De nada, Hollywood. Esto es gratis. Ahora, si quieren pagar,
favor notificar por este medio. Pero no se trata de ser materialista sino
optimista. En tiempos donde está de moda hacer refritos y ponerles nombres
elegantes (“nueva versión”, “visión del director”, “actualización”) tengo ideas
no tan originales para películas. De repente alguien las tuvo antes que yo pero
se embolataron en algún punto. Y hablando de puntos, al punto.
Esos seres de cuatro patas que andan en bloques de 3 a 10
amarrados a un paseador tienen un pasado. Un pasado glorioso y digno. Antes de
ser juguetes de amos creativos –de los que les ponen gafas, zapatos y moños–
sus antepasados eran animales libres y salvajes. Leí en alguna parte que
empezaron a seguir a otros animales. Hoy les decimos homo sapiens. Andaban en dos patas, se cubrían del frío con pieles,
hacían hogueras por las noches y se parecían al presidente electo de cierto
país del norte, pero sin copete.
Los cuadrúpedos no
eran desinteresados. Perseguían a los
bípedos porque estos armaban campamentos y al levantarlos dejaban sobras de
comida. Pero un día, un bípedo se acercó a un cuadrúpedo, un cuadrúpedo a un
bípedo, varios cuadrúpedos a varios bípedos u otra combinación de “pedos” y se
hicieron amigos.
La descripción no suena bonito y debe haber olido a diablos.
(El homo sapiens no se bañaba y el
tatarabuelo del perro tampoco ¿De qué creyeron que hablaba?). Retomo. En
ese momento comenzó una amistad que
todavía perdura. Como nadie recuerda los detalles, cada uno es libre de
inventárselos. Es decir que no hay problemas de derechos de autor. Señores
animadores, ahí está su primera película.
Donde sí habría que pagarle o por lo menos pedirle permiso a alguien es en la pequeña maravilla convertida
en la gran maravilla que no es la mujer maravilla. Expliquemos en que consiste
tanta maravilla. Se trata de una comedia de los años 80. El argumento giraba
alrededor de un ingeniero que construía un robot en forma de niña pequeña. Los
personajes eran el ingeniero, su esposa
y su hijo, cuya edad coincidía con la forma de la robot. Y unos vecinos
detestables cuyo padre era, a la vez, el
abusivo jefe del ingeniero.
(Paréntesis. La robot tuvo su momento de popularidad. Algo
así como Justin Bieber pero sin cantar. Aquí –hablo de Colombia– la trajeron –a la actriz que la
representaba– alguna vez para algún
evento de esos que organizan los políticos).
Cierro paréntesis y mando la idea. El hijo del ingeniero
creció y estudió la misma carrera que su padre, pero especializado en
mecatrónica (sé que no era necesario usar esta palabra, pero quería chicanear).
Heredó también lo malo que sostenía el argumento de la comedia. Un jefe abusivo
y un talento subvalorado.
Un día el ex pequeño encuentra los pedazos de la robot, desactivada años atrás. Su cuerpo ya no sirve pero su memoria sí. Así
que la instala de nuevo –con alguna trampa
tecnológica que estoy seguro que se puede hacer, o por lo menos inventar
con un mínimo de credibilidad– en el cuerpo artificial de una mujer
adulta. Cuya edad equivale, como no, a
la del hijo grande.
De ahí para delante es problema de los libretistas, Tampoco
les voy a hacer todo el trabajo. Pero cero y van dos ideas. Esperen más.