lunes, 12 de mayo de 2008

Muestra de amor

Héctor era el último romántico. Por eso, el paso decisivo en su relación con Liliana debía ser sublime. Así que compró un costoso anillo y escribió, en esquela, una nota que decía más o menos así. “En tus manos está el recipiente que contendrá todo lo que simboliza nuestro futuro. Ábrelo así como yo te abro mi corazón”.

Inicialmente pensó en anexarla a la cajita forrada en terciopelo donde estaba el anillo, pero, honestamente, desentonaba. Así que la guardó en un sobre aparte, y se acostó pensando en su gran noche. La noche en la que le propondría matrimonio a la mujer de su vida.

Pero toda noche empieza con una tarde. Y esa tarde, precisamente, Héctor visitó al médico, al cual le consultó acerca de ciertas molestias estomacales. Salió del consultorio con la receta de un antiácido y una orden de laboratorio para revisión coprológica, encaminada a verificar los desórdenes digestivos de los últimos días.

Y cuando cayó el sol y apareció la luna, Héctor estaba en la esquina de siempre, esperando aquella con la que iba a compartir la vida. Una llamada por celular le notificó que esa vida iba a comenzar media hora más tarde. Por quemar tiempo empezó a curiosear por los alrededores, hasta llegar a una droguería donde, aprovechando la oportunidad, compró el recipiente adecuado para su examen médico.

El tiempo voló hasta que la pareja se reencontró, pasando a un pequeño y romántico bar. La noche avanzó hasta que la intimidad dio pie para el paso definitivo. Héctor sacó la nota y la puso en manos de su amada. La joven la abrió nerviosamente, y el brillo inesperado de sus pupilas dijo sin palabras que entendía el juego. Mientras la pareja se miraba a los ojos, Liliana recibió el paquete que su novio le alcanzó y lo guardó, sin mirarlo, en la cartera.

-”Dame tiempo mi amor. Mañana hablamos.”

Han pasado varios minutos, Héctor camina solitario. En su mente aparece la imagen de Liliana subiendo a un taxi. La incertidumbre tomará un día más. Impulsado por el frío, mete la mano en su bolsillo. Siente un pequeño paquete. Lo saca. Allí está, empacado en su caja forrada en terciopelo, el anillo. Primero, el desconcierto. Luego, la reflexión. Y de repente, como un relámpago, el terror.

Busca afanosamente en todos su bolsillos. Negativo, el recipiente para el examen coprológico no está en ninguna parte.

O sea que está en la cartera de Liliana.