martes, 31 de enero de 2017

Un ritual diario para Pablo

Hace varios meses que Pablo se levanta todos los días, se despereza, va al baño, cumple con ciertos procesos anatómicos inevitables, se afeita, se baña, se viste, se desayuna y sale a buscar empleo. Antes de la primera consulta en línea, de la primera ojeada al diario o de los kilómetros diarios de caminata chequeando avisos, haciendo consultas o visitando amigos con cara de si sabe algo me avisa tiene un ritual sagrado. Este se repite varias veces a lo largo de la jornada. Es imprescindible. Inevitable. Es algo así como el Ramadán para los musulmanes, la misa para los católicos, el baño en el Ganges para los hindúes o la consulta al smartphone de los milenials.

Pablo no es milenial, sino que pertenece a un modelo anterior. Por tanto uno de sus valores es la estabilidad laboral. Una vez culminó su carrera profesional, se vinculó a esa empresa en la que alcanzó a durar 16 años, 7 meses y tres días. Su salario no era particularmente alto, pero había peores. Además, era un tipo organizado con buen equilibrio entre ingresos y gastos. Había sobrevivido a un par de crisis en su trabajo y aunque no estaba blindado, tenía unas expectativas razonables de estabilidad laboral.

Hasta que un día se apareció un antiguo compañero de universidad con inclinaciones empresariales. Por eso lo llamaremos el Empresario Pedro. Un tipo emprendedor que había creado su propia empresa. Empresa de verdad, con inversionistas, capital, sede, clientes y señora de los tintos. Empresa de esas con futuro o mejor, proyección. Empresa de esas donde necesitaban a tipos como Pablo.

La cosa se fue dando poco a poco, como cualquier romance. Un encuentro casual, un comentario suelto, luego una cita más formal. Pedro exploró –en el buen sentido de la palabra– a Pablo. Es decir que indagó sobre su perfil laboral y condiciones hasta construir una propuesta. Salarialmente mejor y sazonada con el discurso de que esta es una empresa nueva, tenemos oportunidades de crecer, etc, etc, etc.

Como ya vimos, la experiencia previa de Pablo no incluía cambios de empleo. Por tanto –cual doncella inocente ante los embates de un Don Juan– fue presa fácil de la seducción profesional. Pero su novatada le pasó factura al no aplicar la norma básica de seguridad a la hora de los  cambios. No suelte lo que tenga hasta no asegurar lo otro.

Pedro culpó a la coyuntura económica internacional y puede que sea verdad. El asunto es que Pablo renunció y la anunciada plaza en la empresa de su amigo nunca apareció. Las consultas sobre el tema que en principio le respondían con “ya casi”, después con “tenemos que esperar un tiempo”, y luego con “estamos mirando” un día se acabaron porque sencillamente dejaron de responderle. Ahí fue cuando Pablo se dio cuenta de que se había quedado sin el pan y sin el queso.

De ahí en adelante él se levanta todos los días, se despereza, va al baño, cumple con ciertos procesos anatómicos inevitables, se afeita, se baña, se viste, se desayuna y sale a buscar empleo. Antes de la primera consulta en línea, de la primera ojeada al diario o de los kilómetros diarios de caminata chequeando avisos, haciendo consultas o visitando amigos tiene un ritual sagrado que se repite varias veces a lo largo de la jornada.

Insultar, mentalmente, e incluso en voz alta, con toda la fuerza de su corazón al empresario Pedro.