lunes, 21 de febrero de 2011

Pantallazos improductivos

Ojos fijos en la pantalla. El movimiento de las pupilas revela interés. El rostro se ve serio, algo tenso. De vez en cuando una ceja se arquea en señal de preocupación. Es posible que golpee furiosamente el teclado, o que mueva el mouse sin quitar la vista del monitor. Periódicamente mira una libreta de notas, una hoja suelta y hace alguna anotación.
 
Los que pasan frente a él –o ella- solo ven la cabeza que sobresale detrás del monitor. Y el cabello, desordenado. Resultado lógico porque a veces pasa la mano por la testa de manera inconsciente, como señal de trascendencia. Tras ella -¿él?- hay pared, a veces ventana. Su concentración solo se ve interrumpida por el teléfono, el celular, el blackberry, el avantel. Sea cual sea tiene que sonar dos o tres veces para llamar su atención, y cuatro o cinco para merecer contestación.

Los conocemos. Claro que sí. Los hemos visto. No importa su profesión. No importa si manejan un portátil de esos que casi cabe en un bolsillo, un aparatoso equipo de escritorio con su maraña de cables, o un práctico mac de última generación. No sabemos qué hace, pero es claro que está ocupado. Es el trabajador productivo del siglo XXXI. El que integra cerebro y máquina. El sistema nervioso unido al chip para generar respuestas a las necesidades empresariales…

O el vago que se aprovecha de la tecnología para parecer ocupado.

Porque se la concedo. Aunque la tecnología es un asco. Aunque nos complica la vida. Aunque cada vez que creemos haberla dominado se inventan una versión más compleja. Aunque convirtió el trabajo en una maldición portátil tiene una ventaja incuestionable. Permite, como nunca en la historia, ese estado ideal para el empleado y satisfactorio para el jefe. Parecer ocupado trabajando.

Parecer ocupado trabajando. Maravillosa trilogía. Veamos. Si decimos parecer, puede ser o no ser, pero a primera vista el observador desprevenido dice: ese está haciendo algo. Y sabemos que el jefe nunca le dedica a uno más de una vista a menos que le vaya a poner más trabajo o lo vaya a regañar. Pero si uno se ve ocupado, tal vez el jefe le ponga el trabajo a otro. Más cuando la ocupación aparente tiene suficientes características para ser considerada trabajo.

Y ahí es cuando entra en juego la tecnología. Ubíquese detrás de una pantalla de computador. Qué ve al otro lado. Un hombre o mujer teclean furiosamente, mueven el mouse y ponen cara de circunstancia frente a la pantalla. Se colocan el índice derecho bajo la nariz e inclinan ligeramente el hombro ídem mientras apoyan el codo en el descansa brazos. De vez en cuando, miran un cuaderno o una hoja suelta sobre el escritorio.

En esa pantalla puede haber cualquier cosa. Una foto de la familia, un video musical, alguna animación, una red social, un trino, un correo con chismes. nada... Gracias a todo ese cuento de la multimedia y la teleconferencia incluso es admisible –y a veces obligatorio- portar una diadema con micrófono y audífonos.

Así, detrás de la parodia laboral es altamente probable la presencia de una actividad tan gratificante a nivel personal como improductiva para propósitos corporativos.

El jefe de turno de repente cree que a punta de arquitectura se soluciona el problema, De hecho, en el planeta de los cubículos la intimidad laboral escasea. Las pantallas están a la vista de todos. Problema solucionado.

¿Problema solucionado? No. La tecnología, bendita sea, ofrece todas las opciones improductivas para llenar el monitor. Una página de Excel en la que vean filas y columnas de cualquier cosa. Unos gráficos. Incluso el mismo correo electrónico. O un texto con letra lo suficientemente pequeña para que el lector de paso no alcance a captar su contenido.

Y si el empleado de turno tiene suficientes reflejos, solo se trata de rotar ventanas. Viene el jefe, paso a excel, se va el jefe, paso a youtube, messenger, juegos gratis. O al último power point de chistes verdes, reflexiones espirituales, recomendaciones saludables, paisajes espectaculares, fotos turísticas, fotos prohibidas y esa interminable lista de etcéteras que conforman las cadenas de correo.

