martes, 16 de junio de 2015

Lucrecia la venenosa


La cafetería-restaurante ubicada a pocos metros del almacén de telas donde él trabaja es territorio vedado para Honorio. Por decisión de sus dueños no puede disfrutar de la sazón del medio día, el café nocturno, o las pandeyucas recién salidas del horno.

Y todo por Lucrecia. Ella y María son las vendedoras del almacén, Blanca es la cajera-administradora y Honorio el “muchacho oficios varios”.

Pero lo importante de Lucrecia es “ESE NOVIO”. Aunque nadie conocía sus facciones, era omnipresente. A razón de 4 a 5 veces por día estaba allí. En la llorada de la mañana, la llorada de después de almuerzo, la conversación dramática vía celular del descanso y, muy de vez en cuando, la exhibición ostentosa de alguna pieza de fantasía barata con la que se conjugaba el verbo reconciliar antes de la siguiente pelea.

Uno de los varios oficios que atendía Honorio era el departamento de mandados. En la  tarde, le hizo un pequeño favor a Lucrecia. Anotemos que ese día “ESE NOVIO” estaba haciendo horas extras. Lucrecia llegó con ojos enrojecidos, cada 20 minutos se metía al baño con cara de tragedia y salía con cara de desastre y a la hora del descanso mañanero su conversación vía celular fue una sucesión de reclamos y sollozos.

Con todo el mensajero no le vio problema al mandado hasta que Blanca le preguntó. “Es que Lucrecia me encargó un veneno para ratones”… Como en ese momento la nombrada atendía un cliente, no vio la cara de susto en sus dos compañeras de almacén. Tampoco escuchó el regaño a dos voces contra Honorio de “¡Cómo se le ocurre!”, “¡Quítele eso antes de que pase alguna desgracia!”.

La desgracia ya había ocurrido, pero no incluía el consumo de veneno. Este había quedado en la parte baja del mostrador, invisible para los clientes, pero bajo control visual del resto del personal. La desgracia era que la situación entre “EL NOVIO ESE” y Lucrecia empeoraba a cada hora, hasta que llegó el momento de cerrar.

Honorio hizo su ronda final dentro del almacén y comprobó con tranquilidad que el veneno seguía en su lugar… un momento, el paquete estaba abierto y faltaba una pastilla.  El joven cerró el local  –otro de sus oficios-. En la distancia Lucrecia se encontró con un hombre y entraron a la cafetería. A través de la vitrina se veían dos cafés servidos. El hombre se distrajo, ella le echó algo en el café…

La versión del dueño del negocio incluye un grito desgarrador, (¡No se lo tomeeeee!) y alguien entrando como loco hasta la mesa 4 donde empujó al cliente y lo arrojó al suelo junto con pocillo, cuchara, silla y mesa. Dentro de la evidencia del ataque en el piso también quedó una cajita de azúcar para diabéticos. La que Lucrecia había utilizado para endulzar el café de su hermano.

El tipo loco –Honorio, por supuesto- quedó vetado hasta pagar los daños. Y como recordatorio del heroico malentendido en la parte inferior del mostrador del almacén de telas hay un paquete con raticida. En medio del despelote, Lucrecia olvidó consultar a su compañero de mesa si era ese el que necesitaban para la plaga en  la bodega.

¿Y qué pasó con “ESE NOVIO”? Sigue por ahí.