Adiós hermano paraguas. Al fin nos
has dejado para siempre. Ya no permanecerás olvidado en casa durante los días
de lluvia, ni nos acompañarás, con el maletín, el abrigo, el impermeable, las
hojas sueltas y las muestras gratis en las largas caminatas bajo el sol
inclemente.
Se acabaron esas búsquedas en buses,
oficinas, salas de cine, museos, restaurantes y cafeterías donde en más de una
ocasión quisiste iniciar vida independiente, y me abandonaste de momento, pero
siempre esperaste paciente que te recogiera de nuevo.
Terminaron esas maravillosas
sesiones de lucha libre en plena calle, cuando yo deseaba abrirte y tu te
oponías de manera contumaz v agresiva, aunque, no lo puedo negar, recursiva.
Entonces torcías tus alambres,
enredabas tu mecanismo o te abrías improvisando formas nuevas con trozos de
tela colgante, los cuales, aunque innegablemente creativos, eran absolutamente
inútiles para protegerse de la lluvia.
Porque, ¿recuerdas? eso siempre lo
hacías cuando había lluvia de por medio. Y también es mérito elogiar tu
personalidad, pues pese a la gran cantidad de insultos e imprecaciones (algunos
de ellos no publicables) que lanzaba en tu contra, no te amilanabas, seguías
enredado tercamente hasta que la lluvia amainaba.
Entonces
era cuando, con una increíble docilidad reasumías tu posición oficial..
Claro que tus habilidades para el
combate no se limitaban al anterior aspecto. También, cuando eras utilizado por
la pequeña Yineth, te convertías en el terror de ojos ajenos. Era entonces
cuando tus salientes atacaban sin compasión las caras de desprevenidos
transeúntes.
Pero ya llegó tu hora final. La tela
ya no da para más remiendos, los alambres, viejos y oxidados, no resisten un
refuerzo más. El mango está descascarado hasta tal punto que ya la abuela no
puede usarlo para amenazar a los nietos que se portan mal.
Así que serás reemplazado por un
joven de esos made in Taiwan. Y descansarás en paz en la caneca de la basura.
Hermano paraguas, solo resta desearte que asumas la cobertura de la eternidad.