Nos tocó un mundo donde el trabajo persigue al hombre –y a la mujer– a través de una inacabable colección de dispositivos. Donde gracias a celulares aislarse es una utopía, y gracias a portátiles y blacberrys las tareas viajan por el ciberespacio. Donde el derecho a alegar desconocimiento se perdió porque siempre te habrán mandado un correo electrónico. Pero aún así, siempre existen opciones.

La improductividad tiene sus pantallazos.

lunes, 14 de febrero de 2011

Tres son confusión


Que Vladimir José estuviera enamorado no era novedad. De hecho, poseía un altísimo indicador de traga/hora/metro cuadrado. Eterno admirador del bello sexo, su interés en el mismo era inversamente proporcional a su éxito. Pero algo se le abona al hombre y es que nunca perdía la fe. Aunque la nariz amenazara con salírsele por la nuca ante la enorme cantidad de puertas que se le habían cerrado sobre la primera.

Esta vez, en particular, la situación pintaba realmente bien. En un comienzo M… (tenía la costumbre decimonónica de referirse a sus proyectos amorosos con la inicial) ignoró a Vladimir. No fue de esas ignoradas con posible segunda intención. Fue de esas ignoradas que evidenciaban, de una manera incuestionable, que la existencia de Vladimir no formaba parte de los conocimientos de M.

Pero un extraño e inolvidable día de febrero (el 17), para ser exacto; aunque era la 73ava vez que pasaba frente al cubículo de Vladimir por cualquier razón, ese día, a las 11.35 a.m. un hecho inesperado marcó diferencia: M saludó.

Cuando decimos saludó no nos referimos a un “Hola”. Ni siquiera a un ¡Hola! Nos referimos a un “Vladito”. Sí. Con diminutivo y todo. Luego vino el “Hooolaaa” pero de esta manera, cantadito. Y cerrando la coreografía verbal, un coqueto “como estás”. ¿Quedan dudas? ¡ELLA SE QUITÓ UN MECHÓN DE PELO DEL ROSTRO!(*)

(*) Interrupción sociológico-científica. En pruebas realizadas a nivel de laboratorio en universidades se ha demostrado que una señal no verbal inconsciente de seducción de parte del espécimen femenino A dirigida al especimen masculino B, es juguetear con el cabello. (Ella con el de ella). Vladimir no es capaz de citar cuando fueron las pruebas, en que laboratorio se realizaron, a que universidad pertenecían, qué científicos hicieron el estudio, en que medio se publicaron los resultados, pero está absolutamente seguro de haber leído eso en alguna parte. (Fin de la interrupción sociológico científica).

Dicen los cánones de la investigación que únicamente se puede extrapolar un resultado cuando se prueba bajo condiciones controladas. Como Vladimir quedó en algún punto entre sorprendido e idiotizado con el inesperado saludo de M, y solo atinó a responder una incoherencia cuyo significado ni siquiera él mismo entendió, optó por hacer pruebas.

Día cinco. Desde tempranas horas de la mañana el investigador ha estado pendiente del sujeto –en este caso la sujeta– experimental. Para efectos de anotaciones en el cuaderno –es en serio, compró un cuaderno– ha decidido hablar de M1 y M2. Entiéndase por M1 la versión inicial, y M2 la interesante variante del saludo cantadito. Durante el 100 por ciento de los últimos encuentros M2 ha predominado. Tanto que Vladimir ha decidido pasar a la fase II.

Anotación en el cuaderno: vamos a invitar… (tachado), vamos a preguntar si le interesa… (tachado), vamos a ver si.. (tachado). ¡Aquí viene!

Día quince. Vladimir llega sonriente. Compró camisa. Afeitó barba. Echó loción. Planchó pantalón. Embetunó zapatos. Lavó dos veces los dientes. Peinó cuidadosamente. Se sienta sobre el escritorio como quien no quiere la cosa esperando a que aparezca M2 para saludar como lo ha hecho durante los últimos días. Ella lo mira y musita algo que parece un rugido. Sigue su camino.

Primera reacción. Estupor. Segunda reacción. Estupor. Tercera reacción… No hay.

