miércoles, 21 de septiembre de 2011

Desventuras de una promotora con aspiraciones

Comenzó con la televisión. Con esas mujeres –mujeres no, niñas– de largas piernas, siluetas perfectas y rostros angelicales. Esas que iban a los mejores sitios. Esas que tenían dinero, salían en revistas, y pasaban cada instante de su existencia en medio de todo lo que tenía de bueno la vida: la fortuna, el éxito, y, sobre todo, la fama.

Cada fiesta, cada inauguración, cada desfile, cada evento social, cada concierto, contaba con su presencia. Siempre sonrientes, a la última moda, siempre protagonistas. Por eso, cuando en el cerebro de la pequeña Lorena las imágenes predominantes dejaron de ser mamá y comida, supo con absoluta certeza que ese era su destino.

El entorno ayudó. Un coro de padres, tías, vecinas y amigas familiares que elogiaban constantemente su precoz belleza. Unas primas y hermanas mayores que la instruyeron en rituales para reemplazar, a punta de creatividad, la belleza fabricada por asesores de imágenes, entrenadores personales, preparadores de reinas, diseñadores internacionales y peluqueros de cita previa.

Ella aguantó hambre en estado preanoréxico, se bronceó con agua en el parque, planchó su cabello haciendo contorsiones sobre la mesa de planchar. Aprendió a cubrir sus facciones con el color adecuado según la ocasión, combinando productos de tienda y preparaciones hogareñas. A falta de gimnasio existían Internet y las amigas para conocer y aplicar rutinas de las famosas. Y con una voluntad digna de mejor causa se acercó al mítico 90 60 90, rematado en un rostro angelical hasta que la edad y la evolución física sumaron méritos para subirse al bus de la fama.

El problema era que se trataba de un vehículo escaso de puertas, y la gran mayoría estaban cerradas para ella. Por estrato y recursos solo podía aspirar a ser la reina del bazar del barrio, de hecho lo había sido en tres ocasiones. Ocasión apta para cometer algún pecadillo por cuenta de una ración gratis de lechona, pero nada más.

Pasó por las academias de modelaje conocidas, de visita, porque los precios sencillamente no estaban a su alcance. Intentó algunos castings de eternas filas frente a jurados famosos, pero ni siquiera tuvo el dudoso placer de ver su fracaso televisado. Fiel seguidora de las narco-telenovelas, descartó de plano ser juguete de mafioso (algo que, por cierto, nunca nadie le propuso). Pero si fue un "Don" el que le planteó una opción. Don Genaro, el dueño de la tienda, a quien un proveedor de jabones le había pedido el favor de averiguar por unas niñas del barrio para que le sirvieran de promotoras.

A estas alturas el problema también era de plata, porque en su camino hacia la doble FF de fama y fortuna la E de estudio se había quedado en 11 y la T de trabajo nada que aparecía. Así que Lorena ingresó al gremio de las promotoras en punto de venta. Primero fueron jabones, luego galletas, quesos, productos de belleza, cremas dentales, salchichas, helados, aceites, café, productos light y hasta frutas enlatadas.

El trabajo era relativamente sencillo. Estar ahí, sonreír, a veces destacar las cualidades de su producto frente a la competencia. Fue allí donde supo de la convocatoria para algo que encarnaba todo lo que había soñado desde niña. Ser la imagen de una conocida marca de cerveza.

Ellas, las Nenas Cóndor, sí estaban a las puertas del cielo. Su paso por el grupo implicaba un año de televisión, viajes, presencia en lugares importantes, Después venían los contratos de modelaje, la presentación de programas, los reinados, la fama más allá de las fronteras. Eran el grupo élite, y como tal, a él solo se llegaba tras un estricto filtro.

Como el general que se anticipa a la batalla, Lorena preparó desde la madrugada su estrategia, su táctica y su arsenal. Cabello acondicionado, maquillaje adecuado, hidratación precisa, depilación masoquista, uñas artísticas y guardarropa rigurosamente escogido, prenda por prenda, para destacar sin pasarse al gremio de las mostronas. Evitó meticulosamente cualquier exposición a elementos, alimentos, sustancias, circunstancias o compañías que pudieran afectar su imagen. Incluso leyó lo que pudo sobre la empresa productora, la historia y, lo más importante, el mercado de la cerveza.

