1.- Tuve durante 15 años una cama de madera comprada en plaza de mercado. Hace tres años la cambié por una metálica de marca conocida, de esas que son “sinónimo de calidad y servicio”.
2.- En tiempos actuales empiezo a sentir un extraño bamboleo.
3.- La cama tiene tres soportes: espaldar, frente y uno en la mitad. Los unen dos parales con salientes que se insertan en los soportes. Un saliente de esos (metálico y todo) está roto.
4.- Busco el recibo y marco a la sede principal de la empresa. El PBX incluye servicio al cliente. No contestan. Se marca de nuevo... no contestan. Y así durante una mañana completa.
5.- Marco las demás extensiones. Tampoco contestan.
6.- Llamo a otras sucursales. En dos coinciden. Uno: todavía existe garantía. Dos: hay que llamar a la principal o llevar la cama.
7.- Voy a la principal con el fin de averiguar. El almacén es un amplio espacio donde se exhiben los muebles reproduciendo ambientes como habitaciones, salas y comedores.
8.- No hay muchos vendedores. Finalmente una nos atiende. Sonríe y me remite a “servicio al cliente” (por lo menos, así se llama).
9.- Es un espacio entre cuatro paredes con un viejo escritorio en el rincón. La señorita me mira de arriba a abajo y sin sonreír pregunta qué pasa. Le explico y de manera tajante, con una argumentación no muy clara, sentencia: no hay garantía.
10.- Vuelvo al almacén a buscar un repuesto.
11.- Otra vendedora informa que ya no se hacen las camas así. Los soportes metálicos se cambiaron por un sistema de madera.
12.- Pregunto si se pueden llevar los soportes. Ella le marca a alguien. No aparece. Le marca a otro. No aparece. Tras una larguísima espera alguien informa que no hay soportes.
13.- De todas maneras los cotizo, el par –dice ella– vale $30.000.
14.- Consulto si pueden arreglar el dañado. Responde que sí.
15.- Averiguo cuanto cuesta. Nuevamente le marcan a alguien. Oigo que lo llaman por altavoz.
16.- Pasa un rato largo hasta que “alguien” se reporta por teléfono. La vendedora le explica. Hay uno de esos silencios largos, como de quien ha recibido una pregunta para la que no tiene respuesta...
17. Finalmente cotizan el arreglo: $20.000. Comento o pienso algo curioso, el arreglo es más caro que el repuesto.
17.- De salida, tomo una ruta diferente. En esta parte del almacén venden piezas sueltas. Y ahí están, –exhibidos, no escondidos– los dos parales de madera.
18.- No hay vendedores. Tras un rato largo aparece un tipo con pinta de técnico, Le pregunto si eso se vende y cuanto vale. Me dice que sí y desaparece.
19.- Otra larga espera. Finalmente el técnico se materializa de nuevo y me sugiere buscar una vendedora.
20.- Busco una vendedora, le muestro los parales y le pido una cotización. Me la da por escrito. Valen 28.000.
21.- Ese proceso se demora tres minutos. Llevo unas dos horas en el almacén.
22.- Me acabo de levantar y estoy escribiendo esto. La cama la remendé con alambres y dejó de moverse. Y a quien lea esto le juro que –contrario a otros textos de los que conforman este blog, producto de la imaginación del autor o por lo menos de algunas exageraciones–, no me he inventado ni una palabra.
lunes, 30 de junio de 2008
miércoles, 25 de junio de 2008
Cumpleaños en la oficina
Normalmente es mujer. Pese a los enormes avances feministas, existen roles claramente determinados para los sexos. Los hombres destapan frascos. Las mujeres organizan cumpleaños en el trabajo.
Ella viene de una familia en la que cada cumpleaños era una fecha “superespecial” con ponqué, vino, regalos, y hasta baile. Por eso cree firmemente que a la gente le gusta celebrar cumpleaños propios y ajenos, y, por tanto, la gente colaborará con la celebración de los cumpleaños ajenos para garantizar la celebración del propio.
