lunes, 23 de febrero de 2009

Cazador de oyentes indefensos

Es de noche o de día. El cazador de oyentes llega a su coto de caza. Puede ser un coctel o una fiesta; aunque también actúa en cafeterías, restaurantes, oficinas y aulas. El único requisito es que haya seres humanos cerca. Seres humanos que, aunque no quieran, deberán escuchar el inacabable monólogo de...
Intelectual: Se ha leído tantos libros que ya no sabe si las ideas son de Aristóteles, Nietzche o de él. Se siente en la obligación de citar un autor hasta para los estornudos. Su idea de conversación es una nube de humo de Pielroja y alguien al otro lado asintiendo mientras él habla, y habla, y habla... Nota, no es necesario que el interlocutor entienda.
Liberal viejo: No importa que el tema sea la última cosecha de arracacha o el fracaso de la misión espacial marciana, tarde o temprano, cualquier conversación terminará en Jorge Eliécer Gaitán. Y su ocasional interlocutor oirá detalladas exageraciones de las cualidades, condiciones y experiencia del líder.
Hincha: Los equipos de fútbol ganan, pierden y empatan. Si el suyo gana, demorará horas ensalzando sus cualidades. Si pierde, extremará energías en explicarle a su oyente ocasional las 1000 razones de la flagrante injusticia. Y si empata, dependiendo del rival, habrá una hazaña o una infamia para comentar. En el intermedio los tópicos serán jugadores, técnicos, directivos, árbitros, camisetas y recuerdos de aquella gloriosa campaña del año tal.
Conservador viejo: Lo mismo que el liberal, pero donde dice Jorge Eliécer Gaitán, ponga Laureano Gómez.
Tecnológico: Normalmente aborda a su presa preguntándole por algún problema, que fácilmente se puede solucionar con el “esteprograma.V2”. Y de ahí en adelante sigue hablando de modems, DVD, sistemas operativos, Internet, disco duro, disco óptico, software, hardware, iphones… hasta que la víctima, desesperada, siente deseos de resetear a su interlocutor.
Abstencionista viejo: Lo mismo que el conservador, pero donde dice Laureano Gómez, ponga Gustavo Rojas Pinilla.
Novelera: Gracias a sus tres televisores con sendos DVD ve todas las novelas. Cualquier conversación es una sucesión de referencias a teleficciones por capítulos. Cuando el escucha ocasional no está debidamente actualizado, los personajes terminan revolviéndosele, en un sancocho cuyos ingredientes son Todos odian a los vecinos, Betty quiere a morir, El último padre feliz y Matrimonio e hijos de Bermúdez.
Uribista de cualquier edad: Lo mismo que el abstencionista, pero donde dice Gustavo Rojas Pinilla, ponga Àlvaro Uribe Vélez.
Antiuribista de cualquier edad: Lo mismo que el uribista, pero donde dice cualidades, condiciones y experiencia, ponga defectos, carencias e improvisación.

lunes, 16 de febrero de 2009

Escallón Pombo cogiendo bus (y 2)

(Sinópsis. Un ex heredero millonario en decadencia pierde su carro y se ve en la obligación de coger bus, algo que jamás ha hecho. Tras una fase experimental detiene un vehículo de este tipo. El conductor lo "invita" a subir)

