jueves, 25 de febrero de 2016

Efectos sonoros en el mundo de los sueños


En medio de la ancha llanura, el jinete galopa. A su lado corren los venados, y sobre él vuelan las águilas.  Es una sensación de libertad única.  El contacto íntimo con la naturaleza, el sonido del aire a su alrededor… y el lejano rumor.  Porque primero es eso, un lejano rumor. Pero va ganando en intensidad a medida que pasan los segundos. Hasta que aparecen los elefantes verdes golpeando con sus trompas enormes tambores que cuelgan de sus cuellos. Pronto alcanzan al caballo, (que, por cierto, es morado y tiene manchas aguamarina)  rodeándolo con ese insoportable sonido de…

…Los bajos de un reguetón. Cortesía del vecino rumbero en la madrugada. Un remate musical de fiesta que se cuela en el sueño del personaje, hasta que lo despierta.

Sonidos agradables, ruidos molestos o bullas inclasificables tienen un efecto común sobre nuestro soñador. Cuando alcanzan determinada intensidad y permanencia lo sacan del gremio de los dormidos. Pero antes se integran con lo que esté soñando en el momento, generando estrambóticas combinaciones como las siguientes.

La cita romántica con la más famosa de las actrices está a punto de pasar a una situación no apta para menores de edad. En el ambiente más propicio posible, (luz de velas, música suave, cama  kingsize) el soñador y la estrella se despojan de sus ropas y se disponen a lo que sabemos. Pero antes entran las porristas. Y hacen lo que hacen las porristas: barra. Gritan consignas, ejecutan coreografías y acrobacias, montan pirámides humanas y pitan, pitan, pitan hasta que el soñador despierta, bajo el interminable sonsonete del pito del despertador.

Un monstruo indefinible persigue al protagonista. No lo ve pero lo siente. Cada vez más cerca. El camino se acaba, limitado por un precipicio. Aterrorizado, el perseguido se voltea dispuesto a enfrentar a la bestia. Llaman a la puerta.  Porque donde antes había un precipicio ahora hay una puerta. Monstruo y perseguido se miran extrañados pero nunca abren. El timbre suena de nuevo, y suena y suena, como corresponde a ese viejo despertador que arranca al protagonista del mundo de los sueños.

El soñador está en un restaurante donde disponen de todos los platos posibles. Uno tras uno aparecen y desaparecen fuentes con los manjares más exquisitos, mientras cada uno de los comensales devora sin cesar. Un coco, sin embargo, sobrevive hasta que alguien lo agarra y lo golpea para abrirlo. Pero la fruta se resiste así que todos los asistentes al ágape se dedican a golpearlo y golpearlo, generando los mismos sonidos de la persona que golpea insistentemente la puerta del cuarto del soñador, ya en el mundo real.

En medio de un partido de fútbol que ha llegado al último minuto el árbitro pita un penal. El estadio, atestado, contiene la respiración mientras el protagonista va a cobrar. Solo se escucha la voz de Michael Jackson. Porque Michael  Jackson está al lado del cobrador cantando, acompañado de su grupo de bailarines zombis.  Cuando el soñador abre los ojos sabe que, por enésima vez, su siesta dominical ha sido interrumpida por la afición de sus hijos al video de Thriller.

La persona entra a ese cuarto lleno de espejos. Cada  vez hay más espejos, pero ninguno lo refleja. No hay angustia, pero sí curiosidad. Y en la búsqueda incesante de su propia imagen una voz comienza a llamarlo. De alguna forma él sabe que es su propia imagen la que lo  llama. Y corre, corre, corre por los pasillos mientras la voz suena cada vez más cerca, la voz que dice “mijo… despierte que va a llegar tardeee”. 

martes, 23 de febrero de 2016

Aquí sí se puede quedar medio embarazado


¿Ya les hablé del profe?  ¿No? Entonces déjenme se los presento. Es una eminencia en cierta rama del derecho. El derecho criollo. Ahora, el profe no es abogado, no es profesor y no es contertulio habitual de los círculos académicos. Ni siquiera califica como tinterillo. Pero hay que reconocerle su condición innata de sobreviviente. Porque la vida lo ha bendecido, pero también lo ha pateado. Para salir adelante, el hombre comenzó a aplicar su particular visión jurisprudencial. Y al pasar de la práctica diaria a la teoría descubrió que todos sus compatriotas, sin distinción de credo, edad, raza, clase social, género o gustos futbolísticos hacían, en diversos grados, lo mismo.

