miércoles, 27 de septiembre de 2023

Enemigos inanimados



La escena ocurre un domingo de ciclovía. Mujer y niño andan en sus respectivas bicicletas, cada una acorde al tamaño del usuario. Se presume que son madre e hijo. El niño intenta un giro, cae al piso y reacciona. Se levanta furioso y empieza a insultar y golpear la bicicleta. Casi todos los testigos ocasionales del hecho sonríen mientras la dama, en tono maternal, le dice algo así como “la bicicleta no tiene la culpa”.

El “casi” es un caballero, veterano él, al que llamaremos RMJ para proteger su identidad. También intenta sonreír pero el departamento de vergüenza propia lo detiene. Y es que RMJ carece de enemigos o conflictos con representantes la especie humana. Pero cuando se trata de objetos, eso es otra cosa.

Para no ir muy lejos, tiene entre su anecdotario una escena muy similar a la del niño con tres diferencias. La primera, que la caída no fue por un giro sino por un inesperado daño mecánico; la segunda, que los insultos fueron en un tono mucho más adulto (máquina #$%&/(/&%$#); y la tercera, que el hecho ocurrió mucho tiempo después de que RMJ abandonara su condición de niño (este año, para ser precisos).

A cualquiera le pasa. Pero no tan seguido. Y no con tan variada gama de artefactos diseñados para facilitar la vida del ser humano. Como las impresoras. Aparatos creados para poner en el papel el trabajo realizado en los computadores. En teoría. Porque en la práctica son unas máquinas #$%&/(/&%$# que se traban, se tragan el papel, se quedan sin tinta en el momento más inoportuno, no se conectan con el computador y un montón de etcéteras. Etcéteras que se han traducido en épicas batallas verbales de RMJ contra el artefacto de turno. Uno de las cuales, por cierto, transcurrió de madrugada en un apartaestudio y se prolongó tanto que el vecino debió intervenir amenazando con llamar a la autoridad competente.

Y es que cuando RMJ se emociona, desaparece cualquier noción de respeto por su entorno. Por su entorno físico, como lo atestigua el agujero de esa puerta de madera. Se encuentra en una vieja casa que alguna vez fue aquella empresa donde el sujeto comenzó su vida laboral. Eran tiempos de primeros computadores, con tecnologías incipientes que a veces se trababan, por lo que los ingenieros de turno recomendaban: guarden lo que vayan haciendo, guarden, guarden, guarden.

RMJ no guardaba, no guardaba, no guardaba y un día, justo al poner el punto final de un extenso y complejo trabajo la máquina de turno sencillamente se bloqueó. Además del acostumbrado tratamiento de máquina #$%&/(/&%$#, en algún momento la furia contra la tecnología fue tal que se desahogó con una patada en la puerta de madera. Sí, la del hueco. De allí el misterioso origen del mismo que, hasta hoy, había permanecido en secreto

Por cierto, el tema fue confidencial porque RMJ estaba solitario ese día. Porque cuando hay otras personas… da igual. Sus ocasionales compañeros laborales pronto se resignan al derroche de adjetivos contra sillas graduables que no se dejan graduar, cosedoras trabadas, cajones con problemas de cierre o apertura, ascensores que no llegan, programas de computador que no hacen aquello que se supone deben hacer y demás máquinas #$%&/(/&%$#, contra las que el tipo desahoga verbalmente sus fracasos.

Para desgracia del jefe de turno, RMJ es bueno en lo que hace. En el balance costo beneficio, aguantarse las pataletas es mejor negocio que prescindir de sus servicios. Así que como los llamados de atención simplemente aplazan la reacción ante la siguiente máquina #$%&/(/&%$#, cuando existen oficinas lejanas, aisladas y en lo posible insonorizadas, el hombre termina reubicado. 

No se acaban los insultos, pero por lo menos suenan más pasito. 

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Ficha tocada, ficha movida


Esta amilcarada en particular se encargará de indagar en línea sobre la pertinencia de algunas expresiones populares y su proyección universal… Si todavía me queda algún lector después de ese ladrillo que acabo de escribir, toca decir la verdad. Tenía un tema que parecía buenísimo pero, como la realidad opina distinto, me tocó armar el sancocho que va a continuación y —pésima idea— dármelas de serio.

Iba a empezar con una norma del ajedrez familiar y de amigos que se resumía en cuatro palabras lapidarias: “ficha tocada, ficha movida”. De ahí en adelante me iba a referir a otras frases igualmente célebres que acompañaron la infancia, la adolescencia y la juventud, como “por mí y por todos”, “lo soplo” (en el parqués) y no sigo con la lista porque un pequeño detalle se tiró el tema.

