martes, 19 de septiembre de 2017

87 infracciones por 15 kilómetros. Todos somos responsables

No fue mucho tiempo. Más o menos 90 minutos.

La distancia tampoco era demasiado larga, un poco más de 15 kilómetros.

Pero les alcanzó.

El observador, que también era protagonista, contó 87.

87 infracciones a normas de tránsito.

De entrada se destaca lo igualitario del asunto.

Equidad de género en su máxima expresión.

Hombres y mujeres por igual ignorando las leyes vigentes.

En edad, predominio de la juventud.

Aunque como el universo también era de juventud predominante, no fue realmente una tendencia diferencial.

Tampoco es tan complicado como suena.

Eso sí, todos tenían un elemento en común.

Eran ciclistas o como se les dice ahora, biciusuarios.

En ejercicio, es decir pedaleando hacia sus respectivos destinos.

Por lo temprano de la hora (de 7 a.m a 8.30 a.m.) se presuponen destinos laborales o académicos.

Y… cuáles fueron las infracciones.

Básicamente tres.

Muchos no tenían casco.

Aunque, hay que ser justos, una parte de los infractores sí lo tenía.

Pero no estaba en la cabeza.

Estaba colgado del manubrio, sobre la parrilla, pegado al morral, colgado debajo de la barra.

Supongo que eso es lo que llaman tendencia.

La otra es una total ignorancia del concepto de semáforo.

Para muchos, este artefacto es una especie de árbol de Navidad encargado de mantener el espíritu de las fiestas vivos durante todo el año mediante un juego de luces.

Porque independientemente del color de turno, no paraban.

Hablar de irrespetar sería generoso. No se volaban el semáforo. Lo ignoraban.

Ignorancia que en algunos casos incluía cruces suicidas. Y el más suicida de todos, equidad de género. Sí, fue una mujer que evadió por centímetros al carro que casi la atropella.

La otra infracción reiterativa a lo largo del recorrido fue invadir las zonas que no son para ciclistas.

Porque esta historia transcurrió en un trayecto que, en su totalidad, tiene ciclorruta demarcada y delimitada.

En un andén donde está claramente señalado el espacio de los peatones, que más de una vez fue visitado por los ciclistas.

Con una calzada para carros, que más de una vez fue visitado por los ciclistas.

Con un carril de ida y otro de vuelta cuya orientación parecía carecer de importancia para algunos, que constantemente cambiaban al carril que iba en sentido contrario.

Si estaba ocupado o no, eso carecía de importancia.

Y esas no las conté entre las 87 infracciones.

No son 87 infractores, unos cuantos repitieron.

Y esta historia, que es real, pasó en los mismo días en que biciusuarios indignados clamaban por seguridad y protección contra robos y accidentes.

Y quien la narra es un ciclista que de puro desocupado decidió contar las infracciones que veía de parte de sus colegas.

Porque aquí no hay buenos y malos.

Todos somos responsables.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Para eso es el jefe

A Parra no es que le haya ido tan mal. Sin embargo el hombre, en justicia, tiene méritos para subir más en la pirámide empresarial. Pero ha sido de malas. Siempre que se ha abierto una plaza adecuada a su conocimiento, capacitación y competencias, alguien se le ha atravesado.

El catálogo de personajes que se le colaron a Parrita –apelativo cariñoso– incluye tanto jóvenes bien preparados, como caballeros (y damas) que compensaban su escasez de conocimiento y experiencia con lazos de sangre o amistades claves.

O personajes equivalentes en edad, dignidad y gobierno que tenían eso. “Eso” era experticia en el tema requerido, es decir que sabían un poco más que Parra, lo que lo puso a él, siempre, en un tan honroso como inútil segundo lugar.

Y a medida que pasaron los años tuvo que conformarse con la S de subalterno, compensada por la E de estabilidad. Es que ni siquiera una palomita. Su vida laboral fue testigo de múltiples relevos con eficiencia inusitada y los cargos donde pudo clasificar como encargado siempre tuvieron titulares con salud de hierro, cero emergencias domésticas o reemplazos predeterminados.

Así que cuando llegó la hora se sumaron todos los elementos. El jefe de área llamado de urgencia a una reunión en el corporativo central –otra ciudad–. Un tema prioritario en la agenda que era del resorte directo de Parra.Y la supervisora que suplía las ausencias temporales del líder atendiendo el nacimiento de su primer hijo.

Pese a que la cosa fue más bien informal, el hecho cierto fue que el hombre quedó planillado como jefe de área encargado durante tres días. Situación casi rutinaria para algunos, pero trascendental para él. Esa noche casi no duerme pensando en esa breve bocanada de poder con la que al fin habría algún reconocimiento a una vida de trabajo serio y profesional.

Se lo tomó en serio. Se puso su mejor pinta, llegó temprano a la oficina y tomó posesión…de su cubículo de siempre, porque la brevedad del encargo no daba para reubicación. Ahora, lo de temprano es en serio. Minutos (130, para ser exactos) antes que cualquier otra persona.