Día 19. Vladimir se siente ignorado. Pero ya no es M1. Esto es distinto. Hay cierta actitud que muestra molestia. Es algo en la forma de mirar. En la forma de actuar, en la forma de reaccionar. Es como si Vladimir hubiera hecho o dejado de hacer algo que cambió las reglas del juego. Pero por más que se devana los sesos tratando de saber cuál fue la actitud, expresión. omisión o circunstancia no encuentra la respuesta. 

Días 20, día 21, día 22. Dos regaños y un elegantísimo “Bermúdez le ayuda” cuando intentó un abordaje por la vía laboral. Confirmado. M1 no existe, M2 tampoco, esta es M3.

Decíamos al principio que el hecho de que Vladimir José estuviera enamorado no era la novedad. Pero ante los inexplicables cambios de actitud de la chica de marras él sólo ha podido obtener una explicación. 

…deben ser trillizas.

martes, 1 de febrero de 2011

Cosas de papa y mamá


Cuando uno era pequeño (uuuuuuu) había zonas prohibidas de acuerdo con el género. Menos elegante: había cosas de mujeres, y cosas de hombres. La cosa llegaba al extremo de que no era necesaria una prohibición expresa. Era un tabú. Si usted es mujer, o si usted es hombres, usted hace o no hace… eso.

Suena rarísimo en un mundo como el actual, donde para ser hombre hay que “explorar el lado femenino”. Es curioso. Hoy, cuando las mujeres juegan fútbol a lo Maradona y los hombres cocinan sin oler a carne de gallina tenemos por allá, en el subconsciente, una lista de tareas, actividades o simplemente reacciones que tienen sexo. No importan los hechos, todos los que hemos pasado por una determinada cantidad mínima de calendarios en el prontuario “sabemos” que…
1. Los hombres destapan frascos. Las mujeres los organizan por colores.
2. Los hombres juegan fútbol, ven fútbol, respiran fútbol, sueñan fútbol. Las mujeres preguntan sobre fútbol.
3. Las mujeres consultan cuando buscan un lugar. Los hombres no preguntan cuando están perdidos.
4. Las mujeres organizan celebraciones de cumpleaños en el sitio de trabajo. Los hombres huyen –antes, durante y después- de las celebraciones de cumpleaños en el sitio de trabajo.
5. Las mujeres van al baño en grupo. Los hombres se rascan.
6. Los hombres comen carne y toman cerveza. Las mujeres comen verdura y toman cocteles.
7. Los hombres arreglan electrodomésticos. Las mujeres llaman al técnico después de que su hombre “arregló” los aparatos.
8. Los hombres son diestros para la tecnología. Las mujeres son hábiles para los trabajos manuales de precisión.
9. Las mujeres ordenan el baño. Los hombres llenan el baño.
10. Los hombres no cosen botones. Las mujeres no cambian llantas.
11. Los hombres prenden el fuego y preparan el asado. La mujer cocina todo lo demás.
12. Las mujeres se dejan invitar. Los hombres pagan.
13. Las mujeres observan y critican el aspecto físico de otras mujeres. Los hombres jamás se expresan públicamente sobre el aspecto físico de otros hombres.
14. Las mujeres regañan a los hijos. Los hombres no se meten en eso.
15. Los hombres compran zapatos. Las mujeres realizan excursiones en busca del calzado perfecto.
16. Las mujeres fingen que están indefensas, los hombres fingen que no necesitan ayuda.
17. Las mujeres tiene citas regulares con el médico. Los hombres solo van cuando no hay ninguna otra alternativa.
18. Las mujeres disponen de un centro social recreativo llamado salón de belleza. Los hombres son fieles a un peluquero.
19. Las mujeres le comunican a alguien todo lo que hacen, piensan o sienten. Los hombres despachan el 90 por ciento de sus conversaciones con un “más o menos”.
20. Las mujeres convierten en su enemiga mortal a su mejor amiga y viceversa. Los hombres cambian de mejor amigo cada vez que se emborrachan.
21. Los hombres invitan a la casa, las mujeres atienden las visitas.
22. Los hombres ponen el trago en las fiestas. Las mujeres llevan la comida.
23. Los hombres son groseros. Las mujeres son chismosas.
24. Los hombres negocian. Las mujeres regatean.
25. Los hombres ganan plata. Las mujeres la hacen rendir.