Además, es sencillo. Una pequeña cuota para ponqué, vino barato, gaseosa, tarjeta y algún detalle. Una pausa de 15 minutos durante el día, o 20 al finalizar la jornada. Se canta el Happy Birthday, se reparte el ponqué, se departe un rato y ya. ¿Sencillo? No. Heroico.
Comencemos por la cuota. La primera se da con gusto, la segunda con resignación, la tercera con rabia y a partir de la cuarta se desarrollan mecanismos de defensa, que van desde “no tengo plata hasta “le voy a decir la verdad, a mí ese (o esa) me cae mal”.
Cualquier ser racional se rendiría, pero los organizadores de cumpleaños no son seres racionales. Así que de alguna forma logran financiar, por lo menos, un ponqué y dos gaseosas litro. Viene la segunda parte. Reunir a la gente.
¿Ha oído el refrán de que es más fácil cuadrar 15 micos para una foto? Súmele otros cinco micos y seguirá siendo más fácil.
Primero lo primero, y ese es el problema, nadie quiere ser el primero. La organizadora insinúa, ruega, ordena y finalmente agarra alguno y lo arrastra a la mesa de juntas. Al rato el jefe se compadece y se integra. Graneaditos y con desgano, van llegando los demás.
Ahí están, pensando en el trabajo atrasado, en la labor interrumpida, o en citas a punto de incumplirse. Sus mentes divagan mientras entonan un destemplado Happy Birthday, reciben una transparente tajada de ponqué o saborean el insípido vino en vaso de plástico.
Poco a poco se irán escapando, hasta que sólo queden tres protagonistas en escena. El festejado pendiente de los restos de ponqué y vino; el vago, que nunca hace nada, así que puede quedarse todo el tiempo del mundo y....
Y un tercer protagonista que, contra toda evidencia, siente que ha cumplido y piensa en la próxima celebración.
Ella, la organizadora.
lunes, 23 de junio de 2008
Miro miro, tapen tapen
La buena noticia para el señor Miranda es que el panorama se llenó de la fuente de producción de leche para humanos recién nacidos. Así define la Enciclopedia Encarta a las glándulas mamarias. Los que no son enciclopedias utilizan términos menos técnicos, como uno que empieza por t y evoca la industria láctea. Pero para evitar problemas con los oídos sensibles, en esta historia hablaremos de trigonometría: senos, cosenos, tangentes y ángulos.
Miranda nunca fue bueno para calcular cosenos y tangentes, pero en cambio siempre ha tenido una atracción hacia los senos. Es un reflejo condicionado. Cuando un escote se ubica en cualquier ángulo visual adecuado, sus ojos y cabeza giran para formar una línea recta con el pechugón objetivo.
Lo ayuda la enorme distancia que tiene su nariz con respecto al suelo (mide 1.90 sin desayunar). También algún remanente de su época de lactante que actúa como radar. Y, por supuesto, la moda, que sacó del closet las glándulas de marras a través de camisetas con una V que a veces es de Victoria, -pero también puede ser de Natalia, Isabel o de Carolina-; botones que no trabajan, brasieres que desafían la gravedad o agujeros ubicados en el lugar preciso.
Pero la ecuación tiene siempre el mismo resultado. Digamos que A es la prenda con su redondo contenido. B es Miranda y su mirada. A + B = C. Se tapa.
Él no sabe si es demasiado evidente, pone cara de depravado, le falta discreción o es excesivamente insistente. Y hay que decirlo: nunca hace comentarios, ni mucho menos propuestas. Pero inevitablemente su encuentro visual con un escote genera botones cerrados, dedos que ajustan telas, posturas aceleradas de chaquetas y, en casos extremos, manos cruzadas sobre el pecho.
Ahí termina... No. Se pone peor. Un inexplicable fuego sube a las orejas de Miranda. No lo ve, pero percibe cambios en el tono de piel de su cara. El tema de conversación se pierde mientras ambas partes simulan una normalidad que no existe. El caballero trata de desviar la mirada pero es como si tuviera un resorte. Siempre aterriza ahí. Como el hombre es alto y ellas bajitas, solo es cuestión de bajar un poco los ojos para iniciar el proceso causa - efecto: yo miro, ellas tapan.