El profe recuerda haber escuchado alguna vez una frase que, se supone, es verdad universal. “El cumplimiento de la ley garantiza el adecuado funcionamiento de la sociedad”. No sabe quien dijo eso, pero está seguro de que él no fue. Porque lo que ha tenido que hacer a lo largo de su vida le permitió acuñar otra frase: “En Colombia, cuando de cumplir la ley se trata, uno sí puede estar medio embarazado”.

Muchos años después, durante una reunión informal entre amigos –en vísperas de elecciones, en plena vigencia de una ley seca– se animó a divulgar sus tesis, lubricadas por unas cuantas cervezas: cumplir la ley en Colombia es relativo. Y depende de dos variables: cantidad y tiempo.

Es más fácil explicarlo con ejemplos, –dijo Ariosto, cinco cervezas después–. La norma establece que los semáforos son para que la gente pare. Y casi todas las veces quienes conducen vehículos de dos, tres o cuatro ruedas, motor, tracción humana o animal se detienen ante el rojo. Casi, porque cuando es muy tarde, cuando no hay otros medios de transporte a la vista, cuando puede ser inseguro o cuando existe una clara oportunidad la gente se vuela el semáforo. 

Otro. El espacio público –señalan los códigos– debe respetarse. Usarlo como punto de venta, parqueadero, lienzo de artista callejero, taller de bicicletas, baño, restaurante o vitrina no es legal. 

Más. La legislación vigente protege la propiedad intelectual, las marcas y la industria  nacional, lo que significa que no se deben comprar memorias USB cargadas de música pirata, camisetas de fútbol extraoficiales y dulces chinos contrabandeados ¿Será que alguien puede (podemos, dice la  tarjeta) tirar la primera piedra del gremio de quienes están libres de pecado en esto?

Robarse un esfero de un almacén es claramente ilegal, pero, ¿será lo mismo si ese esfero forma parte de los implementos de trabajo del lugar donde laboramos?  ¿Si está prohibido vender cigarrillos sueltos, porque no solo se venden sino que los seguimos comprando?  La Ley dice que la jornada laboral es de 8  horas. ¿No deberían los empresarios preocuparse si sus empleados pasan 9, 10 u 11 en sus oficinas (¿horas extras, qué es eso?)

Ariosto precisó que esta flexibilidad tiene un límite. La presencia activa de la autoridad. Nadie se pasa un semáforo en rojo cuando hay un policía de tránsito poniendo partes. Nadie compra películas piratas en medio de un operativo de la DIAN. Nadie se roba implementos de oficina mientras el almacenista hace inventario. Nadie se hace el pendejo con una deuda cuando le notifican el cobro judicial.

Pero mientras tanto, en mayor o menor medida, nadie se siente delincuente, antisocial o ilegal,  cuando cumple (cumplimos) con la mayor parte de las leyes, la mayor parte del tiempo… algo así como si estuvieramos medio embarazados.

jueves, 18 de febrero de 2016

Papelito insignificante


La preparación para ese momento había comenzado muchos años atrás, cuando el doctor era apenas un niño. Un pequeño precoz e hiperactivo. Insoportable, decían algunos. Y aunque en esos tiempos había quienes miraban feo la pedagogía del televisor, funcionaba. La pequeña pantalla era el único mecanismo capaz de frenar por unos instantes al pequeño terremoto.

Un día, el nené sintonizó un documental sobre algo llamado astrofísica. Y sobre  un instituto de investigación escandinavo. Y en ese momento decidió que, algún día, trabajaría en ese lugar. Detalles como no saber qué era la astrofísica o donde quedaba el susodicho país carecieron de importancia. Ese era su destino.

Antes y después de esta decisión hubo opciones como futbolista, bombero, policía, presidente de la república, cantante, actor de cine, medico, chef  y piloto. Pero  cuando llegó el momento real de escoger futuro su sueño de infancia retornó. El niño hiperactivo  había  evolucionado a un joven tenaz y persistente. Terco como él solo, decían los amigos.  En Internet encontró que su carrera si existía… en otro país. Se dio mañas para aprender el idioma. Concursó y ganó una beca. Muchos años después, volvió a Colombia con dos títulos profesionales bajo el brazo: pregrado y maestría.

