miércoles, 30 de julio de 2008

Reciclaje maternal

Mentira. El reciclaje no es un invento de los ecologistas. Ni de las industrias. Es idea de las madres. De las madres modelo viejo. De esas que se dedicaban a atender hogares en los cuales, puntualmente durante 10, 15 y hasta 20 años, se cumplía con el precepto bíblico de creced y multiplicaos.
Eran tiempos en los que no existían las parabólicas, y había que combinar las horas de la noche con los deberes conyugales. La única píldora conocida sólo servía contra el dolor de cabeza, y condón era una palabra desterrada de las reuniones con señoras a bordo.
El cuento es que el día menos pensado, estas heroicas damas amanecían con un equipo de fútbol en potencia que requería cambio de pañales. Y el presupuesto familiar, como por arte de magia, se multiplicaba, aunque los bebes crecían en proporción geométrica, mientras que los ingresos lo hacían en escala aritmética.
El secreto se remonta a una frase de un filósofo de la antigüedad: "Nada se acaba, nada se destruye, todo se transforma".
Era la época en que el principal basuriego era mamá. Empecemos por las toallas. Recién compradas eran de baño, para todo el cuerpo. Cuando el paso de los años las iba convirtiendo en tela raída, una mágica tijera las convertía en maniles. Tres años después, amanecían graduadas de limpiones, y cuando ya eran trapos oscuros y grasientos, iban a parar a labores más prosaicas, como limpieza de pisos o brillo de objetos metálicos.
Hablemos de la comida. ¿Sobras? Las que quedaban en los platos se convertían al día siguiente en un delicioso manjar para perros. O para gatos. O para patos. O para cualquier semoviente adoptado por la familia.
Las sobras de la olla eran para la familia. Hoy, arroz a la Valenciana; mañana, tortillas y empanadas de arroz con carne. Hoy, leche, mañana. Postre de leche cortada (mielmesabe, para los conocedores). Hoy, tajadas de patacón y plátano asado; mañana, torta de plátano. Hoy, agua de panela: mañana, melado. Hoy, pan duro, mañana, torta de pan. Hoy, fríjoles con arroz: mañana, calentado. Hoy, costillas de res:
Mañana, caldo de papa con sabor (lejano, pero sabor) a costilla.
Hablemos de ropa. O de la maldición del hijo menor. Para el mayor fue un pantalón elegante. Para el siguiente un pantalón de trabajo. Para el tercero un chiro de estar en la casa. Y para el menor unas bermudas. (en algunas familias, la cadena empezaba en los tíos, luego al menor le llegaba convertido en trapo de embolar). Todo gracias a los remiendos maravillosos de mamá.
Las viejas cortinas evolucionaban a forro de cojines. Sábana que se respetara sería funda algún día, y en algunos casos pañuelo. Quien recibía un regalo, sabia que romper el papel equivalía a poco menos que un sacrilegio. El mismo pliego empacaría durante varios años y de manera sucesiva un televisor, una olla exprés, un vestido, una licuadora, una billetera, un par de medias, y un llavero.
Desechable era una palabra que no existía. Ni siquiera lo desechable era desechable. Las bolsas del mercado - en papel - servían para envolver encargos, y el papel periódico era desde secador de pisos hasta madurador de aguacates.
Lo dicho. Ellas inventaron el reciclaje.

lunes, 21 de julio de 2008

20 diferencias entre un velorio y una boda

1 .- En los velorios nadie le pregunta a los solteros que cuando es el suyo.
2 .- En los velorios no hay un camarógrafo y un fotógrafo acosando al principal protagonista.
3 .- En los velorios no rifan parte de las flores ni una prenda de vestir del protagonista.
4 .- En los velorios el vestido del protagonista no se enreda con todo.
5 .- En los velorios nadie habla más de lo estrictamente necesario, incluyendo al sacerdote.
6 .- Para los velorios no es necesario alquilar esmoquin, ni mandarse peinar.
7 .- En los velorios no hay que equilibrar la lista de invitados entre amigos, parientes y presupuesto.
8 .- Al terminar el velorio, no es necesario controlar que los de la funeraria no se roben lo que sobró.
9 .- En los velorios, los amigos borrachos no le cuentan intimidades a la novia y/o esposa.
10 .- No es necesario, robar, comprar o prestar objetos para vestir al principal protagonista del velorio.
11 .- En los velorios nadie se preocupa si el tío sinverguenza llegó sin corbata.
12 .- En los velorios el transporte del protagonista está garantizado, y es claro que debe ser el primero en llegar.
13 .- En los velorios, si el protagonista o los invitados no saben bailar vals, a nadie le importa.
14 .- Los velorios no requieren meses de preparación, y tampoco implican descubrir a última hora que algo muy importante falta.
15 .- Ninguna amistad o interés peligra si a alguien no se le avisa del velorio.
16.- En los velorios el destino de las flores al terminar la ceremonia no es importante.
17.- Las lágrimas en el velorio no desentonan, ni convierten a quien llora en centro de murmullos.
18.- En los velorios no hay música a todo volumen que impide conversar.
19.- En los velorios uno se puede ir sin despedirse de nadie.
20.- En los velorios, el protagonista no debe preocuparse por nada.

