jueves, 22 de marzo de 2018

El día del hombre y el hueso

Se supone que estamos en el mes de la mujer. Falso. Realmente estamos en el mes del hombre. Por dos razones. Porque por lo menos en Colombia se inventaron un Día del Hombre, infiltrado cual mosco en leche en el calendario femenino, y porque el Día de la Mujer, realmente, es el día de los hombres… de los hombres enhuesados.

Ya alguna vez comenté en este mismo escenario las ventajas de ser hombre en el Día de la Mujer. Le llegó el turno a las desventajas con buenas intenciones. Porque ese día –y me la juego sobre todo en los ámbitos laborales.- a los hombres se les ocurren ideas para homenajear a sus colegas.

Esa es la buena noticia. La mala es que parece haber consenso entre el personal masculino. La idea debe ser fácil de plantear, difícil de transportar. En lo posible, muy difícil. Es condición ineludible que quienes tengan la responsabilidad de llevarla desde la fuente al homenaje queden incuestionablemente enhuesados.

Una imagen vale más que mil palabras. La mañana del 8 de marzo se reconoce porque las calles se llenan de sujetos heroicos movilizando, por ejemplo, 15 arreglos florales de esos que se dañan si uno los mira feo. O bonito. O si no los mira. De esos que toca mover con precisión quirúrgica de la floristería a la usuaria. Entonces, si hay carro, irá a 20 por hora, y si no hay, será una procesión de sujetos con sendos ramos en cada mano.

O uno solo –el tipo que no tenía plata para la cuota y pago en especie con transporte– con 40 crisantemos de tallo largo bajo el brazo. O trasladando en cámara lenta 20 ensaladas de fruta rematadas por una compleja figura de crema en una caja que parece bandeja o una bandeja que parece caja. Y que también parece, porque está, a punto de irse al suelo para convertir el detalle nutritivo en mazacote. Todo amenizado siempre por los efectos de sonidos de las llamadas y mensajes que vienen de la oficina con diferentes variantes del ¡dónde está que ya vamos a empezar!,

Ese día se evidencia la abundante presencia femenina en el mundo laboral. Lo cual es muy bueno desde muchos puntos de vista, pero no para el tipo que tiene que llevar los 18 capuchinos con capa de corazón en un solo viaje. Y ni hablar de lo que opina el encargado de los helados de tres bolas y capa de chantilly.

No siempre los detalles se comen o se olfatean (léase flores, por favor).  También los hay artesanales. Una bonita porcelana, una figura en madera, una muñequita en porcelanicrom. Lo importante es que ante el más mínimo golpe se rompa, raspe, despinte, raje, maree o todas las anteriores,  y que no haya carro sino dos voluntarios,  intrigados sobre porque carajos esos mamarrachos pesan tanto,  mientras recorren una inacabable ruta del proveedor a la oficina. La misma que apenas les tomó 15 minutos en el viaje de ida.

El carro, cuando existe,  tiene otras prioridades. Acomodar los 15 del mariachi en 4 viajes porque no alcanzó la vaca para pagar micro.  Ir a último momento a comprar regalo para las señoras del aseo que no se tuvieron en cuenta al hacer la lista. Comprar el menú alterno para las compañeras veganas, la señora diabética y la recién llegada que resultó judía ortodoxa y solo come kosher. Buscar los cubiertos y las servilletas que no llegaron en el domicilio o llevar de vuelta a los mariachis, (otros 4 viajes más el adicional por los sombreros olvidados).

Como esta amilcarada ya va para largo no profundizamos en el desastre logístico de los caballeros fungiendo como amos de casa,  de como las señoras del aseo finalmente se convierten en equipo de rescate, del despelote final en la sala de juntas y de los dos tipos de hombres, los que no tienen ni idea de repartir, servir, asear y organizar; y los que sí saben pero también saben como escabullirse a la hora del oficio.

Esos son los que huyen a tiempo. Los otros se quedan, ejerciendo en el estado natural del hombre  en el Día de la Mujer.

Enhuesados.

viernes, 23 de febrero de 2018

La ventana

Se trataba de una operación sencilla que implicaba algo de caballerosidad, y, quien quita, la posibilidad de iniciar una relación. En el mundo ideal funciona así. El escenario es un bus. Es de noche, hay viento, llueve. Una joven de aspecto agradable intenta cerrar la ventana. Pero no puede.

Entonces el hombre, el caballero, el oportuno, interviene. Pide permiso en tono de locutor, y con un movimiento tan fuerte como firme cierra la ventana. Y es cierto, una ventana se cerró, pero, tal vez, se abrió una puerta. Ella agradecerá y el tono, la mirada, las palabras utilizadas serán la entrada a… quien sabe.

Así que nuestro héroe –se llama Guillermo  y se autodenomina Conquistador- puso cara de ventanero, se levantó de su silla, en tono cortés y levemente coqueto preguntó ¿te puedo colaborar?

Y sin esperar repuesta extendió el brazo hacia la ventana para cerrarla.

Y no se movió.

La ventana no se movió.

Segundo intentó.

Tampoco.

Situación. Hay una ventana abierta, una joven de aspecto agradable tiene los ojos fijos en el cerrador y este tiene que acudir al plan B. A dos manos y jalar la ventana.

Que así, en cambio, tampoco cerró.

Ya el asunto trascendió la conquista y pasó a la dignidad. Guillermo aplica principios elementales de física y determina que si jalando no se pudo, tal vez empujando sí. De manera que cambia de lado, ubica las manos en posición de masaje cardiáco y empuja.

Suavemente, más fuerte, ¡con todo!

La ventana no se mueve.

El que sí se mueve es el bus, lo que pone a Guillermo a hacer maromas para combinar el equilibrio que requiere mantenerse de pie en un vehículo que rueda y frena por las  calles, mientras libra una feroz batalla contra las más terca de las ventanas.

Esa que está atorada, atascada, pegada y otro montón de cosas terminadas en ada,  menos una.

Porque no hubo forma de que quedará cerrada.

La dama que origino todó ya se siente tan incómoda, que mira al tipo con cara de deje así, y en tono de deje así le dice “tranquilo, deje así”.

Aunque la gestión no fue del todo fallida.

El resto del bus se divirtió y tendrá tremenda historia para contar cuando lleguen a casa.


La del tipo que no pudo cerrar esa ventana.