Luego vino el trabajo en la universidad. El doctorado. Los estudios de más idiomas. La producción científica. Los artículos en revistas especializadas que fueron engrosando su hoja de vida hasta consolidarlo como la eminencia en su campo. Su dedicación obsesiva lo llevó a minimizar cualquier actividad que le robara tiempo al crecimiento intelectual. Las salidas se limitaron a congresos y seminarios nacionales e internacionales. Compraba siempre la misma ropa y su menú diario nunca variaba para no gastar segundos escogiendo. Uno de sus recuerdos más dolorosos fue cuando perdió su libreta militar y debió pasar un día entero renovándola. Después de eso decidió que solo cargaría en su billetera la cédula de ciudadanía y el carnet de la universidad.

Hasta que la oportunidad de llegar a su cúspide personal se hizo realidad. El instituto escandinavo abrió convocatoria para contratar un investigador. El proceso no fue fácil. Tuvo que salir avante en pruebas psicotécnicas, técnicas, científicas. Demostrar sus conocimientos por escrito y ante expertos. Sustentar su fluidez en idioma local, en inglés y en el lenguaje propio del instituto. Paso a paso quedaron atrás sus rivales hasta que solo quedaron dos en la competencia. Curiosamente, ambos eran colombianos. La doctora (habitual contertulia en escenarios especializados) y él.

Para la decisión final, la plana mayor del instituto se trasladó a  Colombia. Proceso complejo. Ninguno daba ventajas. Currículo vital equivalente. Publicaciones y citaciones comparables, conocimientos paralelos. Hubieran querido contratar a ambos pero el presupuesto no lo permitía. Aunque  nadie  lo dijo, la decisión tácita era agarrarse de cualquier cosa para  terminar el proceso y escoger un ganador. Nuestro amigo el doctor estaba confiado. Pero era hombre. Y esa  fue su perdición.

Y al tercer día un funcionario administrativo pidió documentos de identificación para  ir preparando sendos contratos, aunque al final solo se firmaría uno. “Mientras tomamos una decisión vamos a hacer una verificación documental, es una cosa de rutina. Serían tan amables de permitirme su cédula y su pasaporte. Doctor, necesitamos también su  libreta militar”.

martes, 16 de febrero de 2016

De ciclas y bicis


Hace muchos años un grupo representativo de colombianos utiliza la cicla. Son fáciles de identificar. Mensajeros.  Jardineros.  Campesinos boyacenses con potencial para la  ruta y la pista. Escarabajos y expresidentes que pasaron sus últimos años en Chía.

Actualmente existe un grupo mucho más grande, especialmente visible en Bogotá, que usa un artefacto muy parecido a la cicla. De hecho, para el observador desprevenido es exactamente igual. Pero no hay que confundirse. No es una cicla, es una bici.

Como un aporte al conocimiento sobre transporte, recreación y deporte, este blog ha hecho una concienzuda investigación para establecer  las diferencias entre la cicla y la bici. A continuación algunas conclusiones del estudio.

-  La cicla es un medio de  transporte que sirve para ir de un lugar a otro. La bici es una expresión ideológica que sirve para mostrarle a los demás que su usuario se preocupa por el medio ambiente, cuida su salud y tiene un estilo alternativo.
-  En la cicla andan Pedro, Juan, José y el señor Rodríguez. En la bici se movilizan Pao, Julie, Andy, Gonzo y Eli.
- Los usuarios de la bici tienen colectivos con página en facebook. Los usuarios de la cicla tienen que llegar a trabajar.
- La bici incluye accesorios. La cicla puede estar engallada.
- El técnico asesora al propietario de la bici y le ofrece soluciones. El mecánico arregla la cicla.
- Empresas especializadas con nombres en inglés –o que por lo menos suenan a inglés– personalizan “tu” bici para que cumplan bien su rol como city bike.  Si la cicla es para domicilios, siempre se le puede agregar una parrilla o una canasta comprada en el barrio de las bicicleterías para graduarla de panadera.
- El que se mueve en cicla suda. El que se mueve en bici elimina toxinas.
- Hay una  moda para el uso de la bici. Abarca estilos alternativos (sombrero y pantalones entubados); ejecutivo (saco, corbata y tenis); deportivo (camiseta y bicicletero de marca). Hay una moda para el uso de la cicla: la ropa del día.
- El de la bici saca a pasear su perro sujetándolo de la correa mientras pedalea, poniéndose en riesgo tanto a él mismo como a los demás usuarios de la vía. Otro tanto hace el de la cicla pero con seis canes, porque su trabajo es ese, pasear perros.
- La bici incluye dispositivos ergonómicos que le permiten al usuario llevar su muda de ropa,  sus compras y su bebida energética o agua de  marca. En la cicla se aprovecha cada centímetro para amarrar y cargar cosas.
- Los  niños pequeños acompañan a sus padres en sillas especiales o carritos remolcados durante los paseos dominicales en bici. Todos los días, los padres llevan a sus hijos al colegio sentados en la parrilla, barra o manubrio de la cicla.
- La bici se asegura con una guaya de clave,  la cicla con una cadena y un candado oxidado
- El de la bici acompaña sus trayectos con música  de  los audífonos de su iphone. El de cicla tararea.
- El manubrio de la bici tiene espuma ergonómica, el de la cicla cinta aislante o de  enmascarar.
- En la bici el atuendo incluye gafas oscuras que a veces coinciden con la presencia del Sol.  En la cicla el atuendo incluye gafas de esas que no se pueden quitar, porque al hacerlo, el usuario no ve un pepino.
- La  bici es una opción. La  cicla  es una obligación.