Julio Andrés Escallón Pombo decidió pasar a la fase dos de su periodo de prueba y ágilmente se trepó a la buseta. Con la educación que caracterizaba su comportamiento, solicitó cordialmente al conductor: “A la universidad, por favor”.
Este ya había arrancado - lo que casi hace caer a Escallón Pombo- pero al oír la solicitud del aristócrata frenó en seco, lo que, ahí sí, hizo caer a Escallón Pombo.
- ¡Qué que!, ladró el chofer
Recuperando su compostura, Julio reiteró: “A la universidad, por favor”.
La sucesión de doble &%$#$%&, y de tetra &%$#$%& pronunciados a continuación le hicieron entender a Julio que tal vez el señor conductor ya sabía cual era la ruta, así que pasó silenciosamente la registradora y se dirigió a buscar donde sentarse cuando la ya familiar voz del conductor ladró...
- ¡Oiga, pague el pasaje!
Una rápida asociación de palabras le permitió comprender... pasaje era el otro nombre con el que se denominaba el tiquete aéreo. Se trataba de una especie de contrato de transporte. Por supuesto. Sacó un billete de 20 mil y empezó a buscar un cajero o algo que se le pareciera. Mientras, la voz del conductor, entre frenadas y acelerones, amenizaba el ambiente. Escallón le alcanzó tímidamente el billete.
- “Esto es mucho jijue &%$#$%&. !Oiga, y es que no tiene sencillo!
- Claro, ¿cuanto vale?
Le sorprendió el poco costo del servicio, e intentó sacar su monedero, pero el movimiento constante del vehículo se lo impedía, así que solicitó al conductor...
- Disculpe, podría ir más lento para que pueda sacar mi plata.
La solicitud fue atendida de inmediato con otro frenazo que mandó de nuevo a Escallón Pombo a su ya viejo conocido amigo el suelo.
- &%$#$%&, usted me cogió de &%$#$%&, o que.
Escallón seguía sin entender, le alcanzó unas monedas al conductor y se movilizó a una silla cercana. Allí se ubicó cerca a una ventanilla y fue cuando se dio cuenta que ni los edificios, ni las calles, ni nada de lo que en el veía en el camino se le parecía a la ruta que utilizaba diariamente para llegar al centro de estudios.
Temeroso de originar otro concierto de adjetivos, decidió consultar a una anciana, en apariencia amable, que se había sentado a su lado.
- ¿Disculpe señora, usted sabe en que momento pasamos por la universidad?
- Eso es para el centro joven....
- Aaaa.
- Tiene que bajarse y coger buseta al otro lado de la avenida.
Aprovechándose de la generosidad de su interlocutora, le pidió instrucciones para bajarse. Esta lo miró extrañada, pero le explicó que debía pedirle al conductor que se detuviera.
Escallón Pombo hizo acopio de su valor familiar y se acercó al energúmeno que llevaba el volante. Con suavidad pero firmeza le solicitó. “Sería tan amable de detenerse aquí”....
Eso hizo el conductor. Literalmente paró ahí. Ahí era la mitad de una avenida, Se sintieron las frenazos detrás de la buseta. Algo le dijo a Julio que lo más prudente era bajarse, y tan pronto como pudo lo hizo. A lo lejos le pareció escuchar la ya familiar sucesión de &%$#$%&.
Cruzó la avenida atendiendo las instrucciones de su compañera de silla, y se dispuso a tomar otro transporte, Sin embargo, recordando la experiencia previa, decidió tener suelto disponible. Miró su monedero. No alcanzaba. Entonces fue a la billetera a sacar el billete de veinte mil con el que había iniciado la travesía, su único capital disponible para la semana.
No estaba.
El chofer de la buseta nunca se lo había devuelto
Ahí fue cuando Julio Andrés Escallón Pombo, cuarto en la línea de sucesión de una estirpe de poderosos industriales aprendió realmente lo que era montar en buseta cuando dijo:
- Eso es mucho &%$#$%&.

martes, 10 de febrero de 2009

Escallón Pombo cogiendo bus (1)

Un día, a Julio Andrés Escallón Pombo, su papi le dijo, como quien no quiere la cosa, que sería bueno que sacara menos el carro. Como el joven heredero no le dio importancia, la segunda vez no fue una cordial sugerencia, sino una solicitud en tono de orden. Realmente no hubo tercera vez. Simplemente, un día Julio Andrés le entregó el vehículo al chofer de la casa para que lo llevara a lavar y jamás se lo devolvieron.
Al no tener carro, Julio optó por pedirle al chofer que lo llevara a la universidad a diario y lo recogiera más tarde. El problema fue cuando descubrió que no tenían chofer. Era otra misteriosa desaparición del personal al servicio de la familia Escallón Pombo, que cada día incluía menos gente.
La alternativa, entonces, era movilizarse en taxi. Inteligente pero despistado, solo en ese momento Julio cayó en cuenta de que su asignación mensual venía reduciéndose desde tiempo atrás. De hecho, lo que papi le daba semanalmente apenas alcanzaba para...
Para taxi no alcanzaba. Por primera vez en su vida, Julio tuvo que considerar la posibilidad de utilizar transporte público. Buses, busetas, colectivos. Él sabía que eso existía, pero no tenía ni idea sobre como utilizarlo.
El espíritu de los Escallón siempre fue de luchadores. Por algo hicieron empresa arrancando de nada, así que Julio superó sus naturales temores ante lo desconocido y decidió lanzarse a la lucha.
Él había visto que en una avenida cercana a su casa pasaban buses y busetas. Así que salió a ella. Se sintió triunfante al comprobar que evidentemente existía un abundante tráfico de vehículos de servicio público. Pero ¿cómo lograr que pararan?
Afortunadamente, su formación profesional incluía un importante componente de pedagogía, así que conocía las teorías sobre aprendizaje a través de la observación. De manera que seleccionó como sujeto experimental a un grupo de individuos situados a pocos metros bajo una estructura metálica.
Pronto descubrió una interesante constante de causa - efecto. Al acercarse un vehículo A el sujeto B levantaba su brazo. El vehículo A se detenía. El sujeto B se subía. Observó un rato más y luego decidió asumir el mismo el papel del sujeto B.
Levantó un brazo. El bus paró. Se estuvo frente a Julio durante un rato y luego arrancó. Regocijado, Escallón Pombo repitió el experimento con una buseta. Idéntico resultado. Cuando realizó la tercera prueba, un elemento inesperado surgió del interior del vehículo que estaba parado frente a él.
Una voz masculina, evidentemente alterada preguntó con un grito popular.
- ¡Oiga &%$#$%&, se va subir o que!
(Continuará la proxima semana)

