jueves, 28 de enero de 2016

Carta al de la sopa


Hola

No sé si usted sigue mi blog, pero hace unos días publiqué una entrada acerca de la manera en que los puntos  de encuentro con nuestros contemporáneos  van evolucionando con el paso de los años. Aunque no era exactamente el tema, aproveché para rendirle un pequeño homenaje a usted.

Sí. A usted. Nunca hemos hablado de esto. Y no ha sido por falta de  oportunidades. Usted es tan consciente como yo de que coincidimos en múltiples y diversos escenarios. En la calle, en el restaurante, en el transporte público, en el parqueadero, en la fila del banco, en la del cine, en la droguería, en el aeropuerto, en el consultorio. Y no sigo porque se me llena el blog.

Pero retomemos. Es curioso como, pese a esta reiterada casualidad, nuestra conversación nunca pasa del guión que ambos dominamos a la perfección. Saludo – saludo; usted qué –yo qué –usted que –yo qué; nos vemos –nos vemos; adiós. Y cada uno sigue su camino hasta cuando vuelven a cruzarse, se repite la historia y así por toda la eternidad.

Pensaba que nuestro caso era único, pero conversando con otras personas veo que muchos viven una situación similar. Tengo este amigo que, por ejemplo, confluye periódicamente con el hijo del primer matrimonio de su papá. Una prima comenta que constantemente coincide en espacios y horarios con una compañera de colegio que, aunque estaba en un curso superior, la reconoció una vez  y siempre la saluda. Mi cuñado, quien prestó servicio militar, se ve persistentemente, en escenarios no castrenses, con un camarada de contingente.

Usted sabe que a mí no me gusta ponerme esotérico, pero si uno se sienta a pensar sobre esto, es un poco raro. Lo normal es que uno se tope con quienes comparten sus intereses actuales en sitios representativos, no con quien alguna vez compartió intereses en, reitero, cualquier parte. Si uno fuera paranoico pensaría en algún tipo de persecución o acoso. Pero no. Es más, no tenemos contacto ni somos amigos en redes sociales. Ni siquiera hemos intercambiado números telefónicos. Ya hablé de cómo son nuestras conversaciones. Y cuando profundizamos un poco en el detalle, lo que queda claro es  que usted tiene una vida y yo tengo otra.

A usted no le molesta y a mí tampoco esa rutina del reencuentro periódico con una figura del pasado. Ese diálogo corto e intrascendente. Ese breve paréntesis en la vida que por pocos segundos nos aleja de las preocupaciones del momento,  los retos del día o las circunstancias –a veces difíciles-  de la existencia. Solo que en ocasiones, cuando  alguna situación me manda al pasado y me pregunto que habrá ocurrido con antiguos compañeros, vecinos o colegas, una idea termina siempre apareciendo en mi mente

En cambio, a ese tipo me lo encuentro hasta en la sopa

Así que… hasta el próximo encuentro.

martes, 26 de enero de 2016

La prueba reina


Para que me entienda, señor fiscal, tengo que incluir elementos personales. Nunca he sido muy exitoso en eso de conseguir pareja. Me falta persistencia,  me equivoco en los momentos clave y a la hora de la conversación soy más bien del tipo aburridor. He tenido mis momentos pero no soy, como le digo, de los que despiertan pasiones.

Un día resulté con esta amiga nueva en Internet.  El asunto fue lento. Primero algunas acotaciones sobre imágenes, memes o comentarios que a mí me  gustaban y resulta que a ella también. En uno de esos el comentario público se volvió personal con una pregunta específica que me hizo y yo respondí. Luego vino otro, y otro,  hasta que un  buen día estábamos conversando de manera directa.

En esos diálogos, sin darme cuenta iba soltando datos. Por ejemplo cuando dije que me gustaba el teatro preguntó qué obras había visto, el teatro  y la silla. Y que cómo hacía para salir de noche y para pagar. Y uno cae y le cuenta que tiene carro, que usa tarjeta de crédito, que compra sillas caras, da pistas de donde vive… en fin.