jueves, 11 de febrero de 2016

La paradoja del aparatito



Ninguno había cometido un delito, pero los cuatro estaban condenados. La  adolescente. El profesional recién graduado. El técnico con experiencia y la  señora  jubilada. Todos compartían la celda de la incomodidad. Espacio había, las sillas eran cómodas pero cada uno, por diferentes razones, estaba obligado a esperar en el mismo cuarto, rodeado de los otros tres, todos desconocidos.

La señora jubilada había pasado por la misma situación unas cuantas veces. Recordaba que al visitar a un amigo enfermo, a mediados de los años 80 del siglo pasado, coincidió con dos personas más (que no la conocían a ella y tampoco se conocían entre ellos). Como el encamado estaba bastante grave, no podía atenderlos a todos a la vez. Además, cuando llegaron se hallaba en control médico. Así que los visitantes terminaron todos en la sala de la casa. Tres desconocidos cuyo único elemento común era el enfermo. En esa y en situaciones similares la pregunta siempre era la misma. ¿Cómo hacer para pasar el tiempo? ¿Ignorar a los otros? ¿Dialogar sobre la circunstancia específica? ¿Buscar conversación sobre un tema banal?

El técnico también tenía su anécdota particular, con cierto ingrediente de peligro. Un ascensor bloqueado entre los pisos 10 y 11 de alguna entidad pública. Superada la fase de qué hacemos y habiendo establecido contacto con la brigada de seguridad del edificio los usuarios del elevador solo tenían una opción, esperar. Eran 6, y si bien no hubo claustrofóbicos o histéricos, recordaba con angustia esa historia del año 2000 cuando, evidentemente, ya no había nada de que  hablar.

De lejos, uno de los grandes dilemas de la humanidad. El protocolo para la coexistencia obligada con desconocidos. Qué hacer mientras se espera una solución, una respuesta, un siga, acompañado de personas que posiblemente jamás volveremos a ver, y que se encuentran en el mismo dilema que nosotros. Les hablo, los miro, me quedo callado…

Afortunadamente, el ser humano progresa. Siglos de experiencia y desarrollo tecnológico han aportado soluciones a los grandes  problemas de la humanidad y las convivencias incómodas no son la excepción.  En tiempos de alta tecnología, este dilema ya no existe. Porque primero la adolescente, después el joven profesional, posteriormente el técnico y finalmente la señora jubilada acudieron al aislante del siglo XXI. Cada uno sacó su respectivo smartphone y se puso a manipularlo, con los ojos fijos en la pequeña pantalla

El aparato de comunicación por excelencia; el dispositivo que simplificó el contacto entre los seres humanos; la ventana de acceso al resto del mundo; la posibilidad técnica de intercambiar conocimiento e información con cualquier persona en cualquier parte a cualquier hora incomunicó, cerró la posibilidad de contacto y aisló de su entorno cercano a los cuatro protagonistas de esta  historia.

Así quedó ratificado lo que a diario se ve en reuniones familiares, juntas de negocios, restaurantes y múltiples actividades sociales, donde los asistentes ignoran a sus congéneres cercanos mientras establecen relaciones con el resto del universo

Nada  mejor para incomunicar que los aparatos de comunicación.

martes, 9 de febrero de 2016

Una historia de alta tecnología


Si algo caracteriza a los Rodríguez es su nivel educativo. De los cinco hijos de la familia dos son doctores –médico especialista y PHD– una es candidata a doctorado en Economía y los otros dos han alcanzado grado de magíster en sus especialidades profesionales. La viuda de Rodríguez se enorgullece de los logros de su prole. Se ve bastante seguido con ellos en la casa familiar, adonde llegan en plan de visita hijos, nietos y hasta bisnietos.