miércoles, 16 de julio de 2008

Tribulaciones de una gran mujer

Alguna travesura genética hizo que Julia llegara a grande y siguiera derecho. En un país de mujeres menudas y chiquitas, Julia es maciza y grandota. Esto tiene implicaciones filosóficas y prácticas. Las filosóficas, a veces no encuentra su lugar en el mundo. Las prácticas, cuando lo encuentra, no cabe.
Por ejemplo, no cabía en el corazón de su amor platónico, Eduardo, compañero de universidad, separado de ella por unos 30 centímetros, porque, para rematar, lo que a Julia le sobraba entre suelo y nariz, a Eduardo le hacía falta.
En otras épocas, el destino de Julia hubiera sido un cuarto de costura en el viejo caserón, interrumpido sólo por idas a la iglesia. Pero, afortunadamente para ella, en 1999 los viejos caserones son oficinas, no hay cuartos de costura y existen los conciertos de rock.
Los conciertos de rock son un grupo indefinido de personas, para unos cantando, para otros gritando. Entre estos hay unos pocos, subidos en una tarima, los cuales cobran por gritar (¿Cantar?). Abajo están los otros, que, curiosamente, pagaron para poder cantar, gritar, saltar, poguear (es algo así como empujarse entre ellos, pero al son de la música), y demás comportamientos racionales.
Entre los que pagan y los que cobran debe haber una barrera. Y ahí es donde entran los grandotes y las grandotas. Así que Julia junto con otros y otras tamaño litro le dan la espalda a la música y le ponen pecho al público, en plan de imperturbables columnas humanas, reforzados a veces por autoridades competentes, dependiendo de que tan hábiles sean los roqueros para despertar instintos salvajes.
Precisamente, eso ocurría el día en que “Los Asquerosos Plenilunios” llenaban el aire con su pon pon pon. A esas alturas, Julia y sus compañeros, apoyados por la Policía, habían rechazado tres arremetidas de pogueros (¿se dirá así?), dos de fanáticas hambrientas de roquero, y una de un grupo religioso que quiso lavar con agua bendita el escenario, para hacerle contrapeso a Satanás.
Frente a la masa agresiva estaba Julia, con la adrenalina al 100 por ciento, los músculos tensos y todo su enorme cuerpo dispuesto a ejercer como muro de contención. Por eso, cuando sintió la mano en el hombro, reaccionó con un derechazo que mandó directamente al piso al inocente amigo que la había reconocido y quería saludarla.
Ella que iba a saber que él tenía un pase que le permitía estar en la trasescena.
Y tenía que ser Eduardo.

lunes, 14 de julio de 2008

Cumpleaños con fiestas ajenas

En el fondo, Mateo reconoce que es un castigo de Dios. Cuando tenía 10 años, se antojó de un carro de bomberos a pilas. Por esos días venía el cumpleaños de su hermano, de 16 años. La pequeña mente maquiavélica le pidió plata al padre para comprarle regalo al hermano y adquirió el carro de bomberos.

El plan fue perfecto. Luego de la sorpresa inicial, el hermano escondió el vehículo unos días pero despues no le hizo más caso. Así, Mateo disfrutó de su juguete.

Pero pasaron los años y el niño creció, se hizo profesional y, a estas alturas, cero responsabilidades familiares. Excepto una, aceptar las invitaciones de parientes cuando cumple años. Por ser el solterón del clan, sus hermanos, padres y primos se rotan para “atenderlo”. Esos parientes sí se casaron, sí tienen hijos y obviamente viven para ellos. Así que han encontrado la excusa ideal para llevar a los pequeños a sitios adecuados: el cumpleaños de Mateo.

Por eso, lo invitan a negocios de comida rápida y nombre rimbombante. De esos que lo dejan a uno insatisfecho, pero lo bastante lleno para impedir una comida de verdad. Lleno de colesterol y otras sustancias “saludables”. Y a Mateo le toca fingir que es tan feliz como la cajita de turno que devoran alegremente sus sobrinos.