La soledad se vio interrumpida por una llamada desde la recepción. El vigilante, porque ni siquiera la recepcionista había llegado, le informó que necesitaban con urgencia… ¡Al encargado del área! 

Mejor ocasión para ejercer su esporádico poder no había. Ordenó (sí, podía hacerlo) que le dieran acceso a la persona, sin importar que estuviera fuera del horario de atención al público. Y esperó pacientemente en su escritorio intrigado sobre cual de sus nuevas responsabilidades estaba a punto de estrenar.

Fue un poco desilusionante ver que el visitante no era un ejecutivo, un profesional o un experto. Pero fue más desilusionante la primera acción de Parra en su calidad de jefe de área encargado, que comenzó cuando el visitante llegó hasta su cubículo.

- ¿Cuál es la oficina del jefe?

- Yo soy el jefe, en que le puedo ayudar.

- ¿Pero esta es la oficina del jefe?

- No la oficina del jefe es esa.

- ¿Pero usted es el jefe encargado?

- Sí señor, que desea.

- Que me autorice entrar a la oficina porque al jefe se le quedó el cepillo de dientes.

martes, 12 de septiembre de 2017

El insulto perfecto

Es un hecho. Esa era la palabra. Esa es "la" palabra.

Se trata del sonido. Suena exactamente a “eso”.

Quien la escucha siente claramente la intención ofensiva de parte de la persona que la pronuncia, así el asunto no sea con él (el oyente).

Alguien, en alguna parte, tiene el mérito y los derechos de autor.

La idea tal vez no es original. Utilizar el nombre de una enfermedad para insultar.

Hay variantes clásicas. “ese tipo es un cáncer", por ejemplo.

Pero seamos honestos, cáncer es una ofensa elitista. Y hasta filosófica. Demanda una breve reflexión antes de sentirse injuriado.

Otras dolencias, más allá de su gravedad, definitivamente no tienen la sonoridad para clasificar como insulto.

O que tal interpelar a alguien con “usted es mucha hepatitis”.

O “usted es mucha fractura”.

O “grandísimo diabetes no se meta conmigo”.

Tampoco funciona en automático con las ETS (enfermedades de transmisión sexual).

“Venga y me lo dice en la cara, sífilis”… no convence.

Incluso la más temible de todas requiere contexto. Si a alguien le gritan ¡Sida! ¿Se sentirá injuriado? Talvez si le dicen “Acaba más que un sida”, o “es más dañino que el sida”.

Y ni hablar de la denominación científica y políticamente correcta de VIH. Imaginemos esto “¡No sea tan VIH!”.

En cambio, el nombre de esa enfermedad en particular es perfecto para efectos ofensivos.

Es más, combina con otros términos tradicionalmente utilizados con ese fin, incluyendo aquel aclamado universalmente como “la grande”.

Nos referimos, como no, a aquella cuya sigla corresponde en el mundo de la física a la potencia medida en caballos de fuerza.

Al unirla con la palabra que nos convoca, el resultado es casi musical. Tal vez musical al estilo de un rock pesado y discordante, pero musical, al fin y al cabo. 

No tengo idea de qué se necesita para ser Académico de la Lengua. Pero si es por aportes al lenguaje, postulo al que tuvo la idea.

O mejor, al que lo hizo por primera vez, porque existe una razonable posibilidad de que no haya sido un proceso, sino el resultado de un momento de efervescencia y calor.

Especulo que en un ambiente agresivo, movido por la rabia del momento, nuestro académico por méritos simplemente lo hizo.

Convirtió en insulto la que hasta ese día era solo una enfermedad contagiosa de origen bacteriano, que se transmite por vía sexual y se caracteriza por un flujo purulento de la vagina o de la uretra.

El insulto perfecto, sonoro, ofensivo, poderoso.

Esa era la palabra. Esa es la palabra.

O quien no se va a sentir injuriado cuando le dicen “gonorrea”.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Sentarse: know how, experticia y competencia

(Basada en hechos reales)
…en serio 

Y cansado de tener que pelear cada dos meses con tesorería para que giraran el cheque del acueducto, el director de mantenimiento y servicios generales agendó una cita con el gerente. Con su habitual meticulosidad le presentó cinco propuestas diferentes para optimizar el consumo de agua en la fábrica, cada una debidamente sustentada en cifras que mostraban la recuperación de la inversión en el mediano plazo.

El gerente puso esa cara por todos conocida donde decía que esa inversión tenía más pinta de gasto. El director ya venía preparado y le vendió la idea de la prueba piloto en los baños que utilizaba el personal. De todas formas ya Secretaría de Salud les había puesto plazo para hacer ajustes en estas y otras áreas comunes, así que se despachaban tres, perdón, dos problemas en un solo viaje.

El tres fue una traición del subconsciente porque el director tenía intereses más allá de lo laboral con la recién enganchada profesional de sostenibilidad. De manera que no solo era vender un ahorro económico sino un compromiso con el planeta y, de pasada, la imagen de alguien que se preocupaba por el entorno para quien, léase profesional de sostenibilidad, estuviera interesada en comprarla.

