despegue.
Entretanto, el visitante atacaba. Los locales se defendían con uñas y dientes, en inferioridad numérica a causa de las expulsiones. El público se comía las uñas, y le gritaba al hombre de negro, “¡Tiempo!” Nada podía quitar su atención del campo.
Por eso ni ellos, ni los jugadores, ni el arbitro, ni los camarógrafos, ni los fotógrafos le prestaron atención al parapentista que empezó a volar en círculos alrededor del estadio con su pancarta de “Tome Glusabroso" arrastrada a sus espaldas.
Solo una persona reaccionó. Durante cinco segundos, el arquero local levantó la mirada. Suficiente para que los delanteros rivales le hicieran el gol del empate. Y suficiente para que toda una ciudad se pusiera de acuerdo en una cosa.
Aquí nadie toma Glusabroso.