Aunque  la edad de la dama en mención se maneja con discreción, digamos que sus contertulios incluyen profesionales de salud para atender los achaques derivados del inexorable paso de los años. Pero la más habitual es Tránsito, veterana auxiliar de labores domésticas quien, de lunes a viernes, se encarga de aseo, cocina y demás.

Ese sábado (con lunes festivo) la visita le correspondía al hijo Phd en Matemáticas Puras y su familia. El corre corre de ese nieto particularmente inquieto hizo que una jarra de jugo se volteara y vaciara su contenido sobre el regazo de la abuela.  Una rápida reacción permitió cambiar prendas, limpiar el piso, y, por sugerencia de la abuela, llevar las prendas a la lavadora para evitar que la mancha se “asentara”.

El Phd abrió el electrodoméstico, introdujo la ropa, movió la perilla…y nada pasó.  Repitió varias veces el proceso... y nada.  Llamó a su esposa –magíster en la misma especialidad con énfasis en Geometría Euclidiana– quien no obtuvo mejores resultados.

Entonces optaron por consultar al experto en tecnología de la familia. El hijo ingeniero de sistemas, con maestría y ese alto cargo en una multinacional. Este llegó en la  tarde y tras reiterar su comentario sobre la necesidad de cambiar ese armatoste –que en honor a la justicia, superaba la década de servicios–  intentó encenderlo… y nada pasó.

Movió el aparato, revisó conexiones, hizo pruebas con el suministro de energía, anotó la información y dictaminó que iba a ser necesario llamar a un experto. A esas alturas ya era noche de sábado y los únicos técnicos disponibles cobraban demasiado. Eso fue lo que comentó la hermana economista –candidata a doctorado–  durante la respectiva consulta telefónica. Ella,  junto con su esposo el catedrático y su hijo mayor  –arquitecto graduado– intentaron también encender la máquina antes, durante y después del tradicional almuerzo dominical donde la abuela.  Y nada pasó.

El lunes festivo la otra hermana, abogada y magistrada de un alto tribunal, consultó sobre la garantía del aparato. Tras revisar una vieja caja llena de recibos encontró que la misma había expirado hace más de un lustro. Vía chat los Rodríguez definieron un plan de acción: buscar un técnico calificado a primera hora del martes.  De acuerdo con el diagnóstico se haría un estudio de mercado para determinar la mejor inversión entre reparar el viejo electrodoméstico o adquirir uno nuevo, agregándole al estudio –sugerencia de la economista– variables como consumo de agua y energía.

Pero esto nunca llegó a concretarse porque ese martes Tránsito, –quien, a propósito, nunca terminó su primaria– , llegó a trabajar, saludó a la señora Rodríguez, fue al lavadero, cargó la máquina, intentó encenderla… y nada pasó. Entonces movió el cable de conexión y pasó algo: la lavadora comenzó a  trabajar. 

jueves, 4 de febrero de 2016

El misterio del hueso en el patio


Como no fumaba pipa, no tenía. Eso le impidió encenderla. Y como lo más parecido un doctor Watson que conocía era al doctor Gualdrón, no le pudo decir a su compañero, “interesante, Watson, muy interesante”.

Pero para Camilo, administrador escogido por la asamblea de propietarios, el hueso era un misterio fascinante. El edificio contaba con un patio interno al cual daban las ventanas de varios apartamentos. Los habitaban personas discretas, puntuales en sus pagos y respetuosos de las normas de la propiedad horizontal. Entre ellos Camilo, quien en vísperas de los 40 llevaba en compañía de su anciana madre una aburridora vida en el 402.

Pero la noche anterior, entre sueños, al vigilante le pareció escuchar algo que caía al piso. Y a la mañana siguiente, un largo muslo de gallina, totalmente desprovisto de carne, apareció en el suelo del patio interior rompiendo el aseo en el área comunal, y, lo más importante, la rutina en la vida del cuasicuarentón administrador.

El ave de corto vuelo pudo hacer su descuartizado viaje desde cualquiera de las 10 ventanas correspondientes a sendos apartamentos. Camilo se ubicó en el centro del patio y empezó a tratar de descartar, por efecto de ángulos, algunas de ellas.

