lunes, 26 de octubre de 2009

El que mete gol tapa.

Eso sí era fútbol. El uniforme: lo que tuviéramos puesto. El tiempo: hasta que sonara la campana. Los jugadores: el curso entero (incluyendo el A, el B y el C). Los equipos: divida por dos el total. El balón: el que llevara alguno o, en su defecto, los que prestaban en el colegio o, en su defecto, cualquier objeto redondo con más de 20 centímetros de diámetro. La cancha: la misma cuyos arcos eran tubos de acueducto y tenía un poste de luz atravesado. La gramilla: parches verdes en medio de un polvero veraniego o un encharcado invierno. El árbitro: ¿eso qué es?

Suena la campana para el recreo. Salen los jugadores. Los primeros dos cursos que lleguen al arco se apoderan de él. Unos juegan por delante, otros por atrás del campo oficial. Los demás arman cancha con sacos y maletas. El que tenga más pinta de arquero, el que terminó en esa posición el “partido” anterior o el dueño del balón –si eso es lo que le gusta- junto con su pareja comienzan tapando.

Pueden ser 10, 15 ó 20 equipos. Primera fase, definición de las parejas. Uno, las llaves permanentes, los que pasaron la primaria y lo que va del bachillerato compartiendo delantera, medio campo, defensa y tarea de inglés. Dos, los amigos para todo, incluido para esta. Tres: los que se organizan como pueden. Sobra 1. Que tres malos formen equipo. Nadie quiere jugar con ese.

Rueda el esférico. Sacan los cuidapalos (o cuidasacos, o cuidamochilas o cuidalibros, según el caso). El balón se eleva y como palomas en plaza tras una crispeta, todos los muchachos se lanzan en su búsqueda.

Junca y Salazar utilizan la más exquisita técnica de toque y agilidad. Kurmen y Prado prefieren combinar la fuerza con el taponazo. Arz y Barreto manejan un buen toque. Rivera y Varela reparten patadas intercaladamente entre el balón y los rivales. Villa y Jaramillo esperan cerca del arco alguna oportunidad, ignorando el grito de !Palomeros no! Monroy y Fuentes pescan balón en río revuelto e intentan vencer a los arqueros de turno.

Se juega con el uniforme de diario. Algunos llevan tenis, otros zapato de suela o botas asesinas, destructoras de canillas. Ese es un peligro.

El otro son los taponazos inesperados de las patas bravas. El balón está en poder de Junca, quien tras evadir a Jaramillo se la pasa a Salazar. Este hace una gambeta, otra, otra y la pasa de nuevo a Junca, pero Kurmen se interpone, lo toma, la pasa a Prado quien hace lo único que sabe hacer, pegarle con todo. Todos se quitan de en medio, incluyendo a los arqueros. La ventana del salón de música detiene el esférico. Otro vidrio en la cuenta personal del sujeto.

La táctica y la estrategia cuentan. Teóricamente son equipos de dos, en la práctica se arman mafias. Parejas de cuatro y hasta de seis se entregan el balón o su equivalente, se dejan pasar, se confabulan para repartir patadas entre el personal. La suerte también juega. El "rey del arepazo (suerte)" de siempre está distraido mirando alguna joven cuyo nombre empieza por .... cuando las leyes de la física ponen el balón en sus piernas tras 27 rebotes al azar. Una sola patada y cambio de arqueros.

Arquero y defensa. O arquero delantero y arquero trasero. O doble arquero dentro del arco (pues claro, ¿dónde más?). La menos recomendable de las técnicas, pues una estirada simultánea suele terminar en choque, a veces de cabezas. Los que tapan vuelan, saltan, se arrastran y hacen todo lo posible para seguir tapando. Su agilidad y destreza se ven premiadas con espectaculares atajadas. Su suerte también. A veces otros paran el balón con sello de gol. O la paran ellos sin tener la menor intención de hacerlo. ¡Se la encontraron! Pues sí, pero vale.

¿Conflictos? Todos. Hay que buscar el balón. No esperarlo. Gol de palomero no vale. ¡Camilo no sea palomero! Que pasó por encima del saco. ¿Fue palo? ¿Fue gol? ¡Fue palo! ¡Fue gol! Tapamos nosotros. No, seguimos tapando nosotros. Entonces que tapen ellos para seguir jugando. Vale.

Pitazo final. No hay pito. Hay un timbre que marca el fin del recreo. Tiempo de recoger los sacos y los libros. Tiempo de volver al aula a perder el tiempo mientras vuelve aquello que realmente vale la pena en el colegio. Cuando no habían escuelas de fútbol. Cuando la seguridad no era una obsesión. Cuando cualquier espacio era cancha. Cuando para ser balón solo había que ser redondo.

Así no aprendimos a jugar. Así aprendimos a amar el fútbol. Así aprendimos a vivir.

Un juego, muchos equipos, un balón, un nombre, un recreo, una regla:

El que mete gol tapa.

viernes, 9 de octubre de 2009

Tele hinchas, esa extraña especie.

