Descrito sin entrar en detalles parece un
plan perfecto. Una noche en un hotel con
todos los juguetes, con derecho a comida
y desayuno, sin tener que pagar un peso. Pero como suele pasar en estos y otros
casos, las apariencias engañan.
Un primer detalle es que los beneficiarios
no están ahí por voluntad propia, sino por obligación. Ellos no escogieron
pernoctar en el alojamiento elegante, a ellos les tocó hacerlo. Son víctimas de
diferentes circunstancias, aunque la mayoría de las veces el villano de turno
es el clima.
Y es que la lluvia, la neblina, el viento,
la nieve, cuando alcanzan determinadas magnitudes
afectan directamente el transporte aéreo. Los aviones. Y por supuesto, a los
pasajeros. Entonces vienen las historias de aviones que nunca despegan, o que
despegan pero no pueden aterrizar y terminan en su punto de partida o en algún
aeropuerto alterno sin ninguna relación con el destino inicial.
Hay que decirlo. En ocasiones el
problema no se debe al clima sino a una
extraña conjunción de elementos que nadie explica bien (sistema caído,
daños en la pista, congestión en la
pista, ausencia inesperada del piloto, problemas técnicos del avión, cambio de
peinado de las azafatas o chulos cerca del aeropuerto). Normalmente uno nunca
se entera bien de lo que pasó. Lo único
claro es que, muy cerca o pasada la medianoche alguien da la noticia: el vuelo
ha sido cancelado.
Porque las aerolíneas siempre esperan hasta
el último minuto del día o el primero del día siguiente. Nunca cancelan vuelos
a las 8 o 9 de la noche. No, la decisión siempre se divulga en un aeropuerto
semivacío, donde el auxiliar de turno anuncia a los agotados pasajeros que ese
día ya no se conjugará el verbo volar.
Agotados es una forma generosa de describirlo. Los pasajeros, a esas alturas, suelen ser
piltrafas humanas que han pasado de 6 a 12 horas en las sillas de
aeropuerto. Sillas que, como todos
sabemos, están diseñadas para verse cómodas y no serlo. Su dieta ha oscilado entre el ayuno
absoluto, el tinto que alborota úlceras o, en el mejor de los casos, pasabocas de aeropuerto. Pasabocas que
son iguales a los normales pero tres veces más caros. Aunque tener plata no
ayuda mucho, porque si hay restaurantes son inalcanzables por aquello de “favor no retirarse la sala de
embarque”.
Los viajeros han pasado por el proceso de
buscar información con un funcionario desinformado, otro malencarado, y otro
con cara de bueno y disposición de
colaborar pero sin mucho que decir. Algunos estuvieron una hora o más tiempo a
bordo de una aeronave que nunca se movió de su punto de parqueo. O por mucho
los llevó a pasear por la pista. Otros decolaron, volaron, llegaron,
alcanzaron a ver su ansiado destino pero nunca aterrizaron y tuvieron que hacer
el mismo trayecto en sentido contrario.
Ese grupo de hombres mujeres y niños
cansados, frustrados y desilusionados es el que recibe la noticia de que el vuelo ha sido cancelado y
de que esa noche la aerolínea les brindará alojamiento. En ese momento, por
primera vez desde cuando comenzó el frustrado viaje una sensación de alivio se
siente en el ambiente.
Vana
esperanza, como veremos en la próxima entrega.