En su defensa, Miranda alega que la moda no es su culpa y que si ellas deciden exhibir sus atributos, lo menos que un caballero puede hacer es observar cuidadosamente la exhibición.
Pero en su mirada hay un poder que ni él mismo logra controlar.
Es una mirada que tapa escotes.
Miranda nunca fue bueno para calcular cosenos y tangentes, pero en cambio siempre ha tenido una atracción hacia los senos. Es un reflejo condicionado. Cuando un escote se ubica en cualquier ángulo visual adecuado, sus ojos y cabeza giran para formar una línea recta con el pechugón objetivo.
Lo ayuda la enorme distancia que tiene su nariz con respecto al suelo (mide 1.90 sin desayunar). También algún remanente de su época de lactante que actúa como radar. Y, por supuesto, la moda, que sacó del closet las glándulas de marras a través de camisetas con una V que a veces es de Victoria, -pero también puede ser de Natalia, Isabel o de Carolina-; botones que no trabajan, brasieres que desafían la gravedad o agujeros ubicados en el lugar preciso.
Pero la ecuación tiene siempre el mismo resultado. Digamos que A es la prenda con su redondo contenido. B es Miranda y su mirada. A + B = C. Se tapa.
Él no sabe si es demasiado evidente, pone cara de depravado, le falta discreción o es excesivamente insistente. Y hay que decirlo: nunca hace comentarios, ni mucho menos propuestas. Pero inevitablemente su encuentro visual con un escote genera botones cerrados, dedos que ajustan telas, posturas aceleradas de chaquetas y, en casos extremos, manos cruzadas sobre el pecho.
Ahí termina... No. Se pone peor. Un inexplicable fuego sube a las orejas de Miranda. No lo ve, pero percibe cambios en el tono de piel de su cara. El tema de conversación se pierde mientras ambas partes simulan una normalidad que no existe. El caballero trata de desviar la mirada pero es como si tuviera un resorte. Siempre aterriza ahí. Como el hombre es alto y ellas bajitas, solo es cuestión de bajar un poco los ojos para iniciar el proceso causa - efecto: yo miro, ellas tapan.
En su defensa, Miranda alega que la moda no es su culpa y que si ellas deciden exhibir sus atributos, lo menos que un caballero puede hacer es observar cuidadosamente la exhibición.
Pero en su mirada hay un poder que ni él mismo logra controlar.
Es una mirada que tapa escotes.
miércoles, 11 de junio de 2008
Nuevones
Se sienten incómodos. No saben exactamente que deben hacer. Ignoran las rutinas pero forman parte de ellas. Quisieran pasar desapercibidos, pero son el centro de atención Los meten a la brava en conversaciones ajenas con el cuento de la integración. Un señora muy bien intencionada les sirve un tinto cargado y sin azúcar, justo como ellos lo detestan. Son las 24 horas más largas de su vida. Son el primer día de trabajo.
A diferencia del primíparo universitario, el primíparo trabajador ni siquiera tiene el consuelo de tener compañía en su desgracia. El está sólo, apoyado únicamente por su valor y ese carnet en el que quedó como mandril sin desayunar. Y así, debe enfrentar situaciones como las siguientes.
- El eficiente celador que insiste en no dejarlo entrar hasta que autorice el gerente, quien llega a las dos de la tarde.
- La secretaria de personal que lo recibe con una lista de 10 documentos, 7 fotocopias autenticadas y ocho formularios que debe llenar para poder firmar contrato.
- El encargado de almacén que le entrega un overol dos tallas más grande bajo la promesa de que "el lunes me llega uno de su tamaño".
- El simpático jefe que muy amablemente le hace seguir a la oficina y no lo deja mover de ella, justo antes de que le entre una llamada del abogado de su ex esposa (la del jefe) interesada en embargarle el 70 por ciento del sueldo.
- El mensajero avivato que cinco minutos después de conocer al nuevo compañero, le pide prestados cinco mil pesos
- La compañera del cubículo del lado que a la media hora de conocerlo, quiera saber hasta su más íntimos secretos
- El neurótico que le hace mala cara cuando entra, mal cara cuando cuelga el saco, mala cara cuando se lo presentan y mala cara, mala cara, mala cara...
