miércoles, 23 de marzo de 2011

Un puesto en los 50

Fanor tiene una curiosa colección de documentos. Incluye su tarjeta de identidad, las diferentes identificaciones laborales, todas las versiones de su cédula, todas las versiones de su pase, todas las versiones de su libreta militar. Y en casi todas ellas el año figura como impreso en piedra. 49 años atrás, el coleccionista llegaba al mundo con el fin de alegrar el hogar de sus padres… es decir que este es el año 50. Su año 50.

Desde que se inventaron los psicoanalistas, la angustia existencial se volvió industria. Y lo que antes era problema individual se encuentra detectado, catalogado, sistematizado, publicado y cobrado. Entonces ya es casi una obligación pasar por la crisis de los 30, la de los 40, y la de los 50. Parece que no existe la de los 60, aunque faltan datos de otros municipios.

Fanor sobrevivió a la de los 30, pasó agachado por la de los 40 pero optó por ponerle el pecho a la brisa al llegar al quinto piso. Y desde hace rató está organizando todas y cada una de las facetas de su vida.

Tipo serio, desde los 37 dispone de un fondo económico de reserva invertido en atractivo y rentable portafolio.Ya los hijos han crecido lo suficiente para no requerir tanta atención, pero dispone de medios para cualquier emergencia.

Tipo sano, pasó de bebedor de fin de semana a bebedor social, y desde hace cinco años soluciona sus compromisos etílicos con par whiskys y mucha labia. Salvo un par de deslices juveniles, no consume otro tipo de sustancias alucinógenas. Se trasteó del café al té verde y su plato de comida equilibra los tres grupos alimenticios, con prioridad para la fibra y consumo moderado de grasa y carbohidratos.

Tipo previsivo, pasa con honores el impajaritable examen médico semestral. Se matriculó en un gimnasio y contra toda evidencia lo visita con periodicidad constante. Si bien en el pasado la bragueta a veces se bajó en sitios no oficiales, hoy en día se conforma con admirar las otras mujeres y calmar la líbido a punta de deberes conyugales.

Tipo eficiente, en el trabajo se encuentra ubicado en una posición acorde con su edad, formación y experiencia. En sus cuentas la palabra jubilación es un cálculo matemático, posible pero no urgente. Nada puede quitarle esa sonrisa de la boca con dientes renovados a punta de implantes. Su rostro ya muestra algunas arrugas, rematadas por ese cabello gris pero abundante y bien peinado.

Ni siquiera la primera etapa del día tres del segundo mes le causó más perturbaciones de las reglamentarias. Sí, el carro se varó inesperadamente. Sí, hubo que llevarlo empujado a un parqueadero cercano, de confianza, donde quedaron a la espera del mecánico. Sí, debió competar su trayecto en taxi…

Pero no había afán así que primero caminó un rato, y de repente vio venir una buseta. Llevaba años sin montar en buseta. Tipo espontáneo, la paró, subió, pagó el pasaje y vio que no había puesto, así que se agarró de la barra y esperó.

Primer arrancón, sacudida inesperada. Casi termina en el suelo. La memoria lo llevo a otros tiempos cuando era usuario permanente del transporte público, pero mientras se activaban músculos dormidos vino un frenazo. Nuevamente trastabilleo. Arrancón. Frenazo. Curva cerrada. Rutina normal para pasajeros de bus urbano, pero incómoda –por decirlo suavemente- para Fanor.

De hecho se sacudía como plumero ante la aerodinámica del chofer, Y entonces pasó. Y como los ladrillos que se yerguen formando una pared, cayeron ante él sus cinco decada años, generándole una crisis que le va dar de comer al siquiatra durante todo lo que resta del año 50 y mucho más

No fue la pérdida del equilibrio, no fueron las maromas que debía hacer para que no se le cayera el maletín, ni siquiera el dolor muscular generado por el irregular movimiento del vehiculo.

Fue la señora, (¡Una señora, ni siquiera un joven o por lo menos una joven!) de edad indefinida, quien se levantó con firmeza, lo miró a los ojos y lo sentenció a cincuentón con esa frase que creía exclusiva de mujeres embarazadas, niños y…ancianos

“¿Se quiere sentar?”

Tipo llevado.

martes, 15 de marzo de 2011

Tribulaciones de una embetunada prelaboral

El hombre lleva unos cuantos meses en las estadísticas de desempleo. Mucho más de lo recomendable, aunque sin llegar al punto crítico. Eso le preocupa, pero no tanto. Su hoja de vida cabe en dos páginas tamaño carta a doble espacio, pues apenas cuenta con preparación básica, unos cuantos cursos y experiencias esporádicas. Eso lo inquieta, pero no tanto. La pinta oficial de buscar puesto incluye un vestido de paño que ya brilla en la oscuridad, una camisa heredada y una corbata de hipopótamos rosados sobre fondo verde. Eso le genera algo de intranquilidad, pero dentro de los niveles de tolerancia.