Son vísperas del final de la Eliminatoria al Mundial de Suráfrica. Por cierto que la palabra eliminatoria describe muy bien la situación de Colombia, pero en fin, hay quienes no pierden la fe sino hasta el último momento. Son aquellos que contra toda evidencia estarán pegados al televisor en los proximo días. Son una extraña fauna. Aquí, algunos ejemplares de la misma.



Enamorada
Su única relación con el fútbol tiene forma de novio. Por eso acepta como parte de sus deberes de pareja dedicarle dos horas trimestrales a la Selección Colombia. Se ofrece gustosa a ejercer de mesera durante los partidos, entre otras cosas porque no sabe la diferencia entre un gol y un sandwich. Mientras los demás se comen las uñas frente al televisor, ella sirve entremeses, contesta el teléfono, abre la puerta y lava los trastos.

Pero como tiene claro que las parejas deben compartir, tarde o temprano termina sentada frente al televisor. Entonces comienzan las preguntas a "mi amor" ¿Y cuales son los colombianos? ¿Y a ese señor de negro porque nunca le dan el balón? ¿Y porque el que está entre los palos si puede cogerla con la mano? ¿Eso es un gol?

Ermitaño
En casos extremos vive solo. En otros tiene televisor en el cuarto. Ese día - si es festivo - no se baña, no se viste y solo se levanta para colocarse una pantaloneta e ir a comprar cerveza y papas a la tienda de la esquina. Si es un día de trabajo se escapa temprano, pasa por la tienda donde compra cerveza y papas fritas, llega a la casa, se desviste y pone el radio en alguna emisora escandalosa para ir entrando en calor.

Si tiene teléfono lo desconecta. Si tiene timbre corta los cables. Si tiene Internet apaga el computador. Si tiene puertas y ventanas las cierra. Si tiene persianas las baja. Se acomoda en la silla frente al televisor 105 minutos (45 y 45 con una pausa de 15 para ir al baño) emitiendo sucesivamente cuatro tipos de sonido: el chas chas de quien mastica papas, el glu glu de quien bebe cerveza, el beeerrrp de quien acaba de tomarse una cerveza y el %&$&%$&$@ de quien ve un partido de fútbol.

Intelectual

Considera el fútbol otra alienación de la sociedad de consumo promovida por la burguesía para evitar que las masas reflexionen y reaccionen en su condición de oprimidos por el sistema. Cada que puede suelta una perorata acerca de los significados ocultos del discurso globalizante que se vale de la función persuasiva del espectáculo lúdico-deportivo para consolidar su orden oligárquico.

Como nadie entiende lo que dice, opta por la protesta silenciosa. Y el día del partido sale a caminar por las calles, demostrando que él no se deja alienar por ese simbolismo patriotero.

En su discurso privado, pregona a los cuatro vientos que prefiere un mal libro a cualquier partido. Por eso lleva bajo el brazo un desafiante ejemplar del Ulises de James Joyce. Mientras busca un parque pasa frente a algún escaparate de esos que ponen televisores para darle oportunidad a la fauna callejera de ver el partido. Antes de irse le pregunta a un ocasional contertulio como va la cosa.

... es uno de esos momentos especialmente complejos. Colombia pierde 1-0 y el tiempo corre. El equipo nacional busca el empate con todo, mientras el rival se defiende. Y de repente ocurre el
milagro. Algún ágil jugador nacional evade al defensa, mete el centro, y uno de esos morochos de olfato goleador se levanta como águila y encaja el cabezazo en la red...

30 millones de televidentes se unen en un solo grito de gol, incluyendo a cierto personaje de gafas redondas y mochila de intelectual que acaba de tirar al aire un ejemplar del Ulises de James Joyce...

Ave de mal agüero

El lo tiene claro. Y lo pregona. Vamos a perder. Y recemos para que no sea por goleada. Lo dice una semana antes del partido. Lo repite todos los días. Y da razones. Es que no podemos reernos el cuento. Es que ese toquecito intrascendente no sirve para nada. Es que lo pasado ya pasó.
El día del partido, sin embargo, es de los primeros en coger puesto frente al televisor. Dice que para ver mejor los goles del otro equipo. A medida que dan las alineaciones se riega en elogios para los jugadores del equipo contrario, y no ahorra calificativos para criticar a los nacionales.

Independientemente del resultado, para él el partido será una suma de fuerzas del destino. La naturaleza contra la suerte. La naturaleza dice "vamos a perder". Y si empatamos, ganamos, hacemos un gol o nuestro uniforme es más bonito es solo un excepcional caso de buena fortuna que difícilmente se repetirá. Nada más.

No solo lo piensa. Lo dice todo el partido. Si nos hacen un gol, advierte que es el primero de la docena. Si lo hacemos señala que siempre comenzamos ganando y... tiene en su mente todas las
referencias históricas de desastres futbolísticos hechos en Colombia y los va soltando a lo largo y ancho del partido. No es un ave de mal agüero. Es una bandada.

