En medio de la ancha llanura, el jinete galopa. A su lado
corren los venados, y sobre él vuelan las águilas. Es una sensación de libertad única. El contacto íntimo con la naturaleza, el
sonido del aire a su alrededor… y el lejano rumor. Porque primero es eso, un lejano rumor. Pero
va ganando en intensidad a medida que pasan los segundos. Hasta que aparecen
los elefantes verdes golpeando con sus trompas enormes tambores que cuelgan de
sus cuellos. Pronto alcanzan al caballo, (que, por cierto, es morado y tiene manchas aguamarina) rodeándolo con ese insoportable sonido
de…
…Los bajos de un reguetón. Cortesía del vecino rumbero en la
madrugada. Un remate musical de fiesta que se cuela en el sueño del personaje, hasta que lo despierta.
Sonidos agradables, ruidos molestos o bullas inclasificables
tienen un efecto común sobre nuestro soñador. Cuando alcanzan determinada
intensidad y permanencia lo sacan del gremio de los dormidos. Pero antes se
integran con lo que esté soñando en el momento, generando estrambóticas
combinaciones como las siguientes.
La cita romántica con la más famosa de las actrices está a
punto de pasar a una situación no apta para menores de edad. En el ambiente más
propicio posible, (luz de velas, música suave, cama kingsize)
el soñador y la estrella se despojan de sus ropas y se disponen a lo que
sabemos. Pero antes entran las porristas. Y hacen lo que hacen las porristas: barra.
Gritan consignas, ejecutan coreografías y acrobacias, montan pirámides humanas y pitan, pitan, pitan
hasta que el soñador despierta, bajo el interminable sonsonete del pito del
despertador.
Un monstruo indefinible persigue al protagonista. No lo ve
pero lo siente. Cada vez más cerca. El camino se acaba, limitado por un
precipicio. Aterrorizado, el perseguido se voltea dispuesto a enfrentar a la
bestia. Llaman a la puerta. Porque donde
antes había un precipicio ahora hay una puerta. Monstruo y perseguido se miran
extrañados pero nunca abren. El timbre suena de nuevo, y suena y suena, como
corresponde a ese viejo despertador que arranca al protagonista del mundo de
los sueños.
El soñador está en un restaurante donde disponen de todos
los platos posibles. Uno tras uno aparecen y desaparecen fuentes con los
manjares más exquisitos, mientras cada uno de los comensales devora sin cesar.
Un coco, sin embargo, sobrevive hasta que alguien lo agarra y lo golpea para
abrirlo. Pero la fruta se resiste así que todos los asistentes al ágape se
dedican a golpearlo y golpearlo, generando los mismos sonidos de la persona que golpea insistentemente la puerta del
cuarto del soñador, ya en el mundo real.
En medio de un partido de fútbol que ha llegado al último
minuto el árbitro pita un penal. El estadio, atestado, contiene la respiración
mientras el protagonista va a cobrar. Solo se escucha la voz de Michael
Jackson. Porque Michael Jackson está al
lado del cobrador cantando, acompañado de su grupo de bailarines zombis. Cuando el soñador abre los ojos sabe que, por
enésima vez, su siesta dominical ha sido interrumpida por la afición de sus
hijos al video de Thriller.
La persona entra a ese cuarto lleno de espejos. Cada vez hay más espejos, pero ninguno lo refleja.
No hay angustia, pero sí curiosidad. Y en la búsqueda incesante de su propia
imagen una voz comienza a llamarlo. De alguna forma él sabe que es su propia
imagen la que lo llama. Y corre, corre,
corre por los pasillos mientras la voz suena cada vez más cerca, la voz que
dice “mijo… despierte que va a llegar tardeee”.