martes, 11 de octubre de 2016

La magia de los nombres

A todos nos pasa. En diferentes ámbitos de la vida. Aquí nos ubicamos en el laboral. A veces hay que dar malas noticias.

“Lo siento señor Pérez, pero no ha salido su OPS”. “Que pena señora Rodríguez, pero no podemos renovarle su contrato”. “Doctor Pérez, su cargo desapareció”. “Señorita  Rodríguez, no le puedo dar ese permiso porque el contrato no me deja”.  “Entienda doctor Pérez, ese beneficio es solo para los empleados directos, no para los contratistas”. “Si no trae la constancia de seguridad social no podemos posesionarla, doctora”. “Señores, la empresa contratista es libre de escoger sus colaboradores”.

Parece que hubo una época en la que el mundo laboral tenía dos actores. Empresas y trabajadores. Si se quería ser un poco más específico los empleadores se dividían en Estado y privados. Y por supuesto, también existían los independientes, entonces empresarios del rebusque.

Hoy el ambiente se complicó. Los del rebusque se llaman emprendedores y tienen múltiples opciones, desde crear aplicaciones de alta tecnología hasta microempresas para vender maní en los buses. Y los trabajadores asalariados sufren múltiples formas de vinculación sin vincularse a las empresas, estatales o privadas. Contrato de prestación de servicio, orden de prestación de servicios (OPS), outsourcing, subcontratación, tercerización. Lo de sufren es descriptivo. Decir gozan sería un despropósito.

Los economistas y gerentes tienen una explicación perfectamente lógica y coherente para esto que involucra mercado, globalización y eficiencia. Allá ellos. Lo cierto es que se trata de esquemas donde la gente -a excepción de los economistas y gerentes- normalmente gana menos y trabaja más. Donde la inestabilidad es regla general para muchas profesiones y oficios. Donde en un mismo espacio laboral se da una curiosa convivencia de castas. Unos favorecidos en salario, prestaciones y permanencia -generalmente empleados directos- y otros con regímenes menos favorables.

Ahora, estos no se quejan. Saben que viven en el mundo que les tocó. Se adaptan a los retos que les va planteando la vida y luchan diariamente por un futuro mejor para sus hijos. Por supuesto, aspiran a mejores cosas. A la estabilidad laboral, a mejores ingresos, al reconocimiento de su valor como personas y trabajadores. Como todos.

Un alcalde colombiano ha dado lo que el considera un paso trascendental en este sentido. A través de un decreto determinó que, a partir de la fecha, ciertos apelativos y nominaciones desaparecen. Por lo que he oído, a la gente ya no se le dirá doctor, doctora, señor o señora, sino que se le llamará por su nombre. Y hay una explicación rimbombante, psicológica, social y políticamente correcta encaminada a demostrar que la vida de los interpelados mejorará sustancialmente con la medida.

Pues sí. A partir de la fecha se escucharán en la jurisdicción del funcionario mencionado expresiones como estas: “Lo siento Juan, pero no ha salido su OPS”. “Que pena María, pero no podemos renovarle su contrato”. “Juan, su cargo desapareció”. “María, no le puedo dar ese permiso porque el contrato no me deja”.  “Entienda Juan, ese beneficio es solo para los empleados directos, no para los contratistas”. “Si no trae la constancia de seguridad social no podemos posesionarla, María”. “Juan, María, la empresa contratista es libre de escoger sus colaboradores”.

Tremendo cambio, señor alcalde.