No tardó mucho en hacer un primer descubrimiento trascendental. No sabía geometría, no sabía física y no tenía ni idea sobre como calcular el ángulo de lanzamiento de un muslo de gallina.

Así que optó por eliminar con base en hábitos alimenticios. Natalia, la profesional del 502, solo pedía pizza. Los exóticos del 302 eran vegetarianos. Los estudiantes del 101 apenas comían arroz chino... cuando comían. El doctor Gualdrón llegaba diariamente con enormes pedazos de carne, lo que descartaba al 401. Quedaban tres sospechosos, porque las ventanas del 201 se encontraban atoradas desde hace meses, y el 202 estaba desocupado.

Así que el autor del atentado óseo contra el aseo eran o la familia del 102, o los recién casados del 301 o la joven del 501, esa que al parecer no hacía nada pero recibía, todos los fines de semana, la visita del caballero del auto lujoso, el mismo que pagaba la administración y se llevaba las cuentas de servicios. Emocionado, Camilo anticipó un careo con cada uno de los sindicados.

Pero una voz desde el 402 interrumpió los sueños detectivescos del administrador y lo volvió a la realidad de la diaria rutina.

“Mijo, recójame esa pata de gallina que se cayó anoche”.

martes, 2 de febrero de 2016

Mensajero de una gravidez no anunciada


Todo comenzó con una diligencia que parecía rutinaria. El jefe de personal, Puyana, recibió una llamada de contabilidad, donde le informaron que la prueba de embarazo de Patricia, la nueva recepcionista, había salido positiva. Patty, - una simpática morena de 20 años - ya estaba a punto de cumplir sus dos meses de prueba.

El jefe de personal reflexionó un rato, analizó que el superior inmediato de la empleada le había dado buenas referencias, y consideró un mal menor que ella hubiera omitido información acerca de su estado al ingresar al empleo.

Además la empresa atravesaba por un buen momento, y se podían dar el lujo de ser generosos, así que optó por conservar a Patricia en su puesto, aunque decidió hacerle un pequeño llamado de atención.

Después de almuerzo, llamó a la recepcionista a su oficina: - Señorita González, la llamo para decirle que estamos muy contentos con su trabajo, pero hay una omisión que esperamos no se repita - .

Con un tono que parecía sincero, Patty respondió: - ¿A que se refiere?  Una ligera preocupación alcanzó a pasar por la mente del administrador cuando respondió: - Pues a su estado, señorita".

Y la ligera preocupación pasó a ser pánico incipiente cuando, en un tono absolutamente inocente, Patty preguntó: - ¿Cual estado?

En ese momento, el Puyana comenzó a considerar seriamente la posibilidad uno, o sea que ella no sabía, o sea que él... !Estaba a  punto de decirle a una niña soltera de 20 años que estaba embarazada!

El gerente empezó a pasar saliva y con un último hálito de esperanza repreguntó: ¿Pero está segura de que no sabe de que estoy hablando?.

- No señor.

Quiso haberlo dicho de cien formas diferentes. Obviamente, escogió la peor. - ¿No sabía que estaba, Emba...ra.. za...da? (los puntos suspensivos corresponden a los intentos desesperados de frenarse del jefe cuando descubrió que “iba a metió” la pata).

Ella respondió con una risita nerviosa, mientras un tono blanco que le causaría envidia a la más pura botella de leche subía por sus mejillas... ¿Qué? En ese momento, el gerente sintió deseos de que se abriera un enorme hueco en la tierra y se lo alcanzara. Y para rematar, lo único que se le ocurrió decir fue:   ¿No lo sabía?

Los ojos llenos de miedo que se dirigieron directamente a los suyos hablaron sin necesidad de palabras. Bueno, las palabras vinieron después, entremezcladas con sollozos. Eran algo así como: “buu... decir mi mamá... snif... desgraciado ese... buuu.. .echar de aquí... verdad que no me van a echar de aquí. Verdad, ¡Por favor!" dijo Patty mientras literalmente se subía al escritorio y se colgaba de las solapas de Aristides

Este, abrumado, no sabía que responder, Y justo en ese momento, entró... la gerente. - ¿Que pasa?, preguntó extrañada.

- Está embarazada -,  respondió el jefe, quien tardó menos de medio segundo en caer en cuenta de que debía agregar algo así como "pero no es mío” (aunque no en esos términos, por supuesto)

Demasiado tarde. La gerente estaba desmayada.