miércoles, 27 de diciembre de 2023

El mundo pregunta, Amilcaradas responde (1)


Cuando el año declina, miramos el fondo del alma en busca de respuestas a los grandes dilemas. Es época de balances y proyectos. Desde nuestra modesta tribuna recogeremos algunos aportes recientes (y otros no tanto) que solo aspiran a evaporar algunas gotas de agua en el inmenso océano de nuestras inquietudes rutinarias y trascendentales.

Para los que no se hayan quedado dormidos con el párrafo anterior, también puede ser que al autor de las Amilcaradas, como buen colombiano, le da pereza trabajar en estos días. Su experiencia previa en periodismo le enseñó el truco, un refrito de lo hecho en el año bajo el pomposo nombre de balance.

Menos protocolo y aquí va la primera parte (tampoco pienso trabajar la próxima semana). 

1. ¿Por qué el Estado colombiano insiste en pedir constancias de cosas obvias y documentos que ya tiene?

2. ¿En qué se parecen el transporte público y los alimentos?

  • A los pasajeros siempre los han acomodado (o mejor, incomodado) como si fueran comida, lo que ya era evidente en el 2009.

3. ¿Por qué los viejos siempre critican y rechazan la música de los jóvenes?

  • Porque ellos no entienden así como sus papas no entendían que los abuelos no entendían y así continúa hasta el principio de los tiempos.

4. ¿Hay que tenerle miedo a los discursos en reuniones familiares?

  • Si el orador de la familia combina alcohol y exceso de confianza no hay que tenerles miedo, sino terror.

5. ¿Para qué son los ciclorrutas en Bogotá?

6. ¿Los baños de los buses intermunicipales son un buen servicio?

  • Para acróbatas profesionales astronautas, tripulantes de submarinos, domadores de caballos y similares, sí..

7. ¿El teletrabajo implica permanecer en casa en horario laboral para garantizar la misma concentración y dedicación que la que se tendría en la oficina? 

  • Los regalos de Navidad los trae el Niño Dios, la Tierra es plana, la Luna es un queso gigante, es fácil ganarse la lotería, la comida deliciosa no engorda y el trabajador a distancia nunca sale de su casa en horario laboral.

8. ¿Cual es la mayor prueba de hombría, masculinidad y virilidad para un padre de familia?

9. ¿Es importante para las nuevas generaciones la sabiduría acumulada por la experiencia de quienes tienen más años?

  • Lo importante es que los viejos desocupados tengan tiempo libre para encartarlos con tareas aburridoras.

10.- ¿Estas preguntas son un especie de estrategia para incrementar artificialmente el tráfico de las Amilcaradas?

  • Pues si los lectores entran a alguno de los enlaces (solo hay que hacer clic en los textos que están en negrita, cursiva y subrayados) y además comentan, nadie se va a poner bravo.

(Continuará)

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Escalera a lo desconocido



En su recorrido por instituciones públicas y privadas en busca de respuestas, servicios, decisiones; o simplemente para cumplir algún requisito, el señor Rodríguez aprendió lo que es el miedo. Una palabra, o mejor, una expresión, despierta esa sensación y otras similares. La pronuncia alguien al otro lado de la ventanilla, del escritorio, de la pantalla, del teléfono

Tiene su ritual. Nunca se dice en el primer encuentro. Deben pasar dos o tres citas. Segundo, el que atiende revisa. Revisa los papeles, revisa el computador, revisa sus propias notas. Repasa lo hecho hasta el momento. Habla. El tono puede ser plano, amigable o lúgubre. El rostro también comunica. Escasean las sonrisas. Terminado el repaso, viene el silencio. Como el que hay en los juzgados mientras llega el fallo. Como el del médico, previo a comunicar una condición crónica incapacitante o terminal a su paciente. Como el del mecánico, segundos antes de cotizar una reparación de nombre raro y costo astronómico.

Entonces la contraparte mira a Rodríguez a los ojos y emite la condena de siete palabras. Palabras que resuenan en su mente como si estuviera en una catedral. — Vamos a tener que ESCALAR el tema.

Escalar implica subir. Se supone que si algo sube es para bien. Pero Rodríguez sabe que no. Tiene absolutamente claro lo que ocurrirá a partir de la fatídica notificación. Primero, su interlocutor tradicional se vuelve un simple mensajero. Ya no tiene respuestas, ya no sabe qué pasa, ya no puede sugerir nada. Cada contacto que tengan de ahora en adelante recibirá variantes del mismo comentario. 

“Esperamos respuesta de la oficina”, —del corporativo, de la central, del comité...—. O de alguna sigla rara (XVB, FDX, KJQ) que, por alguna razón, todos —Rodríguez incluido— deben entender.  Y cuando decimos entender abarca lo que hace, como lo hace y las razones por las cuales no han podido hacerlo.

