Existen personas –hombres, mujeres, jóvenes, viejos, profesionales, empíricos– que son verdaderos expertos. maestros, doctorados, eminencias en el complejo tema de los... horarios.
¿Horarios? Sí, horas de apertura y cierre de mercados, bancos, consultorios, puntos de pago, joyerías, relojerías, panaderías, tiendas, centros comerciales, lavanderías, cafeterías, fiscalías, restaurantes y ferreterías.
Estos individuos conocen cual es el local de almacén de cadena que abre más temprano y el que cierra más tarde. Saben cuáles peluquerías funcionan los domingos y cuáles carnicerías tienen horario nocturno. Son capaces de obtener cualquier producto o servicio en primeras horas de la mañana o última hora de la noche.
Pero pregúnteles un precio. Tal vez tengan alguna idea, pero muy general. Digamos que manejan –en el mejor de los casos– un rango, un eso vale entre tanto y tanto. Y los tantos suelen ser bastante alejados el uno del otro.
En cambio, en otro extremo de la vida hay unos personajes que manejan a nivel de perito información relacionada con precios, costos y valores de una amplia gama de productos y servicios. Estos tipos saben en cuál de las cuatro tiendas de la cuadra la cebolla larga es más barata. Conocen un punto perdido de algún barrio ídem donde se consigue café de la marca X un 25 por ciento menos costoso que en cualquier otro sitio de la ciudad.
Tienen claramente identificada la panadería donde el pan vale igual pero es más grande. Al salir de compras jamás van a un solo establecimiento sino que recorren multitud de negocios, grandes y pequeños, adquiriendo casi que un solo producto en cada uno, siempre en la versión más económica. No es rebaja, es que eso es lo que vale ahí.
La condición mencionada no tiene que ver con la educación que hayan recibido, la capacidad intelectual, el estrato socioeconómico o el color de los ojos. Tiene que ver con ese asalariado que vive en inacabables jornadas de oficina, fin de semana incluido. De ese que está obligado a aprovechar cada minuto disponible para poder tener una vida sin implicaciones laborales. Para hacer diligencias y compras. Por eso la vida lo convierte en experto en horarios, cierres, aperturas, servicios extendidos y madrugones.
Al otro lado está el desempleado. Ese al que todo le falta menos una cosa. Tiempo. Como no tiene nada qué hacer y sus ahorros –cuando existen– se reducen día por día, desarrolla el mecanismo de conservación financiera. Busca la economía. Pasa día, tras día, hora tras hora recorriendo la cuadra, el barrio, la zona, la localidad, la ciudad en busca del mejor precio, que va almacenando en el disco duro de peinar, léase cabeza.
Podría pensarse en un sujeto ideal que combine las dos habilidades, pero ese personaje no existe. Se anulan mutuamente. El tipo de los horarios desaparece cuando aparece el tipo de los precios. Y viceversa. Aunque es posible que alguien haya ostentado las dos condiciones en distintos momentos de su vida, esto jamás ocurrió de manera simultánea.
Pierde el empleo, a ahorrar se ha dicho, obtiene empleo, a maximizar el tiempo. Así es la vida.