Llegó el momento del conozcámonos y del intercambio de fotos. Yo mandé la mejor que tenía y ella respondió con la imagen de una mujer joven, bonita, muy sensual, en una pose de esas medio sexis que están de moda. También pasamos del chat al teléfono y al video. Ella hablaba desde una conexión o un equipo medio viejo y por eso nunca se le veía muy bien la cara. Cada vez parecía más y más interesada en mí.  Cierta vez me contó que tenía que acompañar a su mama a una cita médica.  No volvió a hablar del tema hasta días después cuando comentó que la mamá  iba a necesitar una cirugía.

Hasta que decidimos vernos personalmente. A esas alturas nos conectábamos a diario. Y creo que fue esa vez cuando dijo que aunque sonara ridículo, sentía que se había enamorado de mí. Y la noche en que íbamos a  definir los detalles de nuestro encuentro ella estaba con ojos llorosos. Me dijo que no me preocupara. Le dije que si quería que hablábamos después y respondió que en ese momento necesitaba el apoyo de alguien como yo. Solo un rato después insinuó no sé que problema y que debían abonar una plata grande (que no tenían) para la operación de la madre. Y después de que conversamos sobre otras cosas volvimos al tema de nuestro encuentro y ella dijo que primero había que solucionar la cosa de su mamá.  Que realmente quería verme, que yo era en ese  momento la segunda persona más importante de su vida

¿Qué más podía hacer? Pregunté de cuanto era el problema. Ella  me dio una cifra -bastante grande- y explicó que era un depósito, y que en pocos días sería reembolsado. Ofrecí prestarle. Se molestó, dijo que no, que cómo se me ocurría. Que me quería demasiado para abusar de mi confianza y mientras se negaba a recibir un peso de alguna forma acordamos una cita para vernos y, de ñapa, entregarle algo de dinero.

Y cuando me estaba preparando para llevarle la plata a esa mujer joven, bonita y sensual que se había  enamorado de un tipo como yo,  tuve la suerte de encontrarme frente a frente con la prueba contundente de que esto no era posible  y de que estaba siendo víctima de una elaborada forma de estafa. Por eso estoy acá presentando la denuncia, señor fiscal.

-¿Y cuál es esa prueba?

Un espejo de cuerpo entero.

jueves, 21 de enero de 2016

Silvio tiene un problema con los perros


Todos le tenían miedo al rottweiler del vecino. Era una bestia agresiva, que no perdía oportunidad de mostrar dientes, ladrar o morder a cualquiera que se pusiera al alcance de su perímetro, limitado por esa cadena reforzada con la que el dueño lo mantenía asegurado. Pero ese día la cadena  no estaba puesta, la puerta estaba abierta, el propietario se distrajo con algo y el perro salió sin control ni vigilancia.

En el parque Silvio, con sus 6 años cumplidos, jugueteaba. Su hermana, apenas unos años mayor, se distrajo un momento y no notó la presencia del canino. Pero este sí vio  al pequeño y se lanzó sobre él. La hermana gritó. El dueño del perro, los vecinos, los usuarios del parque intervinieron de inmediato para que el perro dejara de… ¿juguetear?

En ese momento se evidenció la singular reacción que Silvio generaba entre el gremio canino. Sin importar raza, tamaño, color o entrenamiento previo, este género de cuadrúpedos lo quería. Así, la bestia salvaje del vecino, en vez de agredirlo como hacía  con el resto de la humanidad, asumió el rol de dócil compañero de juegos.

Con el paso del tiempo el hombre excluyó de la lista de sus intereses a los perros. Pero los perros nunca lo excluyeron a él. Hoy, profesional, casado y con hijos, no puede salir a la calle sin que todos los canes se abalancen a saludarlo cariñosamente. Los paseadores profesionales lo detestan. Más de uno se ha visto arrastrado por el piso cuando su material de trabajo –seis o más al tiempo- cambia repentinamente de camino para correr con el fin de expresar afecto por el susodicho caballero

Los parques son territorio vedado. Muchas zonas verdes se ven literalmente invadidas por amos y perros a horas determinadas.  Perros que apenas lo ven (a Silvio) comienzan a perseguirlo para un inacabable homenaje al estilo canino, con saltitos, movimientos de cola, parada en dos patas y lambetazos.

