miércoles, 28 de junio de 2023
Conéctese al silencio, por favor
miércoles, 21 de junio de 2023
¿Y usted qué hace? Yo hago caso
Pero esta amilcarada no es de líderes, sino de empleados. De esos que están en desacuerdo, que tienen razones fundamentadas y técnicas para opinar diferente, que disponen de experiencia y conocimiento para plantear alternativas. Nótese que dijimos empleados, no ex empleados. Es decir que tienen todo lo anterior, pero no lo usan.
Llegamos entonces a Tranquilino. No se llama así, pero se ha ganado el apelativo por su comportamiento. Y es que nadie, en la entidad donde trabaja, jamás, le ha visto el más mínimo indicador de insatisfacción. Por pertenecer al sector público, sus jefes cambian a menudo, lo que significa modificaciones de estilos, objetivos, temperamentos y, demasiadas veces, giros radicales en las rutinas. Y como la nómina está formada por seres humanos, tanto sobresalto termina por generar alguna inconformidad que se refleja en comentarios críticos (cuando el jefe no está) o en apasionadas discusiones en los escenarios de planeación.
Pero Tranquilino sigue imperturbable con su cara de palo, su permanente disposición a atender cualquier instrucción y su vejiga hiperactiva.
El último rasgo, si bien nunca ha estado respaldado por un diagnóstico oficial, es evidente. En toda reunión el hombre siempre se ausenta una o más veces camino al fondo a mano derecha. Y, normalmente, después de alguna reunión privada con el jefe de turno también se dirige a la habitación destinada a estos fines.
Con la pandemia vino el teletrabajo y las reuniones virtuales, condición que sigue vigente en la actualidad, algunos días de la semana. Cuando las cámaras se encienden, Tranquilino aparece con su conciliador aspecto de siempre. Aunque hay que decir que la mayor parte del tiempo no hay imagen, solo micrófonos apagados mientras el jefe habla.
Cuando eso pasa, normalmente Tranquilino está solo en casa. Su esposa e hijos han optado por usar esos horarios para pasear el perro, hacer compras, saludar a los vecinos o realizar cualquier actividad que los aleje de la zona de batalla. ¿Cuál batalla? La que Tranquilino libra contra las instrucciones que él considera absurdas, las órdenes que le parecen arbitrarias, las decisiones de los líderes que califica como estúpidas y hasta peligrosas y la ineptitud (según él) de aquellos que el destino puso en puestos de dirección.
El campo de batalla es su puesto de trabajo en casa con micrófono y cámara apagados. Allí es donde el funcionario grita, maldice, patalea, arroja cosas al piso, suelta palabrotas, describe con adjetivos poco amables las condiciones intelectuales del jefe de turno, se agarra la cabeza y en cierta ocasión hasta llegó a patear una caneca. Eso sí, solo bastan las instrucciones mágicas para que ocurra la transmutación milagrosa y Tranquilino vuelva a su imagen oficial. Encender cámara o abrir micrófono.
Por eso -no por cuestiones de productividad, comodidad o movilidad – es que Tranquilino es férreo defensor del trabajo en casa. Es que ya no tiene que encerrarse en el baño de la oficina -específicamente, en la cabina de algún sanitario- a manotear en silencio para poder ejercer su mejor competencia laboral: hacer caso.
miércoles, 14 de junio de 2023
Sabiduría en pausa
El problema es que, de momento (y el momento ya se cuenta en años) nadie parece interesado.
Y no es por falta de oportunidades. Se entiende mejor con ejemplos. Cuando la hija del primo cercano tuvo la crisis del vestido de los 15 –ella quería un diseño moderno, sus padres el clásico– Salgado simplemente esperó la llamada. Él estaba listo para ejercer en plan conciliador, justo en ese punto medio entre la tradición y la vanguardia.
La fiesta de 15 fue el año pasado y no lo han llamado todavía.
Tipo práctico y con mucho tiempo libre, el hombre entendió la necesidad de evidenciar más su disposición orientadora. Al conocer las intenciones de adquirir vivienda de otro pariente, se le ocurrió que una visita oportuna le permitiría compartir su experiencia en el mercado inmobiliario. La visita fue oportuna, pero por otra razón. Llegó justo cuando tocaba sacar al perro y todos estaban ocupados. ¿Resultado? Salgado tiene otra experiencia para compartir: recomendaciones prácticas para impedir que un gran danés arrastre por el piso a un paseador improvisado.
Los familiares compraron su casa sin conocer la altamente informada opinión de Salgado, a quien, por cierto, también descartaron por incompetente a la hora de solicitar servicios de paseador de perros.