“Si el jugador a quien le toca mover toca sobre el tablero, con la intención de mover o capturar una o más piezas propias, debe mover la primera pieza tocada que se pueda mover”; Reglamento de Ajedrez de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez). No era un invento familiar, no era una decisión arbitraria del grupo de amigos, sino una norma debidamente establecida, codificada y aplicada por autoridad competente. Cuando se descubren esas cosas, todo el sistema de creencias empieza a tambalear.

Ya entrado en gastos, opté por darle una oportunidad a “Por mí y por todos”, la frase más temida en el juego de escondidas. Con esta me fue mejor: solo aparece en internet como el nombre de un disco grabado a finales del siglo pasado con música de los años 80 por un grupo que desapareció a principios del siglo XXI; y como parte de algunas referencias bíblicas.

En cambio soplar, en vez de limitarse a la técnica de modelamiento del vidrio, la expulsión de aire a través de la boca o la entrega ilícita de información al compañero de aula durante una prueba académica, sí es una jugada establecida para el parqués. Aunque, cabe aclarar, al estilo colombiano.

A estas alturas se me ocurrió pegarme de aquello del estilo colombiano para salvar la patria, Y me acordé de cuando aprendimos que si algo de comida se caía al suelo, podíamos contar hasta cinco antes de recogerlo y llevarlo a la boca sin riesgo. Nuevamente la web se encargó de desmentir esta creencia. Pero ese no fue problema, ni la gran cantidad de alimentos poco higiénicos que hemos consumido en diversas épocas de la vida. El problema es que han sido universidades y centros de estudio gringos y europeos quienes han liderado las investigaciones para desmentir este mito universal. La regla (falsa) de los cinco segundos no es patrimonio nacional..., sino de la humanidad

A punto de archivar el tema en el apartado de esto no va para ninguna parte, me jugué el as. Colombia es un país cafetero.  El grano fue la base de nuestra economía muchos años. Tomarse un tinto (así lo llamamos) es costumbre para comenzar el día en ciudad y campo, recargar energías en el trabajo o acompañar una conversación. Pero ni aún así podemos atribuirnos el remedio casero de utilizar café para frenar hemorragias. Porque si así fuera, ni el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, ni la universidad de Valencia, España, habrían dedicado sendas investigaciones y artículos para advertir sobre lo equivocado y riesgoso de este remedio casero que, por cierto, también cuenta con defensores en México y Perú.

Entre indagaciones y reflexiones descubro que llego al final de un texto que arrancó con un tema inadecuado el cual, sin embargo, me negué a soltar pese a tener todo en contra.

Fue como en el ajedrez: ficha tocada, ficha movida. 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Hora de almuerzo


En la puerta del edificio donde queda la oficina, un heterogéneo grupo de empleados y empleadas dialoga.

— Ya estamos todos,  ¿cierto?

— No, falta Villegas.

— Como siempre, cosa rara.

— No importa, mientras llega decidamos a dónde vamos a ir hoy.

— Yo propongo el de siempre.

— Pero siempre lo mismo, variemos aunque sea por hoy.

— Me recomendaron la bandeja paisa del que queda a dos cuadras.

— Rico.

— Perdón pero ustedes saben que mí los fríjoles me caen mal.

— ¿Y si la pide sin fríjoles?

— Valiente gracia, una bandeja paisa sin fríjoles.

— Yo, en cambio, tengo problemas con el chicharrón por lo del colesterol.

— Entonces vamos al vegetariano.

— Huy no, para comer paisaje.

— Así no es, hay hartos menús y variados.

— Pero almuerzo sin carne no es almuerzo. Que tal el del letrero grande aquí, a dos cuadras.

— Ese sí me gusta.

— Y además tiene varias opciones.

— Ok, apenas llegue Villegas…

— Yo allá no voy.

— ¿Que? 

— Yo allá no voy. Pero tranquilos, vayan ustedes.

— Por qué.

— La atención no me gusta, hay una mesera que siempre me trata mal.

— No es a la que usted invitó a…

— ¡Dejemos así!, yo busco otro sitio.

— No, la idea es que vayamos todos. ¿Y la pescadería?

— Síiii. Esa es.

— Seguro.

—  Acuérdense de mi alergia…

— Verdad.

— Oiga, y que le ha dicho el médico.

