A todos nos pasa. En diferentes ámbitos de la vida. Aquí nos
ubicamos en el laboral. A veces hay que dar malas noticias.
“Lo siento señor Pérez, pero no ha salido su OPS”. “Que pena
señora Rodríguez, pero no podemos renovarle su contrato”. “Doctor Pérez, su cargo
desapareció”. “Señorita Rodríguez, no le
puedo dar ese permiso porque el contrato no me deja”. “Entienda doctor Pérez, ese beneficio es solo
para los empleados directos, no para los contratistas”. “Si no trae la
constancia de seguridad social no podemos posesionarla, doctora”. “Señores, la
empresa contratista es libre de escoger sus colaboradores”.
Parece que hubo una época en la que el mundo laboral tenía
dos actores. Empresas y trabajadores. Si se quería ser un poco más específico
los empleadores se dividían en Estado y privados. Y por supuesto, también
existían los independientes, entonces empresarios del rebusque.
Hoy el ambiente se complicó. Los del rebusque se llaman
emprendedores y tienen múltiples opciones, desde crear aplicaciones de alta tecnología
hasta microempresas para vender maní en los buses. Y los trabajadores asalariados
sufren múltiples formas de vinculación sin vincularse a las empresas, estatales
o privadas. Contrato de prestación de servicio, orden de prestación de
servicios (OPS), outsourcing,
subcontratación, tercerización. Lo de sufren es descriptivo. Decir gozan sería
un despropósito.
Los economistas y gerentes tienen una explicación
perfectamente lógica y coherente para esto que involucra mercado, globalización
y eficiencia. Allá ellos. Lo cierto es que se trata de esquemas donde la gente
-a excepción de los economistas y gerentes- normalmente gana menos y trabaja más. Donde la inestabilidad
es regla general para muchas profesiones y oficios. Donde en un mismo espacio
laboral se da una curiosa convivencia de castas. Unos favorecidos en salario,
prestaciones y permanencia -generalmente empleados directos- y otros con
regímenes menos favorables.
Ahora, estos no se quejan. Saben que viven en el mundo que
les tocó. Se adaptan a los retos que les va planteando la vida y luchan
diariamente por un futuro mejor para sus hijos. Por supuesto, aspiran a
mejores cosas. A la estabilidad laboral, a mejores ingresos, al reconocimiento de su
valor como personas y trabajadores. Como todos.
Un alcalde colombiano ha dado lo que el considera un paso
trascendental en este sentido. A través de un decreto determinó que, a
partir de la fecha, ciertos apelativos y nominaciones desaparecen. Por lo que
he oído, a la gente ya no se le dirá doctor, doctora, señor o señora, sino que
se le llamará por su nombre. Y hay una explicación rimbombante, psicológica,
social y políticamente correcta encaminada a demostrar que la vida de los
interpelados mejorará sustancialmente con la medida.
Pues sí. A partir de la fecha se escucharán en la jurisdicción
del funcionario mencionado expresiones como estas: “Lo siento Juan, pero no ha
salido su OPS”. “Que pena María, pero no podemos renovarle su contrato”. “Juan,
su cargo desapareció”. “María, no le puedo dar ese permiso porque el contrato
no me deja”. “Entienda Juan, ese
beneficio es solo para los empleados directos, no para los contratistas”. “Si
no trae la constancia de seguridad social no podemos posesionarla, María”.
“Juan, María, la empresa contratista es libre de escoger sus colaboradores”.
Tremendo
cambio, señor alcalde.