Ya en las pruebas coqueteó sutil pero eficientemente mientras fue productivo, mintió si lo vio necesario y fue descaradamente honesta cuando eso le generó punto. Finalmente logró… no un cupo entre las Nenas Cóndor, pero si uno en lo que podía denominarse las divisiones inferiores, es decir de promotora de la misma marca

Esa era una buena noticia, porque decían las historias que muchas Nenas Condor habían pasado por ahí, a manera de curso previo. Y además implicaba estar en sitios de moda, en lugares donde la gente bella se tomaba una cerveza. En los carnavales, en los festivales, en las ferias, en los conciertos, en las grandes fiestas del país.

Tras un entrenamiento y la dotación del respectivo uniforme que le encajó como guante, resaltando sus bien cuidadas curvas, finalmente llegó el día en el cual le informaron cual sería su campo de trabajo.

Lorena no sabia si ponerse a llorar, maldecir, insultar al jefe de ventas o simplemente renunciar. No hizo nada de eso, porque necesitaba la plata, pero entendió que ese mundo maravilloso de allá afuera no era para ella.

No podía ser para la encargada de promocionar la cerveza Cóndor en la plaza de mercado del barrio más popular de su ciudad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Diatriba en 10 estaciones contra el mundo que me tocò vivir

Primera estación. Moda de temporada
Yo no sé si los que saben –o dicen saber – de moda están locos o el loco soy yo. Oigo una y otra vez que se lanza la colección de verano, que llegó la temporada de invierno, que estas son las prendas para el otoño. Y yo que vivo en Colombia, país del trópico, donde lo que llamamos estaciones son un verano que puede durar medio día o seis meses, y un invierno que se acaba y comienza cada tres días y comienza me pregunto… ¿Qué me perdí?

Segunda estación. Cadenas de ineficiencia
Se han dado cuenta lo eficaz y eficiente que es el correo electrónico... para sacarle el cuerpo a las responsabilidades. ¿Han visto esas cadenas –y no hablo de las religiosas- que suman y suman nuevos mensajes sin que nunca se solucionen los problemas? X le pregunta a Z y Z le copia a N y N a M y otro y otro y otro… ¿No les ha pasado? –porque a mí sí- que hacen una consulta o piden algo y comienza el responder (CC) y más responder (CC) hasta que ene mil vueltas después le llega una copia del correo en la que le notifican que el encargado del tema… es usted.

Tercera estación. Ocupadísimo sin hacer nada
Estar al mismo tiempo atendiendo un chat en el portátil, otro en el blackberry o el i-phone, una reunión por el amplificador, y una conversación en vivo… ¿eso es eficiencia? ¿Realmente se puede? Es normal estar hablando con alguien y de repente interrumpir la conversación porque sonó una canción y se prendió un aparato? Porque hace 10 años eso era mala educación… y ahora es normal.

Cuarta estación. De cuerpo presente
Van a decir que odio los aparatos pero me pregunto. De que sirve ir a una reunión, foro, encuentro, conferencia, videoconferencia, seminario, congreso, cita… si durante las conversaciones, diálogos, exposiciones, presentaciones, socializaciones… el invitado, asistente, participante, concurrente, espectador, está con su portátil, blackberry, celular, ipad, y, lo más importante, su cerebro, en otra vaina.

Quinta estación. Opciones a la nada
Los que pasamos de cierta edad recordamos que el tatarabuelo de los call center era algo llamado línea de servicio al cliente. Era unos números que casi siempre estaban ocupados, pero de vez en cuando alguien contestaba y atendía. A veces servía para algo, otras definitivamente no. Hoy ustedes ya conocen el ritual. Marca uno un número y empieza la inacabable lista de opciones que lo manda a uno a otra inacabable lista de opciones, que lo manda a uno a otra lista inacabable de opciones hasta que… le ponen la grabación donde dicen que todo el mundo está ocupados y piden paciencia. Además suena esa musica -que no tiene la culpa- pero que termina siendo odiada por simbolizar la espera inacabable. ¡Ah! y se me olvidaba, a veces les da por pedir una clave que uno, no tenemos; o dos, se nos ha olvidado.