- El simpático compañero vegetariano que para darle la bienvenida lo lleva a almorzar berenjena con salsa de soya.
- El gerente general que llega a conocer al nuevo empleado, justo cuando este salió a sacarle copia a la llave del baño.
- El contratista abusivo que ocupa el teléfono una hora.
- El señor desconocido que llega justo cuando el primíparo está solo en la oficina, lo mira de arriba a abajo y le pregunta algo que obviamente el primíparo ignora. ¿Quien era ese desconocido cansón? Obvio, el presidente de la empresa.
A diferencia del primíparo universitario, el primíparo trabajador ni siquiera tiene el consuelo de tener compañía en su desgracia. El está sólo, apoyado únicamente por su valor y ese carnet en el que quedó como mandril sin desayunar. Y así, debe enfrentar situaciones como las siguientes.
- El eficiente celador que insiste en no dejarlo entrar hasta que autorice el gerente, quien llega a las dos de la tarde.
- La secretaria de personal que lo recibe con una lista de 10 documentos, 7 fotocopias autenticadas y ocho formularios que debe llenar para poder firmar contrato.
- El encargado de almacén que le entrega un overol dos tallas más grande bajo la promesa de que "el lunes me llega uno de su tamaño".
- El simpático jefe que muy amablemente le hace seguir a la oficina y no lo deja mover de ella, justo antes de que le entre una llamada del abogado de su ex esposa (la del jefe) interesada en embargarle el 70 por ciento del sueldo.
- El mensajero avivato que cinco minutos después de conocer al nuevo compañero, le pide prestados cinco mil pesos
- La compañera del cubículo del lado que a la media hora de conocerlo, quiera saber hasta su más íntimos secretos
- El neurótico que le hace mala cara cuando entra, mal cara cuando cuelga el saco, mala cara cuando se lo presentan y mala cara, mala cara, mala cara...
- El simpático compañero vegetariano que para darle la bienvenida lo lleva a almorzar berenjena con salsa de soya.
- El gerente general que llega a conocer al nuevo empleado, justo cuando este salió a sacarle copia a la llave del baño.
- El contratista abusivo que ocupa el teléfono una hora.
- El señor desconocido que llega justo cuando el primíparo está solo en la oficina, lo mira de arriba a abajo y le pregunta algo que obviamente el primíparo ignora. ¿Quien era ese desconocido cansón? Obvio, el presidente de la empresa.
viernes, 6 de junio de 2008
Exageraciones paternales
En algún momento de la vida, el héroe oficial de nuestra existencia es ese señor que ostenta el titulo de papá. En la situación influye - además de su porte y su habilidad para sacar dulces del bolsillo del saco - algunas historias que nos ha contado, sobre relaciones con personajes importantes, aventuras dignas de un héroe de película o viajes maravillosos a tierras lejanas.
Lo cierto es que un día crecemos, y como quien no quiere la cosa, empezamos a repasar mentalmente los cuentos de papá. Y ahí aparecen las incoherencias de fecha, lugar y tiempo. ¿Como pudo jugar en el mismo equipo con Willington Ortiz y Oscar Córdoba en una final para el Mundial?
Ahí descubrimos la triste realidad. Papá no nos mintió, aunque sí exageró "un poquito". Por ejemplo:
Historia: Una vez, estuve en un concierto con Fruko y sus Tesos, hicieron un concurso de salsa y gane el primer lugar con el paso del espagueti.
Realidad: Una vez hicieron un concurso para ver quien era el más teso para comer espagueti con salsa. Papá no ganó, pero pasó una noche en medio del desconcierto.
Historia: Tuvimos una pelea de jóvenes, éramos 5 contra 20. pero los sacamos corriendo a los 18 minutos.
Realidad: Ibamos a pelear seis contra cinco pero ellos, de lo grandes parecían 20. Salimos corriendo y nos persiguieron 18 cuadras.
Historia: En la final del campeonato intercolegial, anoté en el último minuto el gol que nos hizo campeones.