A veces es peor, porque en estos u otros negocios hay un especial de cumpleaños. Eso significa que: 1.- Un coro de meseros destemplados le cantará el happy birthday, lo que lo convertirá en el espectáculo principal del negocio. 2.- Algún peluche gigante lo tomará como compañero para fotos o actividades recreativas 3.- No podrá pedir lo que quiere, sino el especial que sus anfritriones separaron con anterioridad, generalmente especial para niños.

En otras ocasiones, algún pariente considera a Mateo lo suficientemente grande para llevarlo a donde él quiere. Él es el que invita, no el invitado. La cena, entonces, ha pasado por un local ruso en el que sonaban balalaikas, con menú de carne cruda; un estadero mexicano en el cual los gritos del mariachi anularon toda conversación; un restaurante de comida fusión en el que tras una larguísima espera trajeron tres pedazos de zanahoria con mantequilla derretida perdidos en un plato gigante; o ese negocio de moda donde hay que hacer una cola de tres horas para terminar acomodado en una mesa junto al baño.

Una hermana nunca lo lleva a sitios públicos, Siempre lo atiende en su casa. Allí él tiene que soportar las peleas de mesa de cuatro sobrinos patanes. Además es el sujeto de prueba para experimentos culinarios bajados de internet cuyos ingredientes, resultados y efectos posteriores son, en el mejor de los casos: inciertos.

Lo dice la sabiduría popular: Dios no castiga ni con palo, ni con rejo.

jueves, 10 de julio de 2008

¿¿Vacaciones??

Y dicen que son para descansar. Carreta. En vacaciones descansan los hijos. Pero los padres, esos que trabajan durante todo el año, tienen jornada de 24 horas. Y es igual en el balneario. En la sede recreacional. En la caja de compensación. En el hotel todo pago. En la finca. En la casa de la abuela.

Bueno, la verdad sí se descansa. Por allí unos cinco minutos antes de las cinco de la mañana. Antes de que el primero de los niños se levante a gritar. O a caminar. O a la piscina. O al bosque. O a cualquiera de esos lugares donde se pueden cortar, raspar. herir, pelar, quemar, intoxicar, si no hay un padre ejerciendo.

Porque la capacidad que tienen los niños para meterse en problemas nunca entra a vacaciones. Y los días de "descanso" tienen un agravante para los padres. No cuentan con la ayuda de los profesores para las labores de inspección y vigilancia. Ahí sí, ser progenitor se convierte en un trabajo de 24 horas.

Claro que no falta el optimista que menciona la posibilidad de recibir ayuda de los adolescentes. O de los jóvenes. Si en términos normales son inútiles, en términos vacacionales, son unos inútiles en descanso. Y además, ellos también se meten en problemas.

Así que la madre y el padre de turno deben estar pendientes de la quinceañera, que se está haciendo muy amiga del melenudo hiperhormonizado de la cabaña del lado, o de las vecinas de enfrente, fáciles de identificar por sus tatuajes ubicados allí donde la espalda pierde su casto nombre.

Lo mismo pasa con el buen estudiante, que influenciado por sus amigos de ocasión adquiere hábitos noctámbulos y aliento fermentado. Hasta que una mañana cualquiera sale pálido y desencajado de su cuarto, ocasionando viaje de emergencia al médico, quien en un punto medio entre molesto y divertido dirá "este lo que está es enguayabado".

Esa temporada es sinónimo de padres polifacéticos. De padres salvavidas ante el pequeño terco que insiste en ir al lado profundo de la piscina. De padres enfermeros, de esos que atienden el pie cortado por culpa del tío solterón que rompe botellas de aguardiente en el camino a la piscina. De padres dictadores, tratando de explicarle a la histérica adolescente porque no puede irse dos días de paseo con sus nuevos amigos. De padres cocineros, produciendo alimentos para esa horda con mucha hambre y pocos horarios. De padres desvelados, esperando en la madrugada el retorno de sus hijos de alguna fiesta de playa, de piscina. o de la cabaña 16.

Y todavía tienen el cinismo de llamarlas vacaciones

Y decir que son para descansar.

