En esos tiempos cancha y calle eran sinónimos, la grama era
el pavimento y los equipos se conformaban entre vecinos. Un día los pelados de
la cuadra se cansaron de los ladrillos. Su interés en la materia prima de la
construcción no tenía fines arquitectónicos ni vandálicos. Era futbolístico,
cuatro ladrillos para construir los arcos. Entre partido y partido alguien
propuso la idea. Pagar entre todos unos arcos de madera. Cada uno aportó de acuerdo con sus
finanzas familiares. Y se hicieron las canchas
La inauguración oficial del estadio callejero fue un viernes
en la noche. Asistencia total. De un lado Flaco, Pelona, Caribonito, Gorilón,
Mechudo, Gafas, los Hermanos y Lolo;
enfrentados al Negro, Careyuca, El Enano, Fofo, Pipe, Terciopelo y los
Monos.
Pipe tenía dos ventajas. Su hermana y su balón. La primera
por bonita y el segundo por marca y calidad. La hermana parecía inalcanzable; pero el
esférico sí era invitado permanente a los partidos. En el otro equipo de ese
día militaba Gorilón,
desproporcionadamente alto para sus 12 años. Por unanimidad él era el
plan B de bodega para los arcos. Él no, su casa. El plan A, como reconocimiento
al dinero aportado, estaba en la casa de Pipe.
En medio del juego, mamá Pipe hizo el tradicional llamado a
mijito desde la ventana. Los jugadores ya conocían la rutina. Pipe cogía su
balón y se iba. El encuentro seguía con el balón del Flaco, menos elegante,
aunque sin límite de tiempo. Pero ese día Pipe no solo cogió su balón, sino que
agarró las canchas y arrancó para la casa. Gorilón se atravesó dispuesto a
hacer valer su derecho de arco. Comenzó la discusión.
La mamá de Pipe
reaccionó, dispuesta a proteger a su "niño". Se plantó en medio de los muchachos
y concentró su artillería verbal sobre Gorilón. Pipe no sabía si esconderse o
defender a su progenitora. Cierto, era un niño consentido, pero también tenía una imagen
frente a sus amigos. Así que tuvo un acto de nobleza interesada. Reconoció el
derecho de Gorilón sobre los arcos, porque él también había aportado plata.
Sin embargo, mamá Pipe ya no tenía reversa. “Diga cuánto es y yo le doy la plata, nadie va a
humillar a mi niño por unos pesos. ¡Diga!”. Además, la hermana había
entrado en escena y Gorilón la amaba en silencio. Permanecía callado porque,
dijera lo que dijera, debía tener efecto triple. Derrotar a Pipe, callar a mamá
e impresionar positivamente a hermana.
“!A mí hijo lo respeta, señora!”. La mamá de Gorilón no era
tan protectora, pero no se iba a quedar mirando desde la ventana mientras
agredían verbalmente a su pequeño de 1.70. Con su entrada, la discusión se
socializó. Cada interpelación atravesó puertas, ventanas y paredes convocando
papás y mamás de Flaco, Pelona, Caribonito, Mechudo, Gafas, Hermano, Lolo,
Negro, Careyuca, Enano, Fofos, Terciopelo y Monos.
Como no era mucho lo que se podía decir sobre las canchas,
la discusión se amplió a otros temas relacionados con la convivencia. El
excesivo volumen de los equipos de sonido. Los carros mal parqueados. Las
cuentas del bazar de tres años atrás. Nadie sabe cuanto tiempo duró la pelea
pero –más por cansancio que por otra cosa– finalmente un arco salió para la
casa de Pipe y otro para la de Gorilón.
Al día siguiente la muchachada se reunió para su partido
diario. Los cuatro ladrillos de siempre marcaron los arcos. Los jugadores se
redistribuyeron en grupos completamente diferentes a los de la noche anterior y
empezó el juego. Nadie volvió a utilizar los arcos de madera. Ah, y ese día
Pipe y Gorilón jugaron. En el mismo equipo.