Este y otros fracasos indujeron al desperdiciado consejero a incrementar la agresividad de sus técnicas. Enterado de un problema que involucra movilidad, menciona –en voz alta– su experiencia en desplazamientos y medios de transporte; recomienda, cuando puede, restaurantes, espectáculos y centros recreativos; introduce –a las patadas– anécdotas en la conversación relativas a los problemas de las nuevas generaciones, cuando las nuevas generaciones, justo en ese momento, hablan con él.
La nueva estrategia generó un interesante proceso de aprendizaje. El potencial consejero ha aprendido varias cosas: cualquier sistema de GPS es considerado mejor –mejor que Salgado– guía para efectos de ir de un lugar a otro; los lugares recomendados por él se dividen en dos: a los que todo el mundo ya fue, y a los que nadie está interesado en ir; y las nuevas generaciones son muy buenas ignorando anécdotas de viejas generaciones.
Curiosamente, la oportunidad llegó del punto más inesperado. La sobrina de la familia perfecta, sin ningún problema económico, con envidiable éxito profesional y un equilibrio impecable entre vida personal y laboral se le acercó un día. En tono confidencial vino la pregunta que llevaba años esperando: “¿Tío, será que le puedo consultar una cosa?”
Haciendo esfuerzos heroicos por parecer indiferente pero receptivo, Salgado alistó todo su arsenal de sabiduría al responder. “¡Claro que sí, cuénteme!”
“Hay una tía de mi marido que es pensionada como usted. La queremos mucho pero…”
Y antes de que Salgado disparara el primer consejo, vino la ráfaga de realidad.
“…creemos que le falta distraerse. Será que usted la puede llevar a algún lado. Yo pago”.
miércoles, 7 de junio de 2023
El Pote tiene su "like"
Ex Potecito optó por la ingeniería mecánica, lo que al paso de los años lo convirtió en autoridad mundial en ciertas máquinas que no vienen al caso, pero cuya instalación, revisión y mantenimiento le han permitido recorrer casi todo el planeta. También le han servido para acumular fotos de viajes, primero con rollos y revelados, después con cámara electrónica y últimamente con su teléfono.
Él, por supuesto, se mueve en redes sociales con su amplio grupo de contactos profesionales, además de interactuar con los sitios web especializados. La web es, básicamente, herramienta de trabajo. Hasta que alguien le sugirió. “Oiga, usted con todas esas fotos que tiene del mundo podría ser un influencer”.
Riveros picó el anzuelo y procedió en consecuencia. Cuentas en las redes claves para estos asuntos, una cuidadosa selección de las mejores fotos para empezar, la mentira de “a mí no me importa cuanto seguidores tenga” y finalmente, el verbo publicar, debidamente aplaudido por familiares y amigos.
Familiares y amigos que, poco a poco, fueron cediendo en su entusiasmo, lo que se reflejó en una crónica escasez de likes, me gustas, corazoncitos, caritas felices y demás indicadores de que alguien (quien sea, por favor) estaba interesado en las habilidades fotográficas del Pote.
Por eso cuando la revisión rutinaria tras alguna publicación mostró un corazoncito el departamento de buenas noticias se alborotó. Más cuando, por primera vez, la expresión de aprobación venía de un desconocido. O mejor, de una desconocida.
Fingiendo que no le daba mayor importancia, el aspirante a influencer hizo lo que cualquiera hace en redes cuando alguien le parece interesante. Entró a la cuenta de su admiradora, donde descubrió (él lo interpretó así) que era una joven pobre quien coincidía con el ingeniero en el poco tiempo que llevaban en las redes.
Lo de joven era evidente por las fotos. Lo de pobre por la notoria necesidad de ahorro que se notaba en sus prendas de vestir. O para ser más claros, en la escasa cantidad de tela que conformaba el guardarropa de la dama. Riveros concluyó que ella misma se hacía la ropa con retazos, explicación perfectamente lógica al hecho de que las prendas taparan la menor cantidad de cuerpo posible.
El Pote también atribuyó a los problemas económicos la timidez de su admiradora, cuyo rostro jamás se veía claramente (en contraste con otras partes del cuerpo), y la escasez de información personal relevante en su perfil público. Eso sí, reconoció sus habilidades como gimnasta por algunas acrobáticas posiciones del segmento de su perfil que era visible. Porque para ver algunas imágenes y videos era necesario seguirla, incluirla en la lista de amigos o aplicar cualquiera de los mecanismos por medio de las cuales las relaciones en redes sociales pasan al siguiente nivel, incluidos aquellos que generan algún tipo de desembolso monetario.
A propósito de su admiradora a Riveros le pareció recordar alguna lectura sobre usuarios falsos, estrategias para sumar seguidores dando likes al azar, anzuelos para cazar incautos en red e incluso perfiles detrás de los cuales no hay un ser humano sino una inteligencia artificial, cuyo objetivo final no es muy católico que digamos.
Eso, claro, le pasa a otros, no a él. El Pote ya tiene admiradora.