La vida social del protagonista se ha limitado considerablemente. Antes de ir a casa ajena, pregunta si tienen perro. Sabe que el bicho de turno se dedicará a hacerle carantoñas, hasta que la visita se divida en dos grupos. El can atenderá a Silvio, los humanos atenderán a los demás. Y si alguien encierra al animal, un concierto de ladridos, aullidos y rasguños será la banda sonora a menos que Silvio se vaya, o Silvio se vaya a acompañar al perro. Cuando la visita termine vendrá otra tanda. A la gente, los perros le ladran cuando llegan a las casas ajenas. A Silvio le ladran cuando se va.

Pero el riesgo mayor está en la calle, donde un despreocupado amo lleva su mascota sin correa. Ese perro, apenas perciba a Silvio se lanzará como loco a saludarlo. Si no causa un accidente de tránsito, se enredará en sus piernas haciéndolo caer. O le dejará algún recuerdo en forma de mancha en pantalón, camisa o chaqueta con sus cariñosas patitas. O patotas, porque pasa exactamente lo mismo con el chihuaha que cabe –y a veces vive– en una cartera, y uno de esos grandotes que parecen el resultado de  una aventura poco católica entre un San Bernardo y una osa polar.

Cuando ese es el caso, Silvio termina en el piso defendiéndose del cariño desenfrenado del gigante de turno, mientras a su lado o sobre su ropa reposan los restos mortales de lo que llevaba en las manos (los huevos del desayuno del otro día,  por ejemplo).

El hombre, definitivamente, tiene un problema con los perros.


martes, 19 de enero de 2016

Sorpresa de cumpleaños


Y a medida que pasaba el tiempo, se acercaba el día más temido desde cuando Nancy dejó su urbe natal para venir a la capital a realizar estudios universitarios. Ella había sobrevivido al cambio de clima, a la distancia, al ambiente de la residencia universitaria y a la agresividad de ciudad grande. Pero esto sí era totalmente  nuevo. Pese a que los modernos medios de comunicación garantizaban contacto permanente, por primera vez en su vida iba a pasar un cumpleaños lejos de sus amigos de siempre, de sus padres, de sus hermanos. Y eso era deprimente.

Pero tres días antes el pariente lejano llegó al rescate. Se trataba de un sujeto que andaba por el mundo con gafas gigantes, camiseta de superhéroe y evidente obsesión tecnológica. Era como el hijo del primo del cuñado de la tía política que vivía en la capital y a cuya casa Nancy acudía a veces para hacerle contrapeso al aburrimiento de fin de semana. Allí lo había conocido y como estaban más o menos por la misma edad, mantenían un contacto relativamente constante. Así que en un acto de solidaridad generacional, encaminada a respaldar a un contemporáneo en un momento difícil, el hombre la invitó a pasar juntos la tarde del cumpleaños. No dio mayores detalles, solo un nos vemos a tal hora en tal sitio.

Nancy no tenía ninguna intención especial con el pariente lejano. De todas formas, invitación era invitación. Y la joven no quería desentonar en la comida, la rumba, la tertulia o lo que fuera que su anfitrión tuviera en mente. Además era su cumpleaños. Se preparó para la ocasión con pinta de cumpleaños: ropa adecuada, peinado especial, tacones e incluso algo de maquillaje.

A la hora anunciada se encontró con el tipo quien, por cierto, venía con la misma camiseta, bluyin y gafas de siempre. La joven intuyó que irían a algún centro comercial, posiblemente a comer algo, tal vez a un cine o a otro tipo de actividad cultural o recreativa. No se descartaba el remate nocturno en sitio de cocteles o música. El hombre, con aire misterioso, simplemente pidió que lo acompañara.

Tomaron ruta hacia el centro comercial… y siguieron derecho.  Eso era buena señal, iba a ser un sitio más exclusivo como ese restaurante que todos recomendaban. Ese que acababan de dejar atrás, porque pasaron frente a él…  y siguieron derecho. Claro, doblando la esquina estaba el local de moda,  la pista de deportes extremos. Si bien la ropa no era adecuada, ella sabía que entre los servicios estaba el alquiler de atuendos. Y justo al frente quedaba el teatro, con el último estreno del grupo ese que combinaba la vanguardia creativa con el humor.  Dos opciones diferentes cuyas fachadas tuvo la oportunidad de admirar… porque siguieron derecho. Aunque era temprano para sitios de rumba, tampoco se detuvieron en aquellos que se atravesaron en la ruta y ya estaban abiertos. Algo nerviosa, Nancy le notificó a la tía política vía texto su ubicación exacta, a lo que esta respondió con un tranquilizador…  “ya sé para donde van”.