Al desaparecer el interlocutor directo, un extraño ambiente esotérico donde actúan fuerzas misteriosas se toma el tema. El mensajero o mensajera no tiene nada que decir, lo que generara detalladas explicaciones. Incluyen palabras como estudio, revisión, prospección, antecedentes, evaluación, bloqueo, desbloqueo, historial y referencias que, inevitablemente, terminan en un “Nosotros le avisamos”.

Por cierto, nunca avisan, así que a Rodríguez (o al que sea) le toca preguntar periódicamente. Si lo hace por teléfono, en el respectivo call center, —tras el impajaritable y reiterativo interrogatorio previo— lo pondrán a escuchar la musiquita. Cuatro o cinco “muchas gracias por esperar, estamos atendiendo su petición” después, el o la amable operadora le explicará que el tema sigue escalando y le sugerirá llamar en cinco días hábiles, si es que ellos no lo llaman antes (tampoco van a llamar).

Si es presencial, el encargado o encargada revisará (de nuevo) papeles y pantallas. Luego se levantará e irá donde otra persona: un jefe, supervisor o colega.  Al otro lado del punto de atención Rodríguez ve pero no oye. Ve que hablan, ve que revisan más papeles, ve que consultan más computadores, ve que gesticulan, ve que hacen llamadas y ve cuando su asesor regresa para decirle que el tema sigue escalando y que vuelva o llame en cinco días hábiles, si es que ellos no lo llaman antes (y no llamarán).

Así, las horas se convierten en días, los días en semanas y las semanas en meses.

Cierta obra teatral llamada “Violinista en el tejado” incluye una canción llamada ”Si yo fuera rico”, donde el intérprete dice que construiría una casa con tres escaleras, una para subir, otra para bajar, y otra sin ningún destino “solo para presumir”.

Presumimos que allí terminan los trámites cuando los escalan. 

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Lo que no te mata, te ralentiza


Las dolencias de Paciente no lo van a matar, no le van a dejar secuelas permanentes ni señales visibles en su anatomía. Sin embargo, sí impactan sus rutinas diarias. A Paciente lo llamamos así para respetar su privacidad. También en reconocimiento a la cualidad que ha desarrollado mientras afronta las condiciones que conforman su historia clínica, es decir sus lesiones y enfermedades, con diversos orígenes, síntomas y tratamientos. Todas, sin embargo, coinciden en una consecuencia: lo ponen en cámara lenta. Bueno, más lenta, porque el paso de los años lleva incorporado un efecto desacelerador que el sujeto ya asimiló. 

Van ejemplos. Hábitos alimenticios poco recomendables pero irracionalmente sabrosos terminaron reflejándose en el dedo gordo del pie. Gota: dolencia localizada y particularmente dolorosa. Eso sí, permite seguir una vida relativamente normal, con una condición. Evitar cualquier cosa lejanamente similar a un movimiento brusco. Para poner el pie afectado en el piso primero va la planta, y luego muy, pero muy, pero muuuuyyyy despacio el resto de la extremidad inferior. 

Ahora imaginemos ese proceso cada vez que Paciente da un paso. Es más, imaginemos cuantos pasos debe dar para ir al baño. O a la cocina. O al comedor. Entendemos por qué lo llaman a desayunar cuando apenas se está calentando el agua para el café. Y por qué cuando llega le sirven de una vez las medias nueves y cordialmente le sugieren que espere… que espere de una vez el almuerzo.

Veamos otra situación. Paciente a veces se ve afectado por alguna dolencia y/o accidente que incrementa la sensibilidad de "aquella" parte del cuerpo. Sí, de aquella ubicada entre la espalda y las piernas que básicamente sirve para sentarse. El problema de sensibilidad a veces se ubica o extiende por áreas ubicadas en las cercanías que, sin ser puntos de apoyo, amplían cualquier molestia, no importa su origen. 

Sin entrar en detalles clínicos, mientras se soluciona el problema Paciente acude a complejos operativos al posar su humanidad en una silla o sofá. Entra por un ladito, acomoda la mitad del susodicho primero y luego la otra mitad o utiliza manos y brazos en los apoya brazos a manera de grúa para garantizar un leeento y suave aterrizaje. Si eso sonó complicado, imagínense el mismo operativo pero a la inversa, cuando el verbo que se conjuga no es sentar sino parar. Y mientras tanto, el tiempo es lo único que corre.

Hablando de brazos, cuando algo afecta las extremidades superiores de Paciente él hace lo mismo de siempre, pero sin el más mínimo afán. Los amigos le escriben para averiguar cómo sigue. Él responde. Los chulitos azules de visto y el aviso de “escribiendo” lo demuestran. Pasan los segundos, los minutos, la hora se acerca peligrosamente. Finalmente llega la respuesta. Escrita letra a letra, con una larga pausa entre cada carácter: “Mejorando, gracias”. 