Así que toda la grifería se cambió por su versión ahorradora y los sanitarios innovaron el tradicional sistema con uno basado en sensores, que de acuerdo con la presencia o ausencia del usuario activaba la descarga controlada de agua.

Eso decía la teoría.

Primero fueron los encargados de asear los baños, quienes evidenciaron que no siempre las descargas se realizaban de forma automática. Vino el personal de la empresa instaladora, e hizo los ajustes pertinentes. Y no hubo más reclamos hasta cuando el propio director, en misión no oficial, hizo uso de las instalaciones para descubrir que las descargas en automático funcionaban, pero mucho.

Es decir, que durante el proceso el más mínimo movimiento de parte del usuario activaba el sistema. Una encuesta entre caballeros confirmó que no era el único caso, Y aunque la parte profiláctica del asunto estaba por fuera de cualquier discusión, la mente del director anticipó un apocalíptico aumento en el consumo del agua, un gerente doblemente molesto por el doble gasto y la necesidad de tomar y justificar medidas poco sostenibles ante la profesional de sostenibilidad.

Nuevamente llamaron al personal de la empresa instaladora. Y este, -con todas las ropas en su sitio, se aclara- replicó el proceso de sentarse y levantarse. Con precisión de relojero, cada uno de los sanitarios respondió con una sola descarga de agua en el momento indicado.

Era la sentada del técnico contra la palabra de los usuarios permanentes. Y entonces fue cuando este planteó la solución. Solución que, ni en ese momento, ni ahora, ni después nadie ha sido capaz de aplicar, porque elevó a categoría de conocimiento especializado lo que hasta ese día era una simple flexión de rodillas y acomodar la parte anatómica correspondiente

“Mire doctor, lo que pasa es que aquí la gente no sabe sentarse”.

martes, 5 de septiembre de 2017

Llega el Papa. ¿Dónde me escondo?

Se avecinan tiempos en los que cada guasap, cada chat, cada trino, cada entrada, cada programa, cada titular, cada comentario, cada voz radial, cada imagen televisiva, cada texto estará centrado, condimentado, o por lo menos relacionado con Francisco, el que vive en Roma.

Y más allá del credo religioso, la orientación política, la opción sexual, el color de la piel, el equipo de fútbol, los gustos musicales, las preferencias alimenticias, las tendencias a la hora de escoger zapatos y la ideología en materia de medios de transporte, de esta no se salva nadie.

No importa si es tímido o extrovertido, optimista o amargado, sociable o aislado, taciturno o expresivo, responsable o desordenado, piados o impío, religioso o librepensador, elegante o deportivo, reservado o espontáneo, culto o ignorante. Si vive en cualquiera de las cuatro ciudades está a punto de ser tocado por la visita del argentino que viene del Vaticano.

No se trata de ninguna vinculación mística. Se trata de las vías cerradas, los horarios trastocados, los servicios que no se van a prestar, las actividades aplazadas y suspendidas porque Habemus Papa, pero acá.

Ahora que el aterrizaje pontificio está pídiendo pista, son muchos lo que se preguntan: “Y yo, que no tengo nada personal contra Francisco, el que viene en Roma, pero que sencillamente me es indiferente… ¿Dónde me escondo?”

La buena noticia es que el lugar existe. Es el mismo sitio que acoge a los renuentes del fútbol cada vez que juega la selección. Es esa locación donde se refugian –aunque ya no tanto– quienes no le ven trascendencia al reinado de Cartagena y su parafernalia novembrina. Es el santuario de los que no ven Geim of Trouns (GOT para los conocedores), no tienen favoritos en el reality de moda y los que se han perdido todo lo que no se pueden perder. 

La mala noticia es que nadie sabe exactamente donde queda. Y como no hay forma de apartarse de la manada, la opción es hacerle frente. En cuyo caso, el destino inexorable es perder. Y por muenda. Por lo que vuelve la pregunta inicial.

¿Y yo, que no estoy en modo Papa ni me interesa estarlo, qué hago? Lo máximo en lo que se le puede colaborar es con un par de indicaciones sobre aquello que no funciona: Uno, llamarse Francisco. Desde el más íntimo de los amigos hasta el más reciente de los conocidos se siente en la obligación de hacer comentarios pontificios al respecto. Arrancan con un inocente “Ah, como el Papa”; pasan por un creativo (?) “Ahora que viene Francisco el bueno” o por lo menos se sienten obligados a hacer la inevitable aclaración, “pero usted no es el Papa”.

Dos: intentar esconderse o aislarse. Si usted es un ermitaño con caverna en medio de las montañas y dieta de raíces e insectos; o un multimillonario con isla propia en medio del Pacífico esta es la opción ideal. Pero como usted y yo somos asalariados que pagamos arriendo, almorzamos corrientazo y usamos transporte público, adivine.

Sí, estamos emPAPAdos.