El destino final fue una casa común y corriente. Una versión un poco más baja del pariente lejano los acompañó a la sala donde todo estaba preparado. La sorpresa preparada para Nancy era una fuente repleta de crispetas y una consola de videojuegos.

El pariente lejano jamás entendió qué fue lo que tanto le molestó a la mujer. ¿Acaso existía una mejor forma de pasar un cumpleaños? 

jueves, 14 de enero de 2016

Los paseos contra Milena


Milena no canta, no toca instrumentos, no es hábil en las actividades físicas y a duras penas suma, resta, divide y multiplica. Pero en compensación  por sus carencias musicales, deportivas y matemáticas tiene una singular destreza para dañar los paseos.

Por alguna razón que ningún medico, astrólogo, economista, consultor o ingeniero ha podido descifrar, solo tiene que alejarse unos cuantos kilómetros de su ciudad de origen para que empiecen a caerle todas las desgracias posibles. En su mundo local puede comer carne cruda con ají natural y chicha y nada le pasa. En cualquier otro municipio, el pan le produce gases, el caldo de papa estreñimiento, la ensalada diarrea, la fruta gastroenteritis y los jugos retorcijones. Por eso el viaje termina para ella en camilla y para sus acompañantes en la sala de espera de algún centro de salud.

Y cuando no es un desorden digestivo, es la fauna local. Algo debe tener su piel o su sangre para atraer bichos de esos cuya picadura no causa consecuencias letales, pero si aburridoras.  Ronchas, rasquiña, algunas veces fiebres y diarreas. Nada que deje secuelas a largo plazo, pero que a corto plazo convierte la jornada de descanso en jornada de atención del enfermo.

Podría pensarse que con un cuidadoso manejo de la dieta, y una paranoica combinación de formas de lucha contra los insectos y arácnidos es posible lidiar con el problema. Pero no hay que subvalorar a Milena. Existen bichos mucho más pequeños que son igualmente inoportunos. Así que si el estomago se porta bien, y nada le pica, algún virus o bacteria de nombre impronunciables la pondrá en manos del honorable cuerpo  médico, y a sus acompañantes en la ya tradicional sala de espera.

Se le abona a familia y amigos que han hecho causa común para no tomar la decisión obvia, de dejar a Milena cuidando la casa. No, ella siempre es invitada, aunque el destino es inexorable. No hubo problemas digestivos, no hubo ataques del reino animal ni del microscópico... No se preocupen, quedan los accidentes. Y no son accidentes normales. Son accidentes de esos que solo le pasan a una persona. En este caso a Milena.  Entra caminando a una piscina y se troncha un pie.  Hay un pedazo de vidrio abandonado en medio de un parque y ella es la que lo pisa.  Un pájaro sufre un infarto fulminante mientras vuela y su cuerpo inerte aterriza sobre su cabeza. Parquean el carro sin darse cuenta que quedó al lado de una alcantarilla destapada y adivinen quien se baja primero y sigue derecho. Algún sereno y sosegado animal de exhibición de parque agropecuario, normalmente tranquilo, revive de repente  su lado salvaje y la embiste, muerde, patea o todas las anteriores.

Un concienzudo análisis de los patrones mostró que las zonas rurales o semirrurales eran las más propensas a esos desenlaces. Un grupo de amigos, entonces, montó paseo de fin de semana, vía avión, a otra ciudad. Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi, llegaron al hotel, se registraron y tomaron el ascensor  mientras Milena iba al baño.

Y no, no se cayó en los servicios sanitarios, ni en el piso reluciente del hotel. Ni al ingresar al ascensor. Claro que allí sí le tocó sentarse las 12  horas que duró atrapada por la improbable combinación de un cable defectuoso, una interrupción en el servicio de energía y un fallo generalizado en todos los sistemas.