lunes, 7 de julio de 2008

Temblor en el lugar equivocado

Albeiro tiene una historia buenísima, que no le puede contar a nadie. Todo comenzó cuando vio cierto aviso en el periódico. Decía masajes. La verdad es que estaba algo tenso... No, la verdad es que él sabía que a veces esos avisos escondían otra cosa. Y ese día le sobraba plata y le faltaban remordimientos.
Sin entrar en detalles, un par de horas después Albeiro estaba en una camilla, boca abajo, desnudo y con los ojos cerrados. Las manos expertas de una mujer joven, bonita y con poca ropa recorrían su espalda, sus piernas y zonas intermedias. La sensación era agradable. En cierto momento empezó a sentir su cuerpo sacudirse acompasadamente, como si alguien moviera la camilla. Estaba extasiado, estaba excitado, estaba.. ¡temblando!
Varios factores lo llevaron a entender que se trataba de un problema sísmico. Uno: el grito de la masajista. Dos: que cuando abrió los ojos no había masajista y la puerta del pequeño cuarto estaba abierta de par en par. Y tres, que la cama se movía, se movía y se movía.
El instinto lo sacaba de la casa. La decencia lo detuvo a mitad de camino, porque estaba desnudo. Volvió al cuarto y se puso un pantalón y un sueter al revés. Al salir, descalzo, vio a su masajista llorando mientras la calle se llenaba de gente. Fue un temblor largo -”el más largo de los últimos 20 años”- diría el noticiero.
Mas tarde comenzó el problema. Un grupo de amigos y amigas aterrizó en el tema del día: el temblor. Estaba en mi casa, dijo Patricia; en un centro comercial, señaló Roberto; por la calle en el carro, manifestó Freddy; en gimnasio, informó Claudia; en una... (silencio por parte de Albeiro).
El combo entero se quedó mirándolo. “En una... calle”. ¿Cuál calle?, preguntó Patricia. “Una calle... del centro...” ¿Y qué hacía ahí? consultó Roberto. “Iba a comprar... cigarrillos? ¿Y usted desde cuando fuma? interrogó Freddy. “Eran para... mi novia”. ¿”Tiene novia? indagó Claudia. Siiiii, cuente el chisme, corearon los amigos.
Albeiro pasó la mitad de la tarde hablando de una mujer inexistente. Esa primera experiencia lo motivó a diseñar una historia alterna. Decidió inaugurarla con su mamá. Estaba en un centro comercial. ¿En cuál?, ¿y qué compró? ¿y con quién estaba? ¿y por qué solo?
Durante los días siguientes, Albeiro ensayó versiones. En su casa, cruzando una calle, tomándose un café. Todas originaban una curiosidad morbosa por los detalles. El mundo parecía obsesionado por el qué, el cómo y el dónde de su relación con el temblor.
Y pensar que la realidad es una historia buenísima.
Lástima que sea inconfesable.

miércoles, 2 de julio de 2008

Así se pierden los balones

Es hombre o mujer. Realmente el género no importa. En cambio, la edad es determinante. Debe parecer viejo. Si lleva o no más de 40 años sobre el planeta es secundario, pero a primera vista es fundamental que uno le calcule 50 o más.
No puede tener trabajo, porque su actividad le demanda disponibilidad de 24 horas diarias. Si vive en casa, esta debe disponer de ventana con vista a la calle. Si reside en apartamento, su puerta debe estar cerca de los pasillos, o de cualquier zona comunal.
Para efectos de quienes únicamente lo ven, nunca duerme, nunca come, nunca va al baño. Solo permanece tras la ventana, con ese rostro inexpresivo al cual le extraditaron la sonrisa, esperando el momento en el cual las circunstancias le permitirán entrar en acción.
La sola presencia de niños jugando ruidosamente - sus enemigos naturales - es suficiente. Entonces manotea tras el vidrio hasta que una fuerza, inusual para su edad, se convierte en esa voz cascada pero potente que grita “vayan a jugar a sus casas, vagos”.
Eso cuando se trata de residentes de casas, porque en los apartamentos la historia es distinta. En ellos, mientras los niños corren por pasillos y escaleras de repente se abre una puerta, y la misma voz cascada pero potente advierte “vayan a jugar a sus apartamentos y no molesten”.
La primera vez asusta, y hasta funciona. Pero sus pequeños vecinos pronto cogen confianza. Así que lo (la) ignoran. Sin embargo, tarde o temprano dos fuerzas se verán atraídas como imanes. Escrito está: el balón con el que se está jugando (fútbol, quemados, voleibol, cualquier cosa) irá a parar a casa del viejo (a) amargado.
En el mejor de los casos, caerá tras una barda, lo suficientemente segura para obligar a golpear la puerta si se aspira a la recuperación. En el peor, romperá un vidrio. En ambos, la voz cascada pero potente soltará todo su repertorio, incluyendo amenazas de denuncia a la junta comunal, el comité de vecinos, el CAI, la Policía, la Fiscalía, y lo que es peor... ¡a los padres!
De hecho, la única posibilidad de recuperación del redondo implemento deportivo es ir acompañado del progenitor, cuya juventud es inversamente proporcional a su actitud frente al viejito (a) de la ventana. Es decir, si es igual o más viejo que él (difícil pero posible), pueden ser hasta amigos. Pero si es menor, le tendrá respeto. Y si es mucho menor, le tendrá tanto o más miedo que sus propios hijos.
Así se pierden los balones.