— Que evite la comida de mar… esperen, abrieron hace poco un autoservicio pasando la avenida.

— No lo conozco, pero puede ser.

— Yo sí lo conozco y es bueno...

— Ese es.

— ...pero ya es muy tarde

— ¿Cómo así?

— Toca ir temprano porque a esta hora ya acabaron con todo lo bueno. Además mientras hacemos la fila se nos pasa la hora de almuerzo.

— Lástima, mañana madrugamos.

— Vale.

((Silencio a múltiples voces))

— ¿Y el de carnes?

— Me gusta pero…

— Sí, pero…

— De acuerdo, ese es el preciso después de la quincena. Delicioso pero caro.

— Lástima.

— Pues sí, miren quien llegó,

— Hola Villegas, aquí pensando dónde almorzamos.

— ¿Dónde siempre?

— Tocará.


miércoles, 6 de septiembre de 2023

Perdidos en la noche


Una oferta laboral puso a la prima en la ciudad capital. No es que nunca hubiera venido, pero una cosa es pasear en modo turista y otra ser local en plan residente. El primo, en cambio, ha sido local capitalino toda su vida. Por coincidencia generacional desarrolló con la prima esa complicidad, muy común, entre parientes que comparten rango de edad. Por cierto, él también está dando sus primeros pasos en el mundo del trabajo. 

Ante la reubicación permanente de la prima, el primo ejerció como guía, entregó recomendaciones para el uso del transporte público y acompañó en plan pedagógico los primeros almuerzos callejeros. Y hablando de alimentos, llegó el asunto de la comida anual organizada por Don Pérez, dueño de la empresa donde la prima prestaba sus servicios. Se trataba de un encuentro para destacar logros, reconocer a los colaboradores destacados y dar la bienvenida a quienes entraban a reforzar el equipo. Es decir que clasificaba como imperdible para los trabajadores aunque, si ellos así lo querían, podían llevar un acompañante.

A la prima la invitación obligatoria le generó preocupaciones.  No tenía idea de como llegar a La Cocina Típica, sede del encuentro gastronómico-corporativo. La cita era en fin de semana, así que ni modo de colgarse del resto del combo de la oficina. Aún no le había llegado el primer sueldo y el presupuesto no daba para taxis o similares. Y tampoco sabía como retornar con seguridad a su casa tarde en la noche. 

Primo al rescate. Asunto resuelto. Claro que la acompañaría. Tenía la política de jamás rechazar una comida gratis. Más en ese restaurante, famoso por su servicio y sazón. Y no había problema con la hora. 

Sábado en la noche. Doris, la jefe directa de la prima, está nerviosa. Sabe que Don Pérez anda muy pendiente de que todos sus empleados asistan. El viejo nota las ausencias. La angustia de Doris está centrada en los nuevos, la ingeniera recién llegada a Bogotá y el administrador que reemplazó al jubilado. 

Así que los bombardea por mensaje de texto. El administrador no contesta. En cambio la ingeniera se reporta. “Estamos muy cerca”. “Acabamos de bajarnos del bus y caminamos hacia el restaurante”. Y el administrador nada. Doris continúa tecleándole como desesperada mientras mira el tranquilizador mensaje final de la ingeniera. “Estamos ingresando”. Y en efecto, desde la mesa se ve una pareja que entra al restaurante y camina hacia la mesa. Son el administrador y su esposa.

Doris respira aliviada. Acomoda a los recién llegados y ya tranquila se sienta, consciente de que solo es cuestión de segundos. Segundos que se vuelven minutos y de aquello nada. Intrigada, opta por llamar.

— Aló. Hola jefe, ya le iba a marcar. Estamos acá pero no los vemos. Todos muy colaboradores pero el jefe de meseros nos dice que no hay ningún evento programado para hoy.

— Como así, dígale que Don Pérez reserva La Cocina Típica todos los años.

— Espere le pido el favor a mi acompañante. Primo, que le diga al señor que Don Pérez reserva La Cocina Típica todos los años. Sí, La Cocina Típica…. ¿qué estamos dónde? ¡¿Qué?! Pero yo le dije... Pues claro... perdón jefe, ya le hablo. Le dije, La Cocina Típica. No, yo nunca le dije La Típica Cocina. Pues claro que seguro. Bueno, bueno, arranquemos para la Cocina Típica. Qué queda ¡dónde! Al otro lado de la ciudad… Ay.

((Silencio en la línea)).

— Aló, jefe, creo que me voy a demorar un poquito.