Realidad: En un partido con otro colegio, lesioné en el ultimo minuto al arquero rival, y luego ganamos por penaltys
Historia: Cuando viajé a los Estados Unidos, mi compañero de silla fue Silvester Stallone, quien habla viajado de incógnito a Colombia.
Realidad: Cuando conseguí un puesto de cargamaletas en el aeropuerto, vi a los lejos un tipo idéntico a Silvester Stallone, pero hablaba como boyacense, y era negro.
Historia: Una vez tuve que atravesar el río Magdalena nadando en medio de una tormenta.
Realidad: Una vez me caí a la quebrada la Magdalena, y me sacaron con chinchorro.
Historia: No me casé con Amparo Grisales, cuando a ella no la conocía nadie, porque era en ese tiempo una negrita maluca. Por eso preferí a su mama (la suya mijo, no la de Amparo Grisales)
Realidad: No me casé con Amparo Grisales - la dueña de la tienda de la esquina y homónima de la famosa actriz - porque, es, fue y seguirá siendo, una negrita maluca, y su mamá, pese a todo, es mucho mejor
Historia: Cuando Rafael (el cantante español) vino a Colombia, me habló como se le habla a una amigo de confianza, y me dio recomendaciones para evitar problemas con mi vida.
Realidad: Cuando Rafael , el cantante español, vino a Colombia, le lanzó un grito a un bobo parado en medio de la calle. "¡Quitaos de ahí imbécil, no ves que te vamos a atropellar”!
Lo cierto es que un día crecemos, y como quien no quiere la cosa, empezamos a repasar mentalmente los cuentos de papá. Y ahí aparecen las incoherencias de fecha, lugar y tiempo. ¿Como pudo jugar en el mismo equipo con Willington Ortiz y Oscar Córdoba en una final para el Mundial?
Ahí descubrimos la triste realidad. Papá no nos mintió, aunque sí exageró "un poquito". Por ejemplo:
Historia: Una vez, estuve en un concierto con Fruko y sus Tesos, hicieron un concurso de salsa y gane el primer lugar con el paso del espagueti.
Realidad: Una vez hicieron un concurso para ver quien era el más teso para comer espagueti con salsa. Papá no ganó, pero pasó una noche en medio del desconcierto.
Historia: Tuvimos una pelea de jóvenes, éramos 5 contra 20. pero los sacamos corriendo a los 18 minutos.
Realidad: Ibamos a pelear seis contra cinco pero ellos, de lo grandes parecían 20. Salimos corriendo y nos persiguieron 18 cuadras.
Historia: En la final del campeonato intercolegial, anoté en el último minuto el gol que nos hizo campeones.
Realidad: En un partido con otro colegio, lesioné en el ultimo minuto al arquero rival, y luego ganamos por penaltys
Historia: Cuando viajé a los Estados Unidos, mi compañero de silla fue Silvester Stallone, quien habla viajado de incógnito a Colombia.
Realidad: Cuando conseguí un puesto de cargamaletas en el aeropuerto, vi a los lejos un tipo idéntico a Silvester Stallone, pero hablaba como boyacense, y era negro.
Historia: Una vez tuve que atravesar el río Magdalena nadando en medio de una tormenta.
Realidad: Una vez me caí a la quebrada la Magdalena, y me sacaron con chinchorro.
Historia: No me casé con Amparo Grisales, cuando a ella no la conocía nadie, porque era en ese tiempo una negrita maluca. Por eso preferí a su mama (la suya mijo, no la de Amparo Grisales)
Realidad: No me casé con Amparo Grisales - la dueña de la tienda de la esquina y homónima de la famosa actriz - porque, es, fue y seguirá siendo, una negrita maluca, y su mamá, pese a todo, es mucho mejor
Historia: Cuando Rafael (el cantante español) vino a Colombia, me habló como se le habla a una amigo de confianza, y me dio recomendaciones para evitar problemas con mi vida.
Realidad: Cuando Rafael , el cantante español, vino a Colombia, le lanzó un grito a un bobo parado en medio de la calle. "¡Quitaos de ahí imbécil, no ves que te vamos a atropellar”!
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