martes, 6 de diciembre de 2016

El perro y la robot: ­­las películas que quiero ver (1)

De nada, Hollywood. Esto es gratis. Ahora, si quieren pagar, favor notificar por este medio. Pero no se trata de ser materialista sino optimista. En tiempos donde está de moda hacer refritos y ponerles nombres elegantes (“nueva versión”, “visión del director”, “actualización”) tengo ideas no tan originales para películas. De repente alguien las tuvo antes que yo pero se embolataron en algún punto. Y hablando de puntos,  al punto.

Esos seres de cuatro patas que andan en bloques de 3 a 10 amarrados a un paseador tienen un pasado. Un pasado glorioso y digno. Antes de ser juguetes de amos creativos –de los que les ponen gafas, zapatos y moños– sus antepasados eran animales libres y salvajes. Leí en alguna parte que empezaron a seguir a otros animales. Hoy les decimos homo sapiens. Andaban en dos patas, se cubrían del frío con pieles, hacían hogueras por las noches y se parecían al presidente electo de cierto país del norte, pero sin copete.

Los cuadrúpedos  no eran desinteresados. Perseguían  a los bípedos porque estos armaban campamentos y al levantarlos dejaban sobras de comida. Pero un día, un bípedo se acercó a un cuadrúpedo, un cuadrúpedo a un bípedo, varios cuadrúpedos a varios bípedos u otra combinación de “pedos” y se hicieron amigos.

La descripción no suena bonito y debe haber olido a diablos. (El homo sapiens no se bañaba y el tatarabuelo del perro tampoco ¿De qué creyeron que hablaba?). Retomo. En ese  momento comenzó una amistad que todavía perdura. Como nadie recuerda los detalles, cada uno es libre de inventárselos. Es decir que no hay problemas de derechos de autor. Señores animadores, ahí está su primera película.

Donde sí habría que pagarle o por lo menos pedirle permiso a alguien es en la pequeña  maravilla convertida en la gran maravilla que no es la mujer maravilla. Expliquemos en que consiste tanta maravilla. Se trata de una comedia de los años 80. El argumento giraba alrededor de un ingeniero que construía un robot en forma de niña pequeña. Los personajes eran el  ingeniero, su esposa y su hijo, cuya edad coincidía con la forma de la robot. Y unos vecinos detestables cuyo padre era, a  la vez, el abusivo jefe del ingeniero.

(Paréntesis. La robot tuvo su momento de popularidad. Algo así como Justin Bieber pero sin cantar. Aquí –hablo de Colombia–  la trajeron –a la actriz que la representaba–  alguna vez para algún evento de esos que organizan los políticos).

Cierro paréntesis y mando la idea. El hijo del ingeniero creció y estudió la misma carrera que su padre, pero especializado en mecatrónica (sé que no era necesario usar esta palabra, pero quería chicanear). Heredó también lo malo que sostenía el argumento de la comedia. Un jefe abusivo y un talento subvalorado.

Un día el ex pequeño encuentra los pedazos de la  robot, desactivada años atrás.  Su cuerpo ya no sirve pero su memoria sí. Así que la instala de nuevo –con alguna trampa  tecnológica que estoy seguro que se puede hacer, o por lo menos inventar con un mínimo de credibilidad– en el cuerpo artificial de una mujer adulta.  Cuya edad equivale, como no, a la del hijo grande.

De ahí para delante es problema de los libretistas, Tampoco les voy a hacer todo el trabajo. Pero cero y van dos ideas. Esperen más.