jueves, 3 de septiembre de 2015

Encuentro con el ídolo


Desde ese día en que lo (o la) viste por primera vez en una pantalla, una revista o un escenario lejano se convirtió en tu ideal. Por eso fueron años coleccionando sus imágenes, pendiente de cada uno de sus movimientos. Atesorando en forma obsesiva todo lo que se relacionaba con él (ella). Cada entrevista, cada nuevo disco, cada recorte, cada producto que comercializaba su imagen o nombre.

Tenías tu cuarto empapelado con sus afiches. Tenías sueños románticos y hasta eróticos evocando su figura. Alguna vez lograste un autógrafo burlando todos los controles de seguridad. Era tu ídolo. Era tu estrella inalcanzable.

Pero claro, vas creciendo. Y el amor platónico da paso a los amores reales. Y quien fuera tu ídolo de juventud o adolescencia se convierte en una caja de cosas inútiles, destinada al cuarto de San Alejo, o a algún evento de caridad.

Y todo sería un hermoso recuerdo si no fuera porque la vida te la hace. Un día, por razón de tu profesión, de algún amigo común o de una desgraciada coincidencia lo conoces, o la conoces. Y entonces los vuelos de juventud se convierten en aterrizaje forzoso.

Lo primero que descubres es que él (o ella) es siempre más de lo que te imaginabas. Más flaco, más gordo, más arrugado, más peludo, más grosero, más bajito, más pálido y, sobre todo, más viejo.

Pero lo que te llega al fondo del corazón no es su aspecto físico, sino su humanidad. Es decir, cuando te das cuenta de que él (o ella) sí es un ser humano. Un ser humano que va al baño, que se molesta y trata mal a cualquiera que esté por ahí cerca (como el antiguo admirador que acaba de conocer), o que está preocupado por cosas tan prosaicas como el arriendo, la cuota del apartamento o la caída del cabello.

Ahora, no necesariamente es antipático, De hecho, puede ser un buen conversador. Así que tú evocarás, en un momento determinado, ese instante mágico cuando, burlando los controles de seguridad, lograste acercarte a él y obtener ese autógrafo que fue, por muchos años, tu más preciada posesión.

Y cometerás el fatal error de preguntarle ”¿Tú te acuerdas?

Y cuando el (o ella) carraspee, mire hacia el cielo y finalmente responda, “la verdad no, a mí esas cosas me pasaban todo el tiempo”, entenderás una cosa.

No es bueno volver realidad las fantasías.