martes, 9 de agosto de 2016

La batalla de los arcos

En esos tiempos cancha y calle eran sinónimos, la grama era el pavimento y los equipos se conformaban entre vecinos. Un día los pelados de la cuadra se cansaron de los ladrillos. Su interés en la materia prima de la construcción no tenía fines arquitectónicos ni vandálicos. Era futbolístico, cuatro ladrillos para construir los arcos. Entre partido y partido alguien propuso la idea. Pagar entre todos unos arcos de  madera. Cada uno aportó de acuerdo con sus finanzas familiares. Y se hicieron las canchas

La inauguración oficial del estadio callejero fue un viernes en la noche. Asistencia total. De un lado Flaco, Pelona, Caribonito, Gorilón, Mechudo, Gafas, los Hermanos y Lolo;  enfrentados al Negro, Careyuca, El Enano, Fofo, Pipe, Terciopelo y los Monos.

Pipe tenía dos ventajas. Su hermana y su balón. La primera por bonita y el segundo por marca y calidad. La hermana parecía inalcanzable; pero el esférico sí era invitado permanente a los partidos. En el otro equipo de ese día militaba Gorilón,  desproporcionadamente alto para sus 12 años. Por unanimidad él era el plan B de bodega para los arcos. Él no, su casa. El plan A, como reconocimiento al dinero aportado, estaba en la casa de Pipe.

En medio del juego, mamá Pipe hizo el tradicional llamado a mijito desde la ventana. Los jugadores ya conocían la rutina. Pipe cogía su balón y se iba. El encuentro seguía con el balón del Flaco, menos elegante, aunque sin límite de tiempo. Pero ese día Pipe no solo cogió su balón, sino que agarró las canchas y arrancó para la casa. Gorilón se atravesó dispuesto a hacer valer su derecho de arco. Comenzó la discusión.

La  mamá de Pipe reaccionó, dispuesta a proteger a su "niño". Se plantó en medio de los muchachos y concentró su artillería verbal sobre Gorilón. Pipe no sabía si esconderse o defender a su progenitora. Cierto, era un niño consentido, pero también tenía una imagen frente a sus amigos. Así que tuvo un acto de nobleza interesada. Reconoció el derecho de Gorilón sobre los arcos, porque él también había aportado plata.

Sin embargo, mamá Pipe ya no tenía reversa. “Diga cuánto es y yo le doy la plata, nadie va a humillar a mi niño por unos pesos. ¡Diga!”. Además, la hermana había entrado en escena y Gorilón la amaba en silencio. Permanecía callado porque, dijera lo que dijera, debía tener efecto triple. Derrotar a Pipe, callar a mamá e impresionar positivamente a hermana.

“!A mí hijo lo respeta, señora!”. La mamá de Gorilón no era tan protectora, pero no se iba a quedar mirando desde la ventana mientras agredían verbalmente a su pequeño de 1.70. Con su entrada, la discusión se socializó. Cada interpelación atravesó puertas, ventanas y paredes convocando papás y mamás de Flaco, Pelona, Caribonito, Mechudo, Gafas, Hermano, Lolo, Negro, Careyuca, Enano, Fofos, Terciopelo y Monos.

Como no era mucho lo que se podía decir sobre las canchas, la discusión se amplió a otros temas relacionados con la convivencia. El excesivo volumen de los equipos de sonido. Los carros mal parqueados. Las cuentas del bazar de tres años atrás. Nadie sabe cuanto tiempo duró la pelea pero –más por cansancio que por otra cosa– finalmente un arco salió para la casa de Pipe y otro para la de Gorilón.

Al día siguiente la muchachada se reunió para su partido diario. Los cuatro ladrillos de siempre marcaron los arcos. Los jugadores se redistribuyeron en grupos completamente diferentes a los de la noche anterior y empezó el juego. Nadie volvió a utilizar los arcos de madera. Ah, y ese día Pipe y Gorilón jugaron. En el mismo equipo.