lunes, 2 de febrero de 2009

Una boda perfecta (y 2)

(Sinópsis. Gerardo y Patricia se van a casar. El día de la boda se roban el carro encargado de transportar a los novios y dañan la fachada de la casa donde está la novia. La novia se pone histérica. Llaman al novio)

Gerardo estaba, como era de esperarse, durmiendo la monumental borrachera de la despedida de soltero que le habían hecho sus amigos. Por eso se demoró bastante en contestarle a la abuela, y mucho más en asimilar mentalmente las frases incoherentes sobre novia histérica, carro robado, y paredes pintadas.
Un pitico en el teléfono interrumpió la conversación. Era el servicio de llamada en espera. Gerardo pidió un momento y cambió de interlocutor. Se trataba del director del sexteto. Su padre estaba hospitalizado y no podían asistir a la boda. Discúlpenos señor, pero tenemos prioridades. Adiós.
De repente, como un relámpago, se concientizó de lo que ocurría. Se iba a casar en una hora. No estaba vestido, no tenía carro, no tenía músicos, su novia era un mar de lágrimas y a él le zumbaban los oídos en medio de una apocalíptica resaca.
Sabiendo que su prioridad particular era prepararse y llegar a la Iglesia, solo le quedaba pedir ayuda. Llamó al único amigo que tenía carro. Rojas. Este dijo claro y partió de inmediato a recoger a la novia mientras Gerardo encargaba a otro amigo, López, para que consiguiera músicos.
Patricia miró resignada el viejo “Yipao” de Rojas. Un Willis que este utilizaba en su trabajo de veterinario y recordó, en ese momento, el profético chiste de cambiar un BMW por un WVM (Willis vuelto m....) pero no había tiempo para buscar alternativa diferente, así que no le quedó más remedio que agarrar el tubo y treparse a la silla en la cual, de manera previsiva, Rojas había colocado un plástico. Colgados en la parte de atrás iban el fotógrafo y el camarógrafo.
Entretanto, en la iglesia, al lado de la pareja de reclinatorios frente al altar, y con una abundante presencia de invitados y curiosos, Gerardo, con un corbatín mal puesto y unas puntas de sacoleva mal medido arrastrándose por el piso, atisbaba en busca de su prometida, y de los músicos de reemplazo.
Ella apareció primero. Su angelical aspecto, complementado por el aura misteriosa de las ojeras derivadas de los sucesivos ataques de llanto le daban un aspecto singularmente sensual. En silencio empezó a recorrer el pasadizo limitado por bancas entre el atrio y el altar, silencio que fue únicamente roto por las notas imponentes de la marcha nupcial... a ritmo de mariachi.
Eso fue lo único que López pudo conseguir. Y hay que abonar la dignidad de Patricia al acercarse a su novio con el pon pon po pon del guitarrón marcándole el paso. Ya ni siquiera lloraba. Solo deseaba que esa pesadilla terminara pronto.
A punto de llegar a los reclinatorios, lanzó una mirada furtiva a las bancas de la izquierda, donde le pareció reconocer una vecina que no había sido invitada.
Entonces recordó que, en cumplimiento del agüero, llevaba el velo sujeto con unas hebillas robadas del tocador de esa vecina, pero descartó la posibilidad de... no la vecina no iba a...
“¡Mis hebillas, esa vieja tiene mis hebillas!” fue el grito que resonó una vez en toda la iglesia seguida de un silencio sepulcral.
Un final perfecto para la boda perfecta.