La buena noticia para el señor Miranda es que el panorama se llenó de la fuente de producción de leche para humanos recién nacidos. Así define la Enciclopedia Encarta a las glándulas mamarias. Los que no son enciclopedias utilizan términos menos técnicos, como uno que empieza por t y evoca la industria láctea. Pero para evitar problemas con los oídos sensibles, en esta historia hablaremos de trigonometría: senos, cosenos, tangentes y ángulos.
Miranda nunca fue bueno para calcular cosenos y tangentes, pero en cambio siempre ha tenido una atracción hacia los senos. Es un reflejo condicionado. Cuando un escote se ubica en cualquier ángulo visual adecuado, sus ojos y cabeza giran para formar una línea recta con el pechugón objetivo.
Lo ayuda la enorme distancia que tiene su nariz con respecto al suelo (mide 1.90 sin desayunar). También algún remanente de su época de lactante que actúa como radar. Y, por supuesto, la moda, que sacó del closet las glándulas de marras a través de camisetas con una V que a veces es de Victoria, -pero también puede ser de Natalia, Isabel o de Carolina-; botones que no trabajan, brasieres que desafían la gravedad o agujeros ubicados en el lugar preciso.
Pero la ecuación tiene siempre el mismo resultado. Digamos que A es la prenda con su redondo contenido. B es Miranda y su mirada. A + B = C. Se tapa.
Él no sabe si es demasiado evidente, pone cara de depravado, le falta discreción o es excesivamente insistente. Y hay que decirlo: nunca hace comentarios, ni mucho menos propuestas. Pero inevitablemente su encuentro visual con un escote genera botones cerrados, dedos que ajustan telas, posturas aceleradas de chaquetas y, en casos extremos, manos cruzadas sobre el pecho.
Ahí termina... No. Se pone peor. Un inexplicable fuego sube a las orejas de Miranda. No lo ve, pero percibe cambios en el tono de piel de su cara. El tema de conversación se pierde mientras ambas partes simulan una normalidad que no existe. El caballero trata de desviar la mirada pero es como si tuviera un resorte. Siempre aterriza ahí. Como el hombre es alto y ellas bajitas, solo es cuestión de bajar un poco los ojos para iniciar el proceso causa - efecto: yo miro, ellas tapan.
En su defensa, Miranda alega que la moda no es su culpa y que si ellas deciden exhibir sus atributos, lo menos que un caballero puede hacer es observar cuidadosamente la exhibición.
Pero en su mirada hay un poder que ni él mismo logra controlar.
Es una mirada que tapa escotes.