miércoles, 31 de julio de 2024

Que ese papel quede en verde

La líder del grupo del ala norte rendía cuentas mediante una plantilla en línea con un montón de variables. Se aplicaba un complejo algoritmo para, finalmente, reflejar en puntaje el índice de desempeño por indicadores, tipo semáforo (rojo, verde, amarillo) que se revisaba en el comité directivo mensual.

Al ala norte no le iba mal. Los resultados cumplían las expectativas. Lo poco satisfactorio era que comparada con ala sur, ala centro, grupo de apoyo y externos siempre ocupaba un incómodo tercer o cuarto lugar de los cinco posibles. Incluso aquella vez que quedó de segunda, no pudo lograr su principal objetivo. Ganarle, aunque fuera una vez, al gomelo prepotente que lideraba el ala sur.

Sin hablar, el sujeto ponía esa insoportable (especialmente para la líder del ala norte) cara de superioridad. Ella había alcanzado su posición tras años de trabajo y sacrificios. En cambio ese tipo, recién llegado a la empresa, se saltó la fila a punta de hoja de vida con sobredosis de maestrías y doctorado en ciernes. 

Durante aquel comité. en particular, la diferencia tomó cara de goleada, pues el grupo del estudioso quedó de primero y el de la trabajadora de cuarto. Nuestra líder retornó a la oficina con cara de aburrida y convocó a su equipo. La pregunta era solo una. ¿Cómo mejoramos nuestros indicadores de desempeño?

La idea vino de ese oficinista conocido por proactivo y un poco por lambón. El formulario incluía variables relacionadas directamente con el objetivo de la empresa. En eso les iba bien. Pero también había apartes de responsabilidad social, seguridad industrial y gestión ambiental susceptibles de mejorar. Por ejemplo, el ahorro de papel. La organización había entrado en la onda de cuidar el planeta y monitoreaba el uso de las impresoras. Los resultados en ese punto para el ala norte eran de regular para abajo.

Hay que decir que entre las funciones del ala norte estaba la entrega de soportes físicos a clientes y proveedores, el etiquetado físico de ciertos pedidos, la administración del archivo físico y otras asignaciones que hacían físicamente imposible conjugar el verbo ahorrar en subproductos de la celulosa.

Pero la líder se emocionó con el tema e instruyó a su equipo para, a partir de ese día, reducir el uso de las impresoras. Incluso disminuyó los pedidos de papel. Y cuando los subalternos hicieron reclamos  plenamente argumentados los instó, de manera firme pero educada, a buscar soluciones creativas.

Y sí, el consumo bajó, lo cual incidió en los indicadores. Un seguimiento detallado mostró una razonable posibilidad de superar al ala sur. Y de carambola se le hizo un pequeño favor al planeta, que, se supone,  iba a reflejarse en la supervivencia de árboles ubicados en tierras lejanas o cercanas. Pero días antes del cierre la líder del ala norte fue asignada para dirigir la capacitación de una nueva y lejana sucursal, a la que había que llevar gran cantidad de material didáctico… impreso. Todo el esfuerzo parecía destinado a fracasar así que reunió de nuevo a su gente en busca de opciones.

Ahí fue cuando se enteró de que una parte de las impresiones se estaba haciendo en lugares diferentes de la misma empresa, otras dependían de un proveedor externo que cobraba por servicios generales sin especificar, un grupo se financiaba con gastos varios de caja menor en la papelería de la esquina e incluso —aunque muy excepcionalmente— hubo quienes imprimieron en sus propias casas algunos documentos clave.

Ese era el “ahorro” de papel y el “aporte” para el planeta.

Eso sí, el indicador estaba en verde.