lunes, 3 de noviembre de 2008

De cajas y cajeros

Las cajas son para guardar cosas, para empacar y para amargarle el día a la gente, cuando están ubicadas en el banco. El banco es ese sitio donde guardan plata, dicen que prestan plata y hay una serie de cubículos llamados cajas.
Si les creemos a los comerciales de televisión, dentro de esas cajas hay unas señoritas sonrientes y unos tipos con pinta de modelos dispuestos a alegrarle el día a la gente
En la realidad, las cajas son unos sitios donde generalmente no hay gente. Lo cual es un poco raro, porque la función primordial de una caja es recibir plata, aunque también entregar.
Reciben plata porque es allí donde se consigna y se paga el teléfono, el agua, las tarjetas de crédito, los celulares, la luz, los préstamos, las hipotecas, el gas, etc, etc, etc.
Ahora ¿a quién no le gusta recibir plata? Pues parece que a los dueños de los bancos. Porque cajas puede haber cuatro, ocho y hasta diez, pero cajeros... generalmente no pasan de la mitad.
En determinados días mucha gente paga todo lo que hay que pagar y entonces se forma una larga, aburrida, tediosa, eterna, extenuante, monótona e inacabable fila en la que se cumple la profecía de los avisos de orientación en los parques: usted está ahí.
Dicen los bancos que ahora se puede pagar por teléfono, por cajero y por Internet pero mucha gente no lo hace, usted y yo, por ejemplo.
Usted y yo hacemos fila. Queremos ver un sello en nuestros papeles que diga ese tipo ya pagó.
Usted y yo trabajamos, entonces nos volamos a la hora de almorzar o en lo que llaman jornadas adicionales a entregar plata y -hay que decirlo- a veces a recibir.
A usted y yo se nos embolata el almuerzo, se nos atrasa el reposo y se nos alborota la úlcera mientras vemos a dos o tres cajeros trabajando en un espacio dispuesto para seis, solo por dar un ejemplo. Y si es mediodía, quítele uno.
Entonces se da el síndrome de la caja vacía.
Ese que nos amarga el día.