Sexta estación. Deportista por obligación
Cuando uno pasa por las ciclovías, recreovías o similares de vez en cuando los ve. Son una familia. Padre, madre, e hijos, chévere. Los niños, puede que renuentes en un principio, siempre terminan encontrándole la gracia a la cosa, y de una u otra manera se divierten. Pero hay uno de los dos cónyugues… o mejor, hay uno de los dos cónyugues que está en su ambiente. Ama el deporte, tiene físico de atleta, disfruta el sol, tiene la dinámica. Y hay otro que está en servicio familiar obligatorio; tiene el aspecto y la condición física de una patilla, tres capas de protector solar, una sudadera que siempre es muy grande o muy chica, hace esfuerzos sobrehumanos para mantenerse al ritmo de su familia y preferiría mil veces estar en su casa viendo televisión o metido en facebook o haciendo nada en la cama que ese saludable e infernal programa dominical

Séptima estación. Cuestiones uniformes
Hay empresas que exigen que sus trabajadores usen uniforme. A unos les gusta, a otros no, a otros les es indiferente. Hay empresas que no manejan uno, sino varios uniformes. (Aclaro, no son uniformes relacionados con las condiciones de trabajo. No se trata de elementos de protección personal, de aseo, o de necesaria identificación, sino una cuestión meramente estética). Hay empresas donde existe un estricto reglamento sobre el uniforme del lunes, el del martes, el del miércoles y así sucesivamente. O sea que en esas empresas una –o varias, realmente no lo sé- persona dedica parte de su tiempo –y suponemos que le pagan por ello- para decidir si el lunes queda mejor la camisa amarilla o la azul, si el jueves es mejor día para el blanco o el rojo o cual semana del mes es la más adecuada para X combinación cromática. Y lo mejor. Es un problema complicadísimo si el día de azul, alguien comete el sacrilegio de usar el amarillo.

Octava estación. Exija pero no exija
Las instituciones de educación superior, los directivos de rector para abajo, los encargados de área insisten en la necesidad de poner estándares altos para lograr mejores profesionales. Exigencia académica. Algo lógico en un mundo donde los buenos puestos son el resultado de una competencia cada vez más despiadada. El discurso es bonito, pero cuando un profesor decide aplicarlo se activa una cadena de alumnos llorones (paréntesis: lo hacen porque funciona, como veremos a continuación). Entonces viene la metamorfosis. Los profesores inteligentes son los que le hacen caso a los alumnos llorones y se metamorfosean en exijo pero todos pasan. Los que son menos inteligentes se esperan a que haya una insinuación –a veces sutil, otras no tanto- por parte de las directivas de turno para que sigan siendo exigentes, siempre y cuando eso no se refleje en las notas, y se metamorfosean en consecuencia. Y lo que no son inteligentes insisten en exigir principios como puntualidad, cumplimiento, orden, resultados… hasta que se metamorfosean en exprofesores.

Novena estación. Investigadores en promoción
A todo el mundo le gusta la investigación. Las instituciones de educación superior se venden a sí mismas como centros de investigación. Los catedráticos se lamentan de no tener más tiempo para la investigación. En los pénsums aparecen cursos, estructura curricular, líneas que abarcan carreras completas relacionadas con la palabreja. Lo que antes era un trabajo de grado ahora es una investigación. Se rellenan montañas de papel o megas y gigas con documentos sobre las líneas de investigación, las técnicas de investigación, los proyectos de investigación. Solo tengo una pregunta ¿Dónde diablos están los aportes al conocimiento derivados de tanta investigación?

Décima estación. Ensayemos algo
Una final sobre la palabra ensayo. Hace años, los profesores asignaban a sus alumnos trabajos (que se copiaban literalmente de las enciclopedias antes del corte y pegue informático, pero eso es otra historia), o problemas (50 de cálculo para el lunes) o investigaciones –ver estación anterior- o planas (también había que mejorar la letra) o análisis (aquí se copiaban dos ideas-. Por ejemplo se tomaba una frase “Pienso luego existo” y se aplicaba a un tema agrícola “Aunque las uvas no piensan, el vino existe”) Hoy, muchos profesores optaron por poner a sus alumnos a hacer “ensayos”. ¿Y qué es eso? Definición ajena pero concluyente: “lo que cada profesor diga”.