Lo que realmente desestabiliza, asusta, espanta, turba y molesta a Jairo es lo que puede pasar con la embolada.

En algún momento de su formación como ser humano al sujeto le metieron en el subconsciente la idea de que el hombre vale por lo que lleve encima de los pies. Esto ha generado en él una especie de fetichismo social, en el sentido de que lo primero que le mira a cualquier persona que conoce es su dotación de contacto con el suelo.

Finalmente si quiere pasarse la vida mirando para el piso, es problema de él. Más ocurre que lejos de considerarse un ser excepcional, se ve a sí mismo como uno más. Tiene la absoluta seguridad de que todo el universo anda pendiente del calzado ajeno. Y por eso, al abordar su intento XX de engrosar las filas de los explotados pero asalariados, parte fundamental del proceso es tener los zapatos embolados.

Así que luego de aplicar sobre su calzado una mezcla homogénea en estado sólido pero blando de textura aceitosa que resulta de la refinación del petróleo –embetunar–; esperar un periodo razonable de tiempo mientras la influencia combinada de la temperatura ambiente y las corrientes de agua solidifican el producto creando una capa protectora –secar-; y realizar movimiento rítmicos y constante sobre la superficie del calzado en doble tanda, primero con un cepillo y luego con un trapo –brillar-… comienzan los problemas.

El clima, la gente, los perros, los caballos, los carros, las paredes y demás fueras oscuras conspiran para evitar que la embolada llegue a salvo a su destino prelaboral. Primera ley de Jairo. El día que se embolan los zapatos, sin excepción, antes, durante o después... ¡Llueve!

Esta vez fue antes. Noche anterior. La ciudad está llena de charcos emboscados de todos los tamaños. A Jairo le toca andar con los ojos en el piso esquivando cuerpos de agua. Y además estar pendiente de los atarvanes con ruedas que en vez de esquivarlos, los utilizan para lavar peatones indefensos recién bañados y embolados, como Jairo.

Las amenazas no solo vienen en estado líquido, también las hay en fase sólida. Pinturas deficientes, cementos mal señalizados, barros y arcillas aparentemente sólidos que solo revelan su verdadero consistencia al ceder ante el peso de los seres humanos. Y las peores, masas de escasa consistencia y origen orgánico, que además cuentan con un olor característicamente desagradable.

Segunda Ley de Jairo. El betún recién brillado genera un efecto magnético sobre suelas ajenas, sobre todo aquellas que estén más sucias. El día que embola todo el mundo le pide disculpas y asume una actitud sumisa ante él… después de pisarlo. En la calle, en el bus, en el ascensor, en la iglesia donde entró a robar agua de la pila bautismal para limpiar una mancha.

El magnetismo también atrae papeles de esos que el viento agita por la ciudad, y llevan algún elemento pegajoso adherido. Si por alguna razón tiene un ligero roce con una pared es precisamente aquella cuya pintura se está cayendo. Cualquier persona, animal o cosa que entre en contacto con una parte de sus zapatos diferente de la suela desprende algún tipo de material adhesivo.

Pero Jairo ha pasado su vida jugando ese partido. Como Maradona en ruta hacia el arco rival evade uno a uno los obstáculos. Salta, gambetea, baila, se para en puntas, sube al andén hasta que llega a la puerta del ansiado olimpo prelaboral. Cual atleta que rompe la línea de meta entra triunfal y es ahí cuando oye las malditas tres palabras que jamás fallan en esas circunstancias

“¿Perdón, lo pise?”

“¡Pues claro que me pisó, imbécil?” (En su defensa, debemos señalar que esta no es una reacción típica de Jairo, pero ese día la adrenalina estaba a mil).

Siguiente escena. Jairo está a punto de ser llamado a la entrevista de trabajo. Las toallas desechables del baño han solucionado la pequeña mancha resultante del pisotón propinado por el imbécil del primer piso, que resultó ser algo insignificante…

Hasta que se dio cuenta quién era el que lo iba a entrevistar.

Sí. El imbécil del primer piso.

lunes, 7 de marzo de 2011

El tiempo contra Abel Antonio

Abel Antonio tiene nombre de vallenato, no tiene enemigos y el tiempo lo odia. Los calendarios, relojes y demás instrumentos destinados por el ingenio humano a medir el paso de las horas, los días, los meses y los años conspiran para hacerle la vida miserable.

El concepto puntualidad no existe para él. Llega tarde o llega temprano, pero nunca coincide con la hora prevista.

Y no es falta de voluntad. Es que, reiteramos, Cronos, el padre tiempo, le tiene ojeriza. No importa cuántas veces cambie de reloj, siempre dará con uno empeñado en diferenciarse del resto de sus congéneres. A veces la maquinaria es como esas personas que escogieron andar por la vida a un ritmo lento y pausado, otras se trata de un feroz competidor decidido a ocupar siempre el primer lugar. Pero nunca tiene en su muñeca un aparato que señale la hora correcta.