Algo que  solo podía pasar una vez. Y claro, dañó el paseo.

martes, 12 de enero de 2016

La esencia del proceso laboral


Dos años han pasado desde cuando Julián recibió su título de ingeniero de sistemas.  Sin embargo, el joven profesional no mide el tiempo en días, sino en hojas de vida. La que está a punto de entregar es la número 97. Pero esta vez, va a la fija.

En efecto, llena el perfil, Y el potencial jefe directo fue alguna vez su profesor de programación. La secretaria recibe los papeles y sonríe. Buena señal. Luego entra a su computador, consulta la agenda, da alguna orden e imprime un pequeño pero completo cronograma. Lunes, exámenes; martes, entrevista con el jefe directo (el ex profesor); miércoles, entrevista con la gerente general.

Y aunque no están escritos, la mente de Julián ve con claridad los dos pasos finales: jueves, aprobación; viernes, fin al desempleo.

Los exámenes son casi un juego. La entrevista con el ex profesor es un formalismo. Solo queda un escollo: la gerente general. Así que bien temprano, -por aquello de la puntualidad-, y bien elegante -por aquello de la presencia- Julián se sube a un bus -por aquello de no tener plata-  y parte a la cita con su destino.

Pero su destino también madruga en forma de señora con canasto de empanadas. Ella se sienta al lado del ingeniero. Sus alimentos vienen de un aceite de esos que están fritando desde el principio de los tiempos. El relleno es de origen desconocido, aunque con una lejana esencia de carne. El bus entero queda perfumado a empanada callejera, para disgusto de algunos, aunque no de Julián.

El chofer del vehículo de transporte público tiene afán. Así que corre, frena, toma curvas suicidas y hace que sus pasajeros se muevan de un lado para otro, cual carga indefensa. Por eso, la señora de las empanadas se bajó, pero dejó su discreto olor.  A Julian eso le pareció divertido.

Pero cuando él abandonó el automotor y el olor lo seguía acompañando, la diversión se volvió preocupación. De alguna manera la esencia de frito se había convertido en parte de su propia esencia. Dicho en términos menos filosóficos, olía a empanada barata. Y no había tiempo.

Así que llegó a la oficina de la gerente, anunciándose - inicialmente por vía nasal - ante una sorprendida secretaria, que por un intercomunicador con altavoz le avisó a su jefa que el joven aspirante estaba allí.

Julián oyó la respuesta: “Dígale que siga... y dígale a doña Tulia que deje de calentar esas empanadas horribles en la oficina. Todo huele a esa vaina”.


jueves, 7 de enero de 2016

Cuando Patricia se puso las pilas


Patricia dejó atrás la niñez y apenas entra en la juventud. También es inteligente. Muy inteligente. Pero hablamos de inteligencia modelo siglo XXI, no aplicable al uso tradicional de las neuronas sino al de aparatos a los que se atribuye  esa cualidad. Teléfonos inteligentes o, para utilizar el  extranjerismo, “esmarfouns”.

Volvamos a  Patricia. Sus destrezas incluyen chateo, guasapeo,  aplicaciones, selfis y otros neologismos que la mantienen comunicada y le garantizan acceso a servicios de información, ubicación, entretenimiento y una larga lista de etcéteras.  ¿Será necesario decir que la extensión natural de la mujer es su teléfono inteligente?

A esto contribuye que su familia hacía considerables inversiones en mantener actualizada su tecnología. Microondas táctiles, lavadoras y licuadoras digitales, televisor inteligente y hasta comandos de voz para algunas  actividades conformaban el menaje doméstico…  hasta que vino la crisis.

La cosa no fue dramática pero sí rápida. La madre –que tenía el mejor sueldo- se quedó  sin puesto por culpa de alguna crisis global de  productos básicos.  La familia, moderna pero no estúpida, montó plan de emergencia. Primero, pagar deudas para ahorrarse intereses. Segundo, cambiar hábitos de consumo. Tercero, mandar a la hija adonde los tíos en vacaciones, para que ellos se encargaran de su mantenimiento.

El mundo de los tíos era extraño. Muchos aparatos no eran digitales, sino que funcionaban mediante botones y en ciertos casos con algo más exótico todavía, perillas que giraban. Aunque también manejaban sus teléfonos inteligentes, tenían un extraño dispositivo conectado en la sala de la casa. Decían que se llamaba fijo y que servía para  hablar. Solo para eso. Llevaban una especie de pulsera para mirar la hora y escuchaban la radio a través de algo llamado radio, cuya única aplicación era escuchar radio.