Y como tiene complejo de Jalisco, nunca pierde. Así que si ganamos por goleada, asumirá un tono grave y lejano mientras dice en voz queda "¿se acuerdan lo que pasó después del 5-0?".


Escandalosa

Algo sabe de fútbol. De hecho, ha acompañado un par de veces a su compañero (novio, marido, o cualquier rol intermedio) al estadio, entiende los presupuestos básicos del juego, ve los goles en los noticieros y hasta es hincha de algún equipo. Pero cuando la barra de amigos decide reunirse para el día del partido, nadie entiende la cara de presagio que pone el caballero cuando le dicen "y traiga a su mujer".

El tipo intenta un par de disculpas, pero la presión de grupo finalmente lo hace ceder. Y el día del enfrentamiento, con la sala improvisada como tribuna comienza el espectáculo. El espectáculo de ella.

Porque ella no vive el fútbol. Ella amplifica el fútbol. Ella es la gambeta en forma de sonido. De principio a fin grita. Grita porque salió el balón. Grita porque entró. Grita porque su equipo
va a hacer gol. Grita porque el otro va a hacer gol. Grita porque el árbitro pitó una falta. Grita porque el árbitro no la pitó.

Su tensión nerviosa es tal, que necesita algo de donde agarrarse. Al pobre novio le destrozan los brazos a pellizcos cada vez que el equipo contrario se acerca a la red propia. Si llega a haber un
penalti - a favor o en contra - lo abrazará como luchador, con tanta fuerza que después del cobro respectivo el tipo necesitará ir a la ventana más cercana a recuperar el aire. En caso de que se trate de una serie de desempate - cinco penaltis - la más recomendable es que encargue de una vez dos pipetas de oxigeno.

Al terminar el encuentro el novio, marido, o cualquier rol intermedio tiene los brazos llenos de morados y la tráquea como un banano. El resto de los asistentes oscilan entre el comienzo de
una sordera permanente y un persistente zumbido en los oídos. Solo en ese momento entienden aquello de la cara de presagio cuando le dijeron "y no se olvide traer a su mujer".

Sabelotodo

De entrada hay que decir que no lo invitaron, pero de alguna manera lo supo - siempre lo sabe - y ahí se apareció, con un paquete de algún pasaboca importado que solo le gusta a él. Se
ubica en algún lugar privilegiado frente al televisor y empieza su espectáculo, el cual siempre coincide con el partido.

Este personaje tiene claro que los cotejos de fútbol existen para que él pueda demostrar sus enormes conocimientos en la materia. Desde antes de iniciar el encuentro está dictando cátedra sobre alineaciones, sistemas, estrategias y tácticas, sin dejar de lado el sesudo análisis de las hojas de vida de cada uno de los participantes.

Con tal de que se calle, sus compañeros hacen de todo. Pero nada lo calla. Tiene la boca llena de pasabocas y sigue hablando. El televisor está a todo volumen y él sigue hablando. El más impaciente intenta estrangularlo y sigue hablando.

Como es un comentarista frustrado, utiliza la jerga de los periodistas deportivos. El balón es un esférico, el tipo que corre un punta de lanza o carrilero, el tiro libre una jugada de laboratorio y el técnico un estratega.

Constantemente hace relación a situaciones que solo él vio y que muestran claramente el marco estratégico del esquema táctico basado en la combinación de la clásica w invertida con el fútbol
total. Mientras tanto, sus amigos definen la estrategia para el próximo partido.



El objetivo es uno solo. Que el sabelotodo no vaya.

Martir


Se prometió a sí mismo que esta vez lo evitaría. Que se iba a dar una vuelta, a ver otro programa de televisión, a leer un libro, a conectarse a Internet, a contar las tejas de la casa. Pero la
compulsión es incontrolable. Para algunos es fumar, para otros beber. Hay quienes no resisten cuando el cuerpo les pide drogas alucinógenas. En cambio, él es un adicto al fútbol en fase
preterminal.

Para él los partidos no se ven. Se sufren. Se sufren literalmente. Durante 90 minutos su ritmo cardiaco se acelera, su respiración se vuelve entrecortada, devora uñas hasta la raíz y sigue con las de los pies, se despeluca. Suda frío en las manos, la frente. Las axilas y el pecho y las caderas. La tensión arterial se sube y baja al ritmo del movimiento del balón por la cancha.

Si hasta el médico le ha dicho que mejor no vea partidos. Pero es más fuerte que él. Así que se acomoda en un rincón de la sala con los ojos fijos en el televisor y empieza el calvario periódico de 90 minutos.



Mientras fuma un cigarrillo tras otro - los únicos que consume en su diario vivir - se toma apresuradamente los aguardientes que siempre rechaza en su condición de abstemio, y
maldice a los ingleses por haber inventado esa tortura de 90 minutos que se llama fútbol.



(Final final)