La parsimonia obligada no siempre va ligada a condiciones que afectan partes específicas de la anatomía. Otra sintomatología se relaciona con excesos gastronómicos, cuando evitar movimientos bruscos es altamente recomendable, más si no hay un baño en zona de seguridad. También están los virus estacionales, científicamente clasificados en diversos nombres y categorías, pero unificados por la cultura popular bajo el genérico de gripa. En ese caso la lentitud es resultado de una condición que es como dolor pero... como mareo pero… como desequilibrio pero... como desaliento pero.. “pero doctor, es una maluquera muy verraca”.

El lector se preguntará por qué Paciente no recibe ayuda mientras supera la enfermedad o lesión de turno. El tipo no se deja ayudar, a todo dice yo puedo, y quiere actuar como liebre cuando está en modo tortuga.

Y es que si su nombre es Paciente, sus apellidos son Terco y Necio.

Y como ya vimos,  Lento.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Los amores crepusculares no se peinan


A través de la vida Laura ha afrontado diversos desafíos profesionales, todos superados. En temas más personales tuvo un par de relaciones estables que luego de algunos años culminaron en buenos términos. Esa faceta de su vida pasó a un segundo plano, opacada por su carrera.

El tiempo pasó, las metas se lograron y llegó el momento de tomarse la vida con calma y dedicar los recursos acumulados a conocer el mundo. Parientes cercanos y amigos, desafortunadamente, todavía no estaban en capacidad de darse esos lujos. Laura quería viajar, pero no sola. Así que decidió buscar en sus redes sociales antiguas conocidas que podían clasificar como compañeras de aventuras.

Encontró,  como era de esperarse, un poco de todo. Una tendencia curiosa y tal vez más abundante de lo esperado fue la segunda (tercera, cuarta, etc) oportunidad o el romance crepuscular. Mujeres que al superar el cuarto o quinto piso conocieron un sujeto del mismo rango de edad o superior, una especie de galán otoñal, formalizaron  una relación (de unión libre para arriba) y se dedicaron a compartir vida.

Múltiples imágenes publicadas en redes sociales evidenciaban el éxito de la experiencia sentimental tardía. Actividades en pareja o familiares,  viajes nacionales e internacionales, incluso ceremonias matrimoniales religiosas o civiles. También evidenciaban un detalle, —menor, si se quiere— pero curiosamente reiterativo.  Los tipos siempre, en diferentes grados eran, o estaban en camino de ser, calvos. 

Los sujetos podían ser atléticos, gordos, altos, bajitos, nacionales o globalizados. Los había con pinta de gringos o rasgos de galán de novela turca, así como aquellos que parecían recién salidos del aguinaldo boyacense o de una parranda vallenata. Pero más allá de orígenes y aspectos,  de las patillas para arriba el asunto se despejaba. A estos no se les podía regalar champú. O sí se podía, pero esa platica se perdió.

Las testas respectivas terminaban en diversos grados de peladez. Brillante, estilo bosque deforestado, con complejos tejidos que fracasaban en su intento de disimilar la migración capilar. Desde alopecia natural hasta aquella apoyada por el trabajo de algún peluquero, cuando el propietario de la coronilla respectiva se resigna a perder la batalla, coronaban a los compañeros de las antiguas conocidas.

Sin entrar en detalles, hay que decir que el destino le atravesó a Laura un potencial compañero. Este, por cierto, era el propietario de una perfecta cabellera. La relación se fortaleció con las ventajas que dan la edad, la experiencia y la solvencia económica de las dos partes. Y el pelo del tipo seguía siendo perfecto.

Demasiado perfecto. Pasaban las semanas y la parte superior de la cabeza se veía exactamente igual. Como si no creciera, no encanara, ni fuera necesario cortarla de vez en cuando. El peinado siempre era el mismo. Cada cabello ubicado en sitio fijo, sin ningún efecto visible de elementos naturales  como viento o lluvia.

La curiosidad pudo más y un día Laura cruzó, vía internet, la imagen del sujeto con imágenes de pelucas y peluquines. Encontró cierto parecido, casi una coincidencia absoluta, entre la cabellera del sujeto y el producto de un catálogo en línea.

Encarado el hombre, no le quedó más remedio que aceptar su condición de usuario de prótesis capilares.  Pero la historia no terminó ahí. Para demostrar la sinceridad de su interés, él realizó un acto inusualmente romántico en el restaurante lleno de gente donde se habían reunido.

Sí, se quitó la peluca. 

Epílogo: Dicen que la edad no tiene nada que ver con el amor.

Y los hechos demuestran que, en ciertos casos, el cabello tampoco.