El amor es una desgracia con buena prensa. Quienes gastaron, gastan y gastarán cantidades navegables de tinta –o, en los últimos tiempos, suficientes bits, megas y gigas para ir al extremo del universo y volver– elogiando el sublime sentimiento, nos están poniendo conejo. Intencionalmente ignoran la parte menos sublime, menos heroica, menos romántica del sentimiento sublime. Nos referimos, como no, a la traga maluca.
Ignoro cómo le dirán en otra parte, pero aquí la tenemos clara. Así que no gastaremos pantalla en definiciones. Y sabemos que traga maluca es como cucaracha. No importa cuántas matemos, siempre reaparecen. Y en los lugares más inesperados.
¿Ejemplos? Veamos lo que le pasa a Antonio, o a Toño, como insisten en llamarlo algunos amigos. El caballero de marras sufre una típica traga maluca, en la que la susodicha, para decirlo suavemente, lo ignora (a duras penas sabe que existe, para ser exactos). Y se llama María, hecho aparentemente intrascendente, pero… mejor les explico.
Un día Toño tuvo un acto sublime de valor y decidió olvidar a María como fuera. En serio… No, es en serio. Aprovechó, –tampoco era tan heroico– un alejamiento temporal por cuestiones laborales que no vienen al caso. Escenario perfecto para buscar opciones, y alejar el pensamiento de…
¿Alguna vez se han puesto a pensar cuantos nombres compuestos tienen a María abriendo o cerrando la denominación? Toño tampoco. Pero cuando intentó buscar alternativas que borraran a la ausente de su pensamiento se encontró conectado con Ana María, chateando con Maria José, bailando con Adriana María, compartiendo tardes con Maria Julia, trabajando con Maria Isabel, y planillado para estas y otras actividades con Maria Helena, Maria Alejandra, Maria Angélica, Maria Antonia, Maria Camila, Maria Carolina, Maria Cecilia, Maria Claudia, Maria Cristina, Maria del Carmen, Maria del Pilar, Maria Elvira, Maria Victoria, Maria Virginia y Maria Teresa las cuales, sin excepción, gustaban de ser llamadas por sus nombres completos.
El plan B era renunciar –de momento– a la compañía femenina y dedicarse a cosas de hombres. Así que fue a partido con un grupo de amigos que incluían a José María, se emborrachó con Jesús María y otros y pasó una tarde jugando tejo en la cancha de don Mariano.
Ante la constante presencia terrenal del nombre, creyó encontrar alivio en ámbitos más espirituales. Buscó refugio en la religión. En la de sus padres. En la que enmarcó los ritos de su infancia. En aquella que, para su desgracias ante la situación específica era la Católica, Apostólica y Romana. La de la Virgen María en todas sus expresiones, apariciones, versiones, encarnaciones oraciones y manifestaciones.
Luego del fracaso de lo trascendente, optó por fórmulas más terrenales. Las del ermitaño. El encierro aislamiento. Como a la media hora estaba más aburrido que un domingo por la tarde, decidió encender la radio. El dial recorrió sucesivamente una emisora de rancheras (Maria de los guardias) una de música clásica (Ave María de Shubert), una de baladas (Ave María de Rafael) una de vallenato (Maria Teresa) una de rock Maria Maria… y así sucesivamente.
Con la televisión ni siquiera lo intentó, previendo que si lo encendía, automáticamente llegaría a algún canal de telenovelas programado con Simplemente María, María la del barrio o María Belén. Asi que decidió salir a caminar evitando todo tipo de compañía, solo para descubrir que vivía en cercanías del hotel Maria Isabel, la panadería la María, la tienda de Las tres marías, junto al vecino aficionado a emisora Mariana, y en la calle de María Inmaculada. Una conversación con el abuelo desprogramado de la casa de enfrente terminó evocando al legendario futbolista del Cali Ángel María Torres, a los descubrimientos científicos de Marie Curies, a la ideología del político peruano Mariategui.
Resignado anduvo sin rumbo fijo hasta que sintió hambre. El destino lo llevó hasta una tienda cuyo nombre ni siquiera miró. Como el estómago comenzó a ponerse exigente a nivel volumétrico, pensó en complementar las papas en paquete con algo que tuviera más cara de comida y menos de pasaboca, pero lo único disponible eran frijoles enlatados.
Es cosa sabida que los frijoles fríos son sinónimo de peligro, situación testimoniada en incontables dichos populares. Hora de pedirle cacao al tendero se mostró servicial, colaborador e incluso planteó opciones -
“Claro, se los caliento en una sartén… ¿o al baño de María?