Algunos televisores parecían embarazados, porque eran gordos y aparatosos. Se ponían sobre  mesas, en vez de colgarlos en la pared.  Y las pantallas de los televisores, -embarazados  y normales- tenían como función exclusiva mostrar las imágenes. Cuando las tocaban (a las pantallas) no ocurría nada.  Bueno, quedaban sucias, los primos se burlaban y lo único que les pasaba era un trapito húmedo. Lo mismo acontecía con computadores, portátiles y de escritorio.

Pero nada de esto fue tan extraño, exótico y misterioso como cuando se fundió el bombillo de la despensa. La tía le pidió a Patricia el favor que buscara una linterna. La  joven efectivamente lo hizo, pero al tratar de encenderla el aparato no tenía energía. Entonces empezó a  buscar el cargador. No aparecía por ningún lado. Al examinar  la linterna  notó que no tenía conector, ni era de las que incluía un enchufe para conexión directa.

En esas estaba cuando llegó la tía, extrañada por su demora. Al explicarle la situación la mujer sonrió,  abrió  la linterna  y extrajo dos objetos cilíndricos que fueron a parar la basura. Del cajón extrajo otros dos, los introdujo en la linterna y milagro, se hizo la luz.

Dijo que se llamaban pilas. Y no, no eran recargables.

martes, 5 de enero de 2016

La actividad más peligrosa del mundo


Existen personas que escogen trabajos u opciones de vida que implican un riesgo permanente, incluso para la propia existencia. Bomberos, policías, soldados, árbitros de fútbol. Sin embargo, la rutina más peligrosa no está en formar parte de las fuerzas armadas, practicar deportes extremos, laborar en ambientes dañinos o exponerse a riesgos biológicos. 

No.  Por lo menos en Colombia, existe una actividad que, según lo ratifica diariamente la información publicada por los medios de comunicación, siempre termina en muertos, heridos y lesionados. Por razones que no son del todo claras, sus protagonistas tienden a perder el control, incluso cuando son amigos o parientes, generando enfrentamientos de consecuencias lamentables. Y si eso no pasa, si no son ellos quienes pierden el control, un actor externo llega y arremete de forma violenta contra los mismos. 

Corresponde al Estado limitar, sino prohibir, esta práctica, a todas luces dañina, perjudicial e insegura. No más. Llego la hora de impedir, por medios legales o los que sean necesarios que le gente siga departiendo.

Porque cuando ustedes acceden a noticias sobre familiares que se trenzan en peleas, amigos cuyo exceso de alcohol despierta enemistades ocultas, o grupos que repentinamente se ven atacados por actores armados invariablemente leerán u oirán frases como “mientras departían”, “se encontraban departiendo” o “habían estado departiendo” momentos antes de que llegara la desgracia.

El diccionario avisa aunque es un poco ambiguo. En los significados  que uno encuentra para el verbo en mención en la página web de la  Real Academia de la Lengua el primero es hablar o conversar, pero después aparecen otros más realistas como altercar, separar, diferenciar. Y se incluyen algunos que suenan medio exóticos: enseñar, discurrir, demarcar y estorbar.

Pero volviendo a la necesaria reglamentación por vía judicial y administrativa, podría comenzar no con la prohibición absoluta, pero sí con limitaciones a los espacios disponibles. Es imprescindible impedir, al precio que sea, que la gente departa en las esquinas. Solo hay que revisar la información judicial y policial para mostrar incontables ejemplos de las consecuencias nefastas que genera esta práctica.

En orden de prioridades, las siguientes áreas restringidas deben ser los parques, los  negocios al aire libre,  los negocios cerrados y los hogares, principalmente en épocas festivas como fin de año, carnavales o ferias.

Confiamos en que de esta forma podrán reducirse de forma significativa los índices de violencia  y las cifras de lesiones y fatalidades.

Claro que no faltarán los intelectuales y envidiosos que ante mi revolucionaria propuesta, digan que ese no es el problema, sino que los periodistas deben dejar de utilizar palabras comodín –lugares comunes, que llaman- las cuales significan todo y no significan nada.

Buen tema para departir.