Y esa es la parte sencilla. Finalmente siempre se puede preguntar la hora. Lo difícil es que el tiempo coincida. ¿Coincida con qué? Con todo lo previsto. Abel le calcula media hora al desayuno y lo despacha en cinco minutos. Toma un transporte público cuya ruta siempre gasta veinte minutos, a excepción de ese día, que por cualquier cadena de razones llega a las dos horas. Asume que demorará la tarde completa en un complejísimo trabajo que termina en 45 minutos, después de, como no, cancelar todas las demás actividades pendientes.

Y en el momento en que la magnitud pasa de minutos y horas a fechas, se pone peor. Cuando cinco personas lo requieren para algo urgente, cuatro solo disponen del mismo día en la mañana, y viven en los 4 extremos de la ciudad. El quinto, el que puede por la tarde, lo llamará a primera hora a anticiparle la cita. Y solo en ese momento él recordará que las otras cuatro citas no son el próximo viernes, sino ese viernes.

Cuando deja para el martes algo previsto para el lunes, se le anticipa todo lo del miércoles. Hace una reserva para viajar en Semana Santa y cuando ya pagó, se da cuenta que estaba mirando el calendario del año pasado. Siempre que escoge un lunes al azar para algo relacionado con trabajo, resulta ser el único festivo del mes.

Es verdad que alcanza sus metas, pero cuando ya no se usa. Llega al banco 5 segundos después de que el implacable celador conjugó el verbo cerrar. Aparece en la cita médica justo cuando el doctor, que lleva un retraso de media hora en su jornada del día, llamó al paciente siguiente. Entra al teatro tarde cinco minutos, y no ve esos 300 segundos claves para entender la película. Solo alcanza puntualmente aviones y buses cuando estos sufrirán retrasos de horas asntes de despegar

Cómo puede sobrevivir un personaje así… Ni él mismo lo sabe. Hay algo. Es bueno en lo que hace. Incumplido pero bueno. Y poco a poco ha aprendido a pensar y actuar a largo plazo para poder sobrevivir en el corto. O algo así. Lo cierto es que todos los vacíos de su existencia se han ido llenando. Bueno, casi todos.

Porque en una primera versión ante autoridad eclesiástica, y en una segunda ante notario público, las fuerzas del tiempo conspiraron. La boda estaba programada con la debida anticipación, la fecha verificada y el viaje de negocios que coincidió daba margen... pero por allá en el otro extremo del mundo alguien que debía actualizar un antivirus lo deja para el otro día. Justo esa noche algo se filtra y se cae el sistema. Comienza una reacción en cadena que atrasa uno tras otro vuelos en todo el mundo. Al aeropuerto donde está Abel Antonio, un ejecutivo llega en avioneta contratada para enfrentar la emergencia. Esta no había sido sometida a su mantenimiento semestral y tiene una falla al tomar la pista. No hay heridos, pero sí una pista bloqueada. No hay transporte aéreo. Toca por tierra.

Resultado: a la iglesia no se pudo llegar a tiempo. Entonces se pidió cita en Notaría. Adivinen quien llegó tarde —la novia. Tarde es 45 minutos justo el día en que el Notario tenía más turnos y la obligación de cerrar a la hora en punto para atender una cita programada a las boda + 20 minutos p.m.

Ella, la novia, se sintió mal, muy mal. Y optó por alejarse a rumiar su culpabilidad. Ella, hay que decirlo, no era particularmente brillante, ni especialmente bella. Pero era la mujer de su vida. Abel la buscó sin éxito. Pero ella se negaba a ponerle la cara. Consideraba su comportamiento el día de la frustrada ceremonia nupcial algo inexcusable.

Por eso no contestaba llamadas, correos ni cualquier otro tipo de mensaje. Pero un día, Abel la vio en la distancia. Se le acercó de forma que fuera imposible ignorarlo. Y con el ánimo de no ofuscarla, optó por un abordaje casual.

“Hola”, dijo él. Dubitativo.

“Hola”, dijo ella. Tímidamente.

Nada, ninguno dijo nada hasta que él optó por tratar de limitar la cosa por el lado de su viejo rival, el tiempo. “Tranquila, solo te pido que me regales un minuto”.

Ella lo miró extrañado

Él insistió “¿Tienes un minuto?”

Ella respondió en tono sorprendido “¡Nooo! Claro que no”. Luego salió corriendo enjugando lágrimas mientras Abel no sabía que hacer

Tampoco sabía dos cosas.

Que años de planes con diferentes operadores celulares, de compras a vendedores callejeros y de intercambio de favores con amigos y parientes habían puesto en el subconsciente de ella que cuando alguien pedía un minuto, se refería a tiempo... de celular.

Y que a ella el plan del mes ya se le había vencido.