jueves, 25 de febrero de 2016

Efectos sonoros en el mundo de los sueños


En medio de la ancha llanura, el jinete galopa. A su lado corren los venados, y sobre él vuelan las águilas.  Es una sensación de libertad única.  El contacto íntimo con la naturaleza, el sonido del aire a su alrededor… y el lejano rumor.  Porque primero es eso, un lejano rumor. Pero va ganando en intensidad a medida que pasan los segundos. Hasta que aparecen los elefantes verdes golpeando con sus trompas enormes tambores que cuelgan de sus cuellos. Pronto alcanzan al caballo, (que, por cierto, es morado y tiene manchas aguamarina)  rodeándolo con ese insoportable sonido de…

…Los bajos de un reguetón. Cortesía del vecino rumbero en la madrugada. Un remate musical de fiesta que se cuela en el sueño del personaje, hasta que lo despierta.

Sonidos agradables, ruidos molestos o bullas inclasificables tienen un efecto común sobre nuestro soñador. Cuando alcanzan determinada intensidad y permanencia lo sacan del gremio de los dormidos. Pero antes se integran con lo que esté soñando en el momento, generando estrambóticas combinaciones como las siguientes.

La cita romántica con la más famosa de las actrices está a punto de pasar a una situación no apta para menores de edad. En el ambiente más propicio posible, (luz de velas, música suave, cama  kingsize) el soñador y la estrella se despojan de sus ropas y se disponen a lo que sabemos. Pero antes entran las porristas. Y hacen lo que hacen las porristas: barra. Gritan consignas, ejecutan coreografías y acrobacias, montan pirámides humanas y pitan, pitan, pitan hasta que el soñador despierta, bajo el interminable sonsonete del pito del despertador.

Un monstruo indefinible persigue al protagonista. No lo ve pero lo siente. Cada vez más cerca. El camino se acaba, limitado por un precipicio. Aterrorizado, el perseguido se voltea dispuesto a enfrentar a la bestia. Llaman a la puerta.  Porque donde antes había un precipicio ahora hay una puerta. Monstruo y perseguido se miran extrañados pero nunca abren. El timbre suena de nuevo, y suena y suena, como corresponde a ese viejo despertador que arranca al protagonista del mundo de los sueños.

El soñador está en un restaurante donde disponen de todos los platos posibles. Uno tras uno aparecen y desaparecen fuentes con los manjares más exquisitos, mientras cada uno de los comensales devora sin cesar. Un coco, sin embargo, sobrevive hasta que alguien lo agarra y lo golpea para abrirlo. Pero la fruta se resiste así que todos los asistentes al ágape se dedican a golpearlo y golpearlo, generando los mismos sonidos de la persona que golpea insistentemente la puerta del cuarto del soñador, ya en el mundo real.

En medio de un partido de fútbol que ha llegado al último minuto el árbitro pita un penal. El estadio, atestado, contiene la respiración mientras el protagonista va a cobrar. Solo se escucha la voz de Michael Jackson. Porque Michael  Jackson está al lado del cobrador cantando, acompañado de su grupo de bailarines zombis.  Cuando el soñador abre los ojos sabe que, por enésima vez, su siesta dominical ha sido interrumpida por la afición de sus hijos al video de Thriller.

La persona entra a ese cuarto lleno de espejos. Cada  vez hay más espejos, pero ninguno lo refleja. No hay angustia, pero sí curiosidad. Y en la búsqueda incesante de su propia imagen una voz comienza a llamarlo. De alguna forma él sabe que es su propia imagen la que lo  llama. Y corre, corre, corre por los pasillos mientras la voz suena cada vez más cerca, la voz que dice “